Capítulo cuarenta y cinco
Mi piel agradece la suavidad de la cama en donde estoy.
Mi madre debe estar durmiendo todavía dado a que son las cinco de la mañana, tengo que levantarme para llegar temprano al instituto.
Me levanto y quedo desorientada por un minuto.
Un momento.
¿No se supone que yo debería estar durmiendo en el piso?
Junto mis cejas. Trato de recordar que paso el día de ayer y es como si mi pasado se borrará totalmente, como si mi conciencia me jugará una mala pasada. El cuarto en donde estoy es negro, amplio y pulcro en lo que cabe.
Tal vez este en alguna habitación distinta a las que conozco.
Veo mi cuerpo cubierto por una camisa negra que tapa solo lo necesario, abro los ojos como platos y veo un bóxer cubriendo mi parte baja.
¿Cómo terminé en esta situación?
Y como si escucharán mis pensamientos alguien entra o más bien un chico sumamente apuesto.
Escudriño su ser mirando fijamente esos ojos negros —¿Qué haces en mi casa? —tomo una lámpara de noche y la uso en mi defensa.
Baja sus brazos cauteloso y se queda al pie de la puerta —Soy yo, Henrry ¿No me recuerdas? —niego.
—¿Qué hago contigo?
—Soy tu novio. Estamos en el instituto Pilar de la Fuente, estudias en el último año en el bachillerato de ciencias y estás aquí porque ayer te escapaste conmigo.
¿YO? ¿Escaparme?
Yo no soy así.
Elizabeth tiene que estarme buscando por todo este inmenso estado. Busco mi ropa por todos lados —Es hora de ir al instituto, mi madre me va a matar ¿Dónde se supone que está mi ropa? ¿Y el baño? Ah, que frustración —me agarra de los brazos y mi cuerpo siente miedo ante él.
—Tranquila. Hoy es día libre.
Tengo que volver con Elizabeth.
—Dame mi ropa, tengo que irme—y es cuando caigo en cuenta de que no sé si estoy en un apartamento o casa y mucho menos se en la dirección que tengo que regresar.
Diablos.
— cálmate, estás en mi casa, ahora mismo te llevo a la tuya para que estés más segura —asiento.
Sus brazos me envuelven y yo trato de devolverle el abrazo, pero mis manos se quedan inmóviles en mis costados. Mi pecho no se pega a su cuerpo, pero si mi abdomen y lo suelto rápidamente.
Que no sea lo que estoy pensando, que no sea...
Y ahí esta, una enorme panza de embarazada. Me dejo caer en el suelo frío y miro un punto fijo sin parpadear.
Yo no era la que decía que quería tener una profesión y luego una vida estable. Tantas veces que hablé a aquellas chicas en mi antiguo instituto, tantas veces que lo aconseje y ahora soy yo la que está en esta situación.
¿Por qué tuve que tener un novio a temprana edad?, ¿soy tonta o qué es lo que me pasa? Sus brazos me toman por la cintura y camina conmigo hasta el baño.
Le doy la espalda y sollozo —¿Y mi madre sabe de esto? —asiente y me voltea —¿tú te harás cargo conmigo? —sus labios chocan con los míos y no siento nada, absolutamente nada.
Coloco mis manos en su pecho para separarme y lo consigo —Claro que lo haré, ¿cómo piensas que no? —fijo mi vista en un azulejo, sus manos tratan de tocarme y las aparto de mi como puedo. Salgo del reducido espacio y hago el recorrido hasta su habitación. Entra todo mojado con una toalla en su cintura, no le doy importancia y dejo que se vista, llega a mi vista con ropa puesta y mete sus manos en los bolsillos de su pantalón —Vamos a tu casa—me jala del brazo.
Siento que soy una muñequita de trapo.
Salimos de su gran casa y caminamos a su coche, él abre la puerta de copiloto y entro, rodea el auto rápidamente y en un dos por tres está conduciendo por las grandes calles de California. Algunas cosas que veo se me hacen conocidas, otras no tanto, pero lo raro es el por qué de un momento a otro olvidé todo.
Soy una humana, ¿no es así? por lo tanto, debo, no, no debo, ¡tengo! que recordar. No me sorprende que Elizabeth sea la única que está en mi cerebro ahorita mismo dado a que ella es mi madre, pero él, para ser sincera, mi cuerpo lo rechaza absolutamente y no sé por qué deseo con todas mis fuerzas golpearlo.
Cruzamos la ciudad y entramos en unas residencias de lujo o prácticamente mansiones. Desde aquí puedo recordar poco, pero recuerdo. Cruzamos tres cuadras y al final veo una enorme casa color chocolate oscuro.
Es nuestra casa.
La casa que mi madre le compró a...
Hago un vago intento por recordar y todo se esfuma, junto mis cejas en frustración —¿Qué te pasa, amor? —esa palabra.
Yo la he escuchado antes.
Amor.]
Esa voz tan sensual y fuerte llena mi mente y pasa un escalofrío por mi columna.
Niego —Nada, es solo que mi mente me está jugando una mala pasada, es todo—me giro hacia él —¿Gustas entrar? —sonríe.
—Claro, Sarita —otro escalofrío recorre mi espalda.
Sarita.]
Antes de que diga otra palabra bajo rápidamente y rodeo el auto hasta su puerta, él apaga el motor y se baja de auto algo extrañado. Tomo su mano y camino con él hasta la puerta.
Aspiro fuerte y un potente olor a lavanda me recibe.
Ese olor.
Veo al dueño de tal fragancia que me mira de arriba a abajo con unos ojos vidriosos y sorprendidos.
Me encojo de hombros —No lo sé. Te doy las gracias por salvarme, pero si me fallas te mandaré al mundo demoníaco igual que a mi tua cantante —el auto es un completo silencio y suspiro —Mira, yo no te puedo corresponder. Son cosas del corazón y en esto el cerebro está en segundo lugar —señalo a Wade quién no ha despegado la vista del auto—a pesar de que me ha hecho tantas cosas malas mi corazón lo odia, pero de buena forma. Es el padre de mi hijo o hija.
Levanta las manos —Hijo, es un niño—me quedo estática en mi lugar.
Un heredero para Wade, un Wadecito.
Sonrío —Con que un niño, eh—mi pecho se contrae y las ganas de llorar me invaden, me abanico para no dejar que una lágrima caiga y volteo hacia él —Bien, ahora bajaré del auto y llegaré a la puerta donde giraré y tú bajaras la ventana y me dirás adiós a lo estilo mujeriego —puedo ver sus ojos cristalizados atreves de sus largas pestañas.
—De nada por usarme a tu conveniencia —sonríe irónico, tomo su mano apretada en el volante y él me mira.
—No seré para ti, pero puedo asegurar que encontrarás a una mujer más mandona, regañona y con carácter que yo, recuerda que en este mundo existen muchos tipos de personas —niega —debes pensar que estoy loca y lo estoy, es la verdad. Ya bajaré —golpeo su hombro y doy un leve beso en su mejilla.
Salgo y cierro la puerta, camino hasta la puerta con cierto remeneo de caderas provocando a cierto lobato que tiene la vista fija en mí, antes de subir los tres escalones para entrar giro y encuentro a Henrry con una sonrisa picarona, me observa a través de sus lentes negros, se muerde los labios y me manda un beso.
Eso fue...
Mis mejillas se sonrojan y río como tonta, coloco un dedo en mis labios con coquetería y él giña. El auto da marcha hasta que ya no escucho el motor, giro y me encuentro con sus ojos, subo y paso por su lado, entro y veo la limpia decoración de la casa.
Hay muebles, objetos electrónicos, todo. Llevo una mano a mi nariz tratando de calmar las ganas de estornudar y es en vano, el estornudo resuena por toda la casa y mi corazón comienza a latir fuerte por la presencia de él detrás mío.
—Madre, Elizabeth, ¿Dónde estás? —trato de calmar mis nervios hablando.
—Estaba en mi casa, ya debe estar llegando, Sara ¿te puedo preguntar algo? —cierra la puerta y trago grueso.
Madre mía, que no se de cuenta.
Asiento dudosa y me giro para confrontarlo—Antes que nada, ¿Usted cómo sabe mi nombre? —junto mis cejas— ¿Acaso es la conquista de mi madre? —ladeó mi cabeza un poco.
—¿No me recuerdas? —niego, suspira—Yo soy Wade Dhall, un empresario de California, tengo veinticuatro años, no tengo que describirme físicamente porque me estás viendo, soy de un fuerte carácter, conozco a tu madre no por sus antiguos servicios, si no por mi mejor amigo y te conozco a ti, porque tú eres su hija —gran explicación cargada de decepción.
—Entiendo, iré a mi cuarto. Puedes esperar en el sofá —mira el suelo con sus manos en los bolsillos y se dirige al sillón.
Quiero lanzarme contra él, pero ahora no puedo.
Arruinaría mis planes.
Mis pies tocan la escalera y suspiro con cansancio, quiero estar en su casa con el bonito ascensor.
Llego a mi cuarto y me despojo de la ropa, me volteo para cerciorarme que la puerta este cerrada y en definitiva lo está, giro para buscar la toalla en el ahora tan ordenado y limpio cuarto, pero su voz me detiene —Sara tu madre ya está a... —mi respiración se acelera y a mis mejillas llega toda mi sangre al escuchar el abrir de la puerta. En un veloz movimiento me estrella contra la puerta del armario y me agarra del mentón mientras su respiración anormal me eriza la piel. Trato de formular palabras, pero más bien salen como quejidos, su cuerpo me aprisiona a él y roza mi labio inferior con su pulgar —Si no quieres que te toque... Si no me conoces, ¿por qué tu cuerpo responde así ante mi tacto? —trago grueso y mis manos viajan a su pecho.
En que me he metido.
Yo, ¿jugando con fuego?
Claro que es una pésima idea.
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