El Joven Secreto romance Capítulo 40

“Usted se encuentra aquí”, leo, con la vista en un mini mapa encuadrado en la pared que muestra la distribución del hospital y sus diferentes áreas. Diviso la sala donde me informó la recepcionista que se encuentra Samuel y sigo mi camino, tomando el judo que había comprado de la máquina expendedora al entrar. El refrescante sabor de la naranja me invade el paladar instantáneamente.

Paso por debajo de un enorme cartel que dice “REHABILITACIÓN” y continuo por un largo pasillo, doblando a la derecha en su desenlace. Lo que veo entonces hace que me quite la bombilla del juego la boca: un Samuel caminando hacia mí.

Obviamente no viene hacia mí de forma premeditada, de hecho, siquiera me ha visto. Avanza lentamente de la mano de una enfermera, algo tambaleante y torpe. Luego de unos pasos, se detienen y la enfermera le dice algo que no logro entender. Supongo que le pregunta si se siente bien o algo similar, puesto que lo veo asentir con la cabeza. Cuando están a punto de volver a emprender su caminata ya me encuentro bastante cerca, aunque no he visto por Samuel aún.

De repente siento una mano en mi hombro y alguien me adelanta, apartándome cuidadosamente del camino. Lleva bata blanca, así que es médico.

—Te necesito en la 54. La chica del turno se va y la que le sigue es nueva, me vendría bien que la guíes un rato. El señor tiene que comer y hay que hacerle una prueba de presión arterial. ¿Te falta mucho?

La enfermera suspira y mira a Samuel.

—Tengo que llevar a este paciente a su sala, me faltan dos corredores aún.

Me aproximo hasta quedar hombro a hombro con el médico.

—Lo puedo llevar yo.

El hombre se gira, topándose conmigo. La enfermera se sorprende y Samuel, que tenía la vista perdida en unas muestras gráficas sobre anatomía humana a su izquierda, se muestra sorprendido al escuchar una voz tan familiar, chocando su mirada conmigo por primera vez en el día.

—Eh…no sé si eso está bien (murmura el médico).

—No hay problema, la conozco. Es amiga.

Los tres nos giramos a Samuel.

—Si, de hecho, justo venía a visitarlo (intervengo).

El doctor encierra los ojos, supongo que dudoso de si dejar a un paciente en manos de alguien que no tiene responsabilidad real si algo le sucede al mismo o no. La enfermera permanece en silencio. El médico finalmente accede, colocando su mano en mi hombro esta vez no para apartarme, sino como gesto de confianza.

—Está bien. Tenga cuidado, por favor.

Doy el último sorbo a mi jugo de naranja y arrojo la liviana cajita vacía en un cubo de basura a pocos pasos, los cuales me apresuro en recorrer. Por último, ocupo el lugar de la enfermera, tomando la mano de Samuel con fuerza (aunque en el fondo evito a toda costa temblar) y sosteniéndolo por la espalda con mi brazo libre.

—Lo tiene que llevar a la sala 72. Yo regreso en unos minutos, él puede estar a solas si no tiene molestias.

Aclara la chica y asiento, dando a entender que todo quedó claro. Samuel comienza a caminar lentamente, haciéndome sentir su peso en mi mano derecha apenas da el primer paso. La enfermera levanta el pulgar con una expresión de pregunta en su rostro. Como no puedo responderle con el mismo gesto por tener los brazos ocupados, asiento por segunda vez y, acto seguido, desaparece por el pasillo en dirección contraria, uniéndose al doctor, quien parece estar muy apresurado por llegar a la sala 54.

—Ya había perdido la esperanza de que vinieras hoy.

Suelta Samuel de repente. Debo admitir que tengo el corazón un poco más acelerado de lo normal.

—Te trasladaron. Mis prácticas ya no son con vos. Recién terminé y vine a verte.

Se queda en silencio y sigue caminando, respirando agitadamente.

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