Ella se rio tranquila con voz fría.
-Simón, pensé que ya no te importaban mis asuntos. Quizá la pregunta que debería hacer es: ¿todavía te importo?
Simón apretó los labios con fuerza y no le contestó. El corazón de Maira se hundió, aunque su rostro era estoico. Entonces se dio la vuelta y subió las escaleras sin decir nada.
Puede que se debiera al tiempo que pasó bajo el agua fría lo que le provocó una fiebre esa noche. Durante la primera mitad de la noche, soñó muchas cosas, una de ellas era sobre el momento en que conoció a Simón y la forma en que veía cómo él se comportaba de forma amorosa con otra mujer. Luego, por fin, sentó la cabeza con él y se casaron. La última escena fue en su boda.
En el rostro de Simón se notaba el cansancio, mientras que sus ojos inyectados en sangre estaban llenos de odio mientras exigía con frialdad:
-Repítelo, ¿alguna vez me has hecho daño? -Maira apretó el puño y se obligó a sacudir la cabeza.
La expresión de Simón se volvió sombría al instante.
-De acuerdo. Tal y como querías.
Su odio apareció de nuevo en su sueño, lo que la hizo despertarse de golpe. Se sentó en la cama, abrazada a la manta, mientras jadeaba con fuerza. El reloj indicaba que eran las 4:00 de la mañana, pero ya no podía dormirse.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, tenía una franja de ojeras que apenas podía disimular incluso con la gruesa capa de base de maquillaje.
Simón desayunaba en la mesa del comedor de la planta baja mientras Eva, sentada a un lado, se dedicaba a reclamar. Sus reclamos no eran otros que pedirle que volviera antes a casa todas las noches, ya que para Maira resultaba muy solitario quedarse sola en casa.
Simón, que solía interrumpirla con impaciencia, no lo hizo hoy; incluso le contestó que entendía sus palabras cuando vio a Maira bajar las escaleras, lo cual era un comportamiento muy poco común. La encantada Eva se volvió y vio a Maira de pie en el escalón; entonces saludó a esta con una sonrisa.
—Maira, ven a desayunar. —Al parecer, pensó que su hijo se había dado cuenta por fin de lo que se había perdido.
Maira tenía una expresión impasible cuando se inclinó ante Eva y le informó en voz baja:
-Mamá, tengo algunos asuntos que tratar por la mañana, así que no desayunaré en casa. —Con eso, se dirigió directo a la salida de la casa antes de esperar la respuesta de Eva.
Cuando Eva por fin recuperó el sentido común, miró a Simón con desprecio.
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