—¡Nicolás, eres un hombre malvado! ¿Cómo pudiste obligar a un médico inexperto a operar a mi padre?
Sin embargo, Nicolás respondió a sus afirmaciones contradiciéndola con una pregunta.
—¿Quién te dijo que es inexperto? El Doctor Leobardo es un excelente cardiólogo. Pero no es tan experto como mi tío. Llamé antes a mi tío y me dijo que estaba ocupado en una conferencia, y como tardaría en terminar, asignó al Doctor Leobardo para que lo cubriera.
Regina replicó:
—¡Sinvergüenza! El Doctor Zarco está ahora mismo delante de mí. ¿Cómo te atreves a seguir mintiéndome con eso?
Nicolás se burló.
—Entonces mi tío debió equivocarse.
—¡Sinvergüenza! Aunque todos los hombres de la Tierra desaparecieran, jamás me fijaría en una escoria como tú —gritó Regina.
Nicolás espetó:
—¡Ya fui demasiado amable contigo, zorra! Pero te diré una cosa, tu abuela está de acuerdo en que nos casemos el ocho del mes que viene. Me aseguraré de arruinar a toda tu familia si no lo haces. ¡Ah!, y haz que esa basura de Simón se largue o lo mataré.
La llamada terminó de forma abrupta luego de eso y enseguida, todos se quedaron en silencio. Como Regina tenía la llamada en altavoz, todos escucharon lo que había dicho Nicolás. Así, la verdad había salido a la luz para todos. No podían creer que al yerno que tanto apreciaban, le importara un comino la vida de Luis.
Se sorprendieron de que Nicolás hubiera culpado a Simón por el estado del padre de Regina cuando había sido justo Simón, el poco querido y siempre insultado por ellos, quien había salvado la vida de Luis...
Todos parecían sentirse bastante incómodos con la situación. Sin embargo, Luis más bien, parecía confundido, así que le dijo a Simón:
—Debe estar cansado después de haberme salvado. ¿Por qué no vamos a beber algo juntos...?
—¡Luis! —Beatriz gritó y continuó—: ¡Deja de tratarlo con tanto respeto!
Luis se sintió impotente y dijo:
—Mira, yo solo quiero aprender medicina. ¿No es eso algo bueno para nuestra familia?
Beatriz estaba tan furiosa que dio un pisotón en el suelo y gritó:
—¡Vete al infierno! Dios mío, tú sí que eres el padre de tu hija. ¡Estás tan ciego! Él es Simón y él es justo la razón por la que tuviste un ataque al corazón hace un rato.
«¿Qué?», Luis estaba conmocionado y se enojó tanto, que casi revierte todo el tratamiento que Simón le hizo antes. No podía creer que el hombre al que anunciaba como su mentor resultara ser la misma persona que casi había conseguido que lo exiliaran de su familia. «¡Dios mío! ¡No puedo creer que lo haya llamado mi mentor!». Luis casi llora cuando se enteró de la verdad. «¿Qué está pasando? ¡Esto ya es una broma demasiado pesada!».
Sin embargo, al director no le importaron las disputas familiares, agarró a Simón de la mano y le dijo:
—Oiga, mentor, ya que tiene tanta habilidad para la medicina, ¿por qué no viene a supervisar nuestro departamento? Puedo darle cien millones y no tendrá que tratar pacientes aquí. Solo enséñeme un par de cosas, ya sabe. Mire, si hay algún paciente aquejado de alguna dolencia desconocida, todo el dinero que gane el hospital con el tratamiento será suyo si está dispuesto a ayudar.
—¿Qué? —Ilse, que acababa de regresar y se disponía a presenciar esta escena, se quedó estupefacta por lo que escuchó.
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