Apenas abro la puerta de la sala diviso la diferencia entre terapia intensiva y rehabilitación al instante. Lo he estudiado, pero jamás visto.
Luego de la complejidad y saturación de la terapia intensiva, con tubos, sueros y tristeza por todas partes, esto es la paz, y se nota en el ambiente. Aquí la gente ya consciente simplemente se recupera para irse a casa. Nadie lucha por vivir.
Una vez se sienta en la camilla con mi ayuda, Samuel se reclina solo hasta lograr acostarse.
—Voy a ver a quien encuentro para que te vea.
Digo, habiéndome quedado de pie, sin saber que más hacer o decir.
—No, no. Vendrá la chica apenas termine allá. Estoy bien, no te preocupes. Solo es cansancio.
—¿Seguro?
—Si, tranquila.
Mira hacia una mesita que se encuentra debajo de la ventana, a mi izquierda.
—¿Te puedo pedir un vaso de agua?
—Claro, sí.
Algo torpe y nerviosa, decido dejar mi mochila en un pequeño sillón de una plaza y hago lo que me pide. Al tenderle el vaso, mis dedos tocan los suyos. Aparto la vista, evitando chocarla con sus ojos. Luego de dejar casi vacío el vaso, él suspira.
—Así que hablaste con Eva.
Esperaba esta charla algo más disimulada y escalada, pero él va directo al grano.
—Si, me pidió que fuera a verla.
Se rasca su ligera barba.
—Su familia siempre ha sido muy amable conmigo y mi hermano después de que él se fue.
Está hablando de su padre.
—Sí, lo sé.
Samuel me mira algo extrañado.
—¿En serio?
Qué estúpida. Se supone que no sé nada. Él no puede saber que tanto me ha contado su prima sobre su infancia.
—Lo imagino.
Trato de disfrazar mi metida de pata, pero tengo la sospecha de que no me creyó mucho, porque entrecierra los ojos. Para mi suerte, la puerta se abre de manera repentina y entra la enfermera, algo agitada. Supongo que caminó a ritmo rápido para llegar hasta aquí.
—¿Todo en orden?
Pregunta acercándose apresuradamente a la camilla. Luego de comentarle de sus dolores, la chica permanece con nosotros unos minutos y planea retirarse tras chequear que todo va bien y no hay de qué preocuparse.
—Se puede ir cuando lo desee. Gracias por traerlo.
Dice sonriéndome y se retira por la misma puerta por la que ingresó.
—Lo mejor sería que me fuera.
—No digas esas cosas. Sobreviviste a algo terrible.
Pronuncio con dificultad, tratando de mostrarme segura de sí misma, porque el solo hecho de recordar lo que comentó Eva de las imágenes del accidente que le había mostrado la policía hace que un estremecimiento recorra toda mi espalda.
—¿Y? Esto es peor que estar muerto.
Mi paciencia se agota.
—Deja de comportarte como idiota. No tenés ningún daño irreparable, no perdiste ni piernas ni brazos. Tu cabeza parece ir bien.
—May, no puedo trabajar, siquiera salir solo. Cuando me den el alta voy a estar encerrado por días. Mi hermano tuvo que irse con otra familia por un tiempo porque no era capaz ni de cuidarme solo, como para poder cuidar a un menor.
—Todo es temporal.
Digo con firmeza, pero al notar mi tono…lo aligero, volviéndolo algo dulce.
—Dejá que te cuiden una vez en tu vida, siempre cuidas a los demás.
Él emite una pequeña y torpe sonrisa.
—Me gusta cuidar a los que quiero.
—Entonces pensá que ellos te quieren sano y salvo para que sigas cuidándolos, especialmente tu hermano. Joaquín estaría destrozado si lo dejaras solo, así que razona antes de hablar.
—¿Solo Joaquín?
Pregunta, observándome con una mirada algo tierna, ilusionada en algún punto, pero como si estuviera al borde de la desilusión. De mi respuesta depende lo que suceda a continuación.
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