Eran las tres de la mañana cuando sonaban los truenos, los relámpagos y la lluvia caía con fuerza. En los barrios solitarios, un salón de baile rodeado de lodo seguía abierto y en el interior sucedía una escena obscena tras otra.
La niña de apenas seis años y de nombre Yan Anmo, se escondía en un rincón oscuro. Sus ojos, que estaban llenos de miedo, se enfocaban en el centro del escenario, ella se esforzaba por contener la respiración y no se atrevía a moverse. Su madre bailaba de vez en cuando en ese lugar, y hoy había vuelto a emborracharse.
No entendía por qué su madre estaba rodeada por un grupo de hombres de apariencia asquerosa y obscena. Ella no comprendía lo que le hacían, y no sabía por qué la expresión de su rostro reflejaba tanto dolor. Sin embargo, cada lamento que salía de la mujer, era como un cuchillo afilado que se clavaba en el corazón de Yan Anmo, y la hacía temblar de miedo.
Las manos de los hombres tocaban el cuerpo de su madre una y otra vez y de sus bocas, salían risas aterradoras. Debajo del escenario, las personas que presenciaban el acto, parecían estar cada vez más entusiasmadas.
De repente, de los ojos quietos y sin parpadear de Yan Anmo, salió una lágrima y sus manos pequeñas y firmes se apretaron en silencio. Pasaba el tiempo y las luces del escenario seguían brillando, pero los gritos de la mujer se detuvieron de repente. Un hombre, de los que estaban junto a ella, le puso una mano debajo de la nariz y quedó paralizado, tiró el cuerpo a un lado, salió corriendo y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Sólo entonces, Yan Anmo vio que la ropa de su madre estaba desgarrada; su pelo desordenado estaba esparcido por el suelo, y su vestido blanco como la nieve comenzaba a tornarse carmín. La niña sintió que perdía el control mientras arrastraba su cuerpo rígido y adormecido entre la multitud para acercarse a su madre. Los sentimientos de pánico y desesperación la hicieron partirse en mil pedazos y entonces comenzó a sentir que el mundo era un lugar oscuro.
…
La estación de policía.
Al inspector Chen le partía corazón al ver a la niña de seis años delante de él. Ella era mucho más bonita y educada que las niñas comunes y era una lástima que hubiera perdido a su madre siendo tan pequeña. Además, la niña no tenía identidad y no estaba registrada.
Todos estaban controlados por su presencia y la habitación entera se quedó en silencio. La mirada del hombre estaba puesta en la parte de adelante del salón a la derecha, donde la niña comía. Él comenzó a acercarse a su lado, poco a poco.
Yan Anmo dejó la cuchara que tenía en la mano y levantó su delicada cara de muñeca con timidez. La inquietud en sus ojos la hizo parecer un conejito asustado. Ella miró fijamente al hombre con rostro tallado por los dioses mientras se le acercaba. No tenía expresión en su rostro, pero no parecía distante.
Ella vio como él extendía su mano y la miraba con ojos tan profundos como un océano.
Su voz fría sonó en su oído: «¿Estás lista para irte conmigo a casa?».
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