(COMPLETA) Cuéntale que me Amas romance Capítulo 43

Los niños a veces discriminan a otros sin darse cuenta el daño que podrían causar sus palabras, Samy era una niña muy habladora y divertida, hasta que llego a la gran ciudad.

Nacida y criada hasta los seis años en el campo, llegar a la ciudad de golpe, fue una de sus peores experiencias.

Enero en la ciudad era calurosa y húmeda. Al contrario del campo, el calor arrasaba con todo, pero era seco y se toleraba un poco mas. El sudor la ponía de mal humor y se sofocaba en lugares cerrados. Pasaron el verano como pudieron en una pequeña casa de dos habitaciones una cocina y un baño. Seis personas viviendo en un lugar tan estrecho era de lo peor.

En marzo comenzaron las clases, y Samy se había dado por rendida de creer que volverían a su antigua vida en el campo, cuando hicieron las compras de útiles escolares. Ya no podía quejarse como al principio. En dos meses, las cosas se normalizaron un poco, su padre tenia el empleo asegurado, y se mudarían a una casa un poco mas grande esa misma semana.

Los primeros meses en la escuela, habían sido los peores. El lugar era muy lindo, pero sus compañeros no perdían oportunidad de molestarla por su acento, a los niños le causaba gracia su extraña manera de hablar. Para ellos era algo nuevo, pero para Samy fue un dolor inmenso. Termino aislándose de todos, no hablaba con nadie, no jugaba con nadie, no compartía nada con nadie. Y solía llorar cuando nadie la veía.

Los meses transcurrían y un día Samy se había olvidado el almuerzo, sin dinero y con un hambre terrible, se fue a sentar en el mismo lugar de siempre, en un cantero debajo de un pequeño árbol, lejos de todos, trato de no pensar en el dolor de cabeza, el estomago haciéndole ruidos horribles, pero fue imposible. Casi mareada vio que una niña se acerco a ella.

-Samantha, te encuentras bien? estas muy blanca, quieres que llame a la maestra?- Samy negó con la cabeza, y la niña se sentó a su lado.- Tienes hambre? Mi hermano me hizo un doble almuerzo y es demasiado, si quieres podemos compartir.-

Samy asintió y prácticamente devoró su parte del almuerzo y le agradeció sólo con la mirada. La niña, sonreía todo el tiempo, y comenzó a hablarle de sus gustos, o de cosas sin sentido. Hacía bastante que no hablaba con nadie que no fuese su familia.

-Tu eres Emma, cierto? Me has salvado la vida, y te estaré agradecida por siempre.- Esto le causo gracia y ambas rieron.

Desde ese momento se hicieron amigas. No solo la había salvado de caer desmayada por falta de nutrientes, a lo que Samy se refería era a una salvación espiritual. Estaba sola y triste sin nadie mas que su familia, y de la nada, aparece Emma convirtiéndose en la única persona a parte de su familia que le daba otro sentido a esa vida que le había tocado, lejos del resto de su familia, lejos del aire puro del campo, lejos de ser la niña completamente feliz. Se juro a si misma, conservar esa amistad con mucho cariño.

Los años fueron pasando, parecía ayer cuando habían llegado a la ciudad, tenia un hermanito mas, Anthony. El ultimo, aseguraba su madre, ya que con el ultimo, eran cinco hijos en total. Emma y Samy cursaban el ultimo año de Primaria, tenían doce años, y si bien era una edad en la cual las niñas habían empezado a desarrollar y a mostrarse mas para llamar la atención. Samy por su parte se sentía incomoda.

Luego de haber tenido su primer periodo, comenzó a desarrollar su cuerpo mas temprano que el resto de sus compañeras, y los niños, quienes siempre estaban molestándola, ahora se sentían atraídos. Los odiaba, odiaba a los niños que antes la trataban mal, y ahora se mostraban atentos, odiaba a las niñas que envidiaban su cuerpo y hablaban mal a sus espaldas. Así que comenzó a vestirse con ropa holgada. Pantalones que no marcaban su trasero. Remeras y camisetas dos talles mas grandes que no dejaba nada a la vista.

Las chicas terminaron distanciándose del todo, pero los chicos seguían a su lado, ya que la pasaban bien con ella. Samy había llegado a comportarse como un chico mas, y en una de esas salidas con sus nuevos amigos, la invitaron a un partido de fútbol.

Faltaba un jugador, y los chicos que no conocían a Samy le pidieron que jugara. Sus amigos, hicieron lo posible para que ella no lo hiciera, pero ya era tarde. Samy estaba en la cancha de juego, sin miedo alguno, a punto de probar la experiencia mas agradable de su vida hasta ese momento.

Se dio cuenta que jugar al fútbol, era algo que amaba desde el momento que sus pies tocaron la pelota. Correr, sudar, sentir el viento en su rostro, pelear por conservar la pelota, hacer pases que ayuden a llegar al arco, meter un gol, gritarlo, saborear la victoria, y el abrazo y la alegría del equipo, era algo tan hermoso que lleno su corazón de alegría.

-Quien lo diría? Donde estabas metida niña futbolista? Espero que puedas venir todos los viernes a jugar. - Le dijo uno de sus amigos con una gran sonrisa y palmeando su espalda.

Desde ese día, no había partido que se perdiera de jugar, y pasaban por alto que fuera mujer, por que realmente no lo parecía. Vestía siempre con pantalones y remeras anchas, y una gorra roja, para evitar que su cabello se soltara. Muchas personas le habían aconsejado que se probara en un club para jugar fútbol femenino, ya que era muy buena en el deporte, pero jugar con hombres, no era correcto, la diferencia de fuerza y habilidades era mas que notoria. Pero en esa época, no podía darse ese gusto. El sueldo de su padre no era una fortuna, y tenia que cargar en sus hombros una casa, cinco hijos y una esposa.

-Hunter, "Cazador". Sus padres deben ser unos delincuentes.- Dijo Samy soltando una risa, haciendo que el chico volteara a verla directamente a los ojos.

Era imposible que la hubiera escuchado, pero solo la miraba a ella, Samy se sintió intimidada, el calor subió hasta sus mejillas, y se le erizo cada bello de su cuerpo.

-Mierda, me habrá escuchado? Me esta mirando a mi?- Soltó Samy con temor.

-No lo creo, pero al parecer llamaste su atención.- Dijo Emma codeándola.

-Que se vaya a la mierda. Que estas mirando, te debo algo?-Le grito Samy mostrándole su dedo medio, en un gesto grosero al chico nuevo.

El muchacho se acerco a ellas lentamente, todos se habían dado cuenta y se centraron en la escena.

-Me cago, que estúpida soy. Lo único que falta, es que este idiota me venga a dar una paliza.-

-Estas en problemas Sam, pero aquí estoy para juntar los restos que queden de ti, y llevarte a un hospital si es necesario.- Soltó Emma sin gracia.

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