Las miradas de Laura y Carlos se cruzaban y se esquivaban continuamente.
Carlos estaba cada vez más seguro de que la desaparición de Estefanía había sido instigada por Fabiola. Laura lo sabía, Antonio también.
"Qué tal si jugamos un juego antes de que Antonio regrese", dijo Carlos con una leve sonrisa hacia Laura.
Mientras hablaba, sacó un puñal que siempre llevaba consigo de su bolsillo, lo lanzó ligeramente y la hoja del puñal se clavó en la mesa de nogal que tenían delante.
Carlos fijó su mirada en la hoja del puñal que temblaba levemente y dijo: "No soy muy bueno en el combate cuerpo a cuerpo, por eso tampoco soy un experto en el uso del puñal, pero hay algo que sí sé".
"Las reglas del juego son las siguientes: Me voy a vendar los ojos, y tú, Fabiola, te vas a parar allá, a la distancia del televisor", explicó señalando en dirección al televisor.
"¿Sabes hacer una plataforma giratoria?", Carlos luego giró su mirada hacia Rafael.
"Sí, señor Carlos", Rafael asintió ligeramente con la cabeza.
El entrenamiento básico de los paracaidistas solía incluir plataformas giratorias, y Rafael entendió lo que pretendía hacer Carlos.
Echó un vistazo hacia el comedor, donde había una mesa redonda que podía ser utilizada perfectamente para eso, ya que su superficie era giratoria.
Unos minutos después, Rafael y otro guardaespaldas ataron a Fabiola a la mesa redonda. Fabiola no era muy alta, así que fue atada de pies a manos y quedó justo en el centro.
Rafael tumbó la mesa y apuntó a Fabiola y la superficie de la mesa hacia Carlos.
"¡No!", gritó Fabiola con el rostro pálido cuando vio a Carlos sacar el puñal de la mesa.
"¿Qué crees? ¿Le acertaré a su cuerpo o a la mesa cuando empiece a girar?", Carlos miró de reojo a Laura, que estaba desplomada en el suelo.
"Si te equivocas en la respuesta, repetiremos el juego hasta que aciertes", continuó.
Laura se cubrió la boca y lloró desconsoladamente, se arrastró a los pies de Carlos después de un rato: "Carlos, ¡de verdad no sabemos dónde está Estefanía! ¡Sería mejor que la buscaras en lugar de perder el tiempo aquí! ¡De verdad no fuimos nosotros!".
"Apuesto a que te equivocas", dijo Carlos con una sonrisa en su rostro, y en ese mismo instante lanzó el puñal.
Laura gritó y el guardaespaldas la sujetó firmemente para impedir que se levantara.
Aparte del grito de Laura, no se oyó ningún otro sonido en la habitación.
Carlos esperó unos segundos, luego se quitó suavemente la corbata y miró hacia Laura.
Laura se había quedado desmayada en el suelo porque no pudo soportar el estrés.
Qué inútil era, y aun así había tenido el coraje de secuestrar a su mujer.
Carlos giró la vista hacia la mesa redonda y soltó una leve risa.
"Lamentablemente, señora Laura, te has equivocado".
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