Conrado y Salomé llegaron a su habitación luego de acostar a las niñas, habían disfrutado de la fiesta de boda de sus amigos, ella se sentó en el espejo a desmaquillarse, cuando sintió las manos de su esposo masajear su cuello y hombros.
Ella suspiró de placer y se recostó un poco hacia su esposo, cerrando los ojos mientras él continuaba su masaje.
—¿Qué tal la pasaste, mi amor? —preguntó Conrado mientras seguía acariciando suavemente el cuello de su esposa.
—¡Genial! Definitivamente, fue una fiesta hermosa, me encantó cada detalle. Pero nada se compara con estar aquí contigo ahora —respondió Salomé, sonriendo mientras cerraba los ojos para disfrutar del masaje y caricia de las manos de su esposo, mientras unos leves gemidos de satisfacción salían de su boca.
Conrado se acercó a su esposa y donde antes tenía sus manos, colocó su boca, y comenzó a besarla con suavidad, descendiendo por su cuello, mientras acariciaba su piel con ternura.
Salomé giró su cabeza para encontrar su boca en un beso apasionado, en el que sus lenguas se enredaron y sus cuerpos se acercaron aún más.
Conrado comenzó a desvestir a Salomé con delicadeza, admirando cada centímetro de su piel desnuda. Ella lo ayudó a desabotonar su camisa, y luego se separó de él para desabrochar su pantalón, sin pronunciar palabra, se acercó más a él y comenzó a besar su cuello mientras desabotonaba su camisa y la dejaba caer al suelo.
Conrado dejó escapar un gemido de placer mientras Salomé le quitaba el pantalón y quedaba solo en ropa interior. Sin pérdida de tiempo, él la alzó en brazos y la llevó hasta la cama, mientras ella sonreía divertida.
—Esposo, estoy muy pesada, puedo lesionarte la espalda —pronunció entre risas.
—No estás pesada mi amor, tienes el peso perfecto para mí —afirmó, tumbándola con suavidad en la cama.
Enseguida comenzó a besarla con intensidad, mientras sus manos recorrieron su cuerpo desnudo. Salomé gimió y se retorció de placer, mientras se entregaba por completo a su esposo.
La pasión entre ambos aumentaba cada vez más, los besos y caricias se volvían más intensos mientras se perdían el uno en el otro.
Salomé no se quedó atrás, mientras él la besaba, ella recorrió su cuerpo con una pasión devoradora.
Tanto Salomé como Conrado, se dejaron llevar por el deseo que sentía el uno por el otro, entregándose a sus caricias sin inhibiciones.
Terminaron de despojarse de las pocas prendas que quedaban, desnudándose por completo, la colocó de medio lado para que la casa de su hijo, no fuera obstáculo para dar rienda a su pasión, con lentitud se introdujo en ella, que no pudo contener un gemido de placer que se mezcló con el de su esposo.
Trató de acompasar sus movimientos a los de él, para que el placer fuera mayor. Sus cuerpos comenzaron a sudar y sus respiraciones se volvieron más agitadas, hasta que ambos se liberaron en un orgasmo potente, que los hizo gemir al mismo tiempo.
Una vez que terminaron él se levantó, fue al baño y preparó un baño de aroma, luego regresó a buscarla, aunque ella ya estaba adormitada.
—Ven preciosa, vamos a darte un baño de agua caliente para que puedas descansar más relajada.
—Tengo… mucho sueño —bostezó con pereza.
—No te preocupes que no tienes que hacer nada, yo te llevo y me encargo de ti ¿Te parece? —interrogó y ella asintió, ya sin energía para responderle.
Sin más preámbulo, Conrado la alzó y la llevó a la bañera, metiéndose con él de manera cuidadosa, el dulce aroma de la fragancia a flores inundó los sentidos de Salomé que emitió un leve gemido.
El hombre comenzó a pasar sus manos por el abultado vientre de su esposa, aplicándole jabón líquido.
La sensación era tan deliciosa para ella, que no dejaba de gemir encantada.
—Esposa, si sigues emitiendo esos gemidos no respondo de mí —expresó besando su cuello.
—¡Eres insaciable Conrado Abad! —lo reprendió ella con voz temblorosa, aunque ya más despierta producto del deseo que la estaba invadiendo otra vez.
—¿Yo insaciable? Aquí la única culpable eres tú, eres una provocadora, porque con esos gemidos y movimiento me empezaste a excitar de nuevo, el muchacho que es llorón y vienes y lo pellizcas —afirmó él, entre risas, comenzó a besarla con ímpetu mientras la acariciaba con suavidad.
Conrado siguió acariciándola, mientras dos de sus dedos entraban y salían de su cuerpo, produciéndole una inmensa cantidad de placer. Ella tembló de deseo y las sensaciones se hicieron cada vez más intensas en ella.
—¿Vas a parar? —preguntó Salomé entre jadeos, no sabía si podía aguantar mucho más a ese hombre.
—Definitivamente, no mi amor, pero me gustaría que te vinieras en mi boca, ¿Qué dices? —inquirió acercándose a ella.
La recargó en la bañera y metió su rostro entre sus piernas, dándole placer con su lengua, al mismo tiempo que introducía sus dedos en su interior y los sacaba, dándole a su cuerpo un placer inmenso.
Si alguna vez hubo un ángel en la tierra, sin duda, para Salomé, era Conrado Abad.
Ella se arqueó y comenzó a gritar su nombre, mientras se dejaba llevar por el placer que la embargaba. Conrado la besó por todo el cuerpo, haciendo que se agitara y se estremeciera bajo sus labios, hasta hacerla explotar de placer.
La mujer sintió su cuerpo laxo, se mantuvo en esa postura durante un buen tiempo hasta que se recuperó del orgasmo, sin embargo, eso no detuvo a su esposo, empezó a acariciarla de nuevo con lentitud.
—Vente mi amor, córrete en mi boca —le dijo Conrado en tono suplicante.
Salomé no pudo contenerse, gritó de placer, creyendo que ya no podía soportar otro orgasmo, hasta que su esposo la penetró, al mismo tiempo que ahogó sus gritos con un intenso beso en sus labios
.
Su esposo se movió en su interior con lentitud, mientras jadeaba en sus oídos, haciéndole perder la razón. Ella lo tomó de la nuca y lo atrajo a un beso, mientras sus manos se estrujaban alrededor de su cuello.
Conrado se aferró a su cuerpo y movió sus caderas en un vaivén lento, cada movimiento provocó en ella un temblor de placer que se intensificaba cada vez más. Por instinto, Salomé se mordió el labio inferior para no gritar, solo quería sentir, el placer que le estaba dando su esposo.
Ella se aferró a sus brazos, cada vez que Conrado se introducía en su interior, jadeó y se arqueó para darle paso a su cuerpo, después de un rato, él colocó su mano entre sus piernas y comenzó a acariciar su clítoris, mientras entraba y salía de su cuerpo,
La mujer se estremeció y gimió, disfrutando de los dulces jugueteos de su esposo.
Quien no dejaba de deslizar su mano hacia su clítoris, estimulándolo de arriba abajo, en un ritmo perfecto, mientras la penetraba. Después de un buen rato, ella estalló en un intenso orgasmo que los hizo alcanzar el cielo.
Salomé sintió cómo su piel se erizaba de placer, porque un sinfín, de sensaciones, la inundaron de puro gozo y el latir de su corazón se fundió con el de su esposo.
Salomé gritó de nuevo descontrolada, mientras se ahogaba del intenso éxtasis, sentía que todo su cuerpo se estremecía y su rostro ardía.
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