El Joven Secreto romance Capítulo 42

Me quedo helada y no sé qué decir. El hecho de que me arroje esa indirecta de la nada no solo me hace sentir pánico por no saber cómo elaborar una respuesta que no eche mi orgullo por la borda de un barco, sino también llego a la conclusión de que…si habla de mi cuando el tema de la conversación es “dejarse cuidar por las personas que quiere” quizá en el fondo…yo sea una de ellas aún.

La ligera ilusión que me provoca esa teoría y las incontrolables ganas que invaden mi cuerpo de que sea cierta me hacen perder el hilo de mis pensamientos.

—Bueno, tu prima también…

Sonríe con una expresión algo traviesa, me atrevería a decir, pero a la vez…siento que lo desilusioné.

—…y más personas.

Trato de arreglarlo y espero haber aligerado un poco el peso de mi respuesta anterior.

—¿Qué paso con tu médico al final?

Pregunto cambiando de tema.

—¿Rivera?

Cuestiona con indiferencia y asiento.

—No lo ví más, me asignaron otra doctora y ella me derivó acá. Dijo que no era para tanto como para estar en terapia intensiva.

—Pero ¿y tus dolores?

—Espera que pasen pronto.

Su mirada se pierde en las sábanas, tratando de ocultar su semblante, pero habría que estar ciega para no percatarse de que el tema le duele y le incomoda.

—En parte, el hecho de que estés así es culpa mía.

Suelto de repente y sus ojos me apuntan de repente.

—¿Qué?

Me interrumpe, pero continuo, haciendo caso omiso de su voz.

—Incluso me sentiría mejor ayudándote a recomponerte, teniendo en cuenta que yo causé tu accidente.

—¿Causar mi accidente? ¿Cómo harías eso?

Abre las manos en un gesto de pregunta, con los ojos entrecerrados y luciendo confundido.

—Te ignoré por días, no te respondí las llamadas…

—¿Qué clase de droga tenía ese jugo que tomabas en el pasillo?

Esta segunda interrupción es mucho más invasiva y sustancial, imposible de evadir. A tal punto que, hasta habiéndolo dejado terminado su frase, no sé qué decir.

—¿Por qué pensarías esa estupidez?

No emito palabra. Él continua, con un tono de voz algo elevado.

—El único culpable de mi estado soy yo. Me excedí de velocidad y casi me mato.

Me duele tanto escuchar eso, no sé ni de donde saco las fuerzas para que no se me cristalicen los ojos.

Me duele oír ese comentario, porque obviamente para mí eso no es cierto.

Creo que ningún ser humano es digno de llamarse perfecto. Pero no por el dicho popular que sostiene sin explicación que “nadie es perfecto” ni ninguna causal religiosa. Opino que no sabemos qué es exactamente la perfección. Si supiéramos lo que significa y qué requiere, muchos habrían llegado a esa meta y la habrían alcanzado…y ya no sería tan “perfecto”.

Pienso que el término perfecto usado para describir o calificar a un ser humano no parte de un sentido literal de la palabra, sino de una mera proyección. Todos tendemos a la perfección, esforzándonos cada día por lograrla.

Pero lo que es perfecto para mí, puede ni acercarse al concepto que tenga otro, por ende, mi lucha por la perfección y mi intento de acercarme cada día más a esa figura imaginaria puede ser completamente diferente a la de otro.

Y en lo que a mí respecta, Samuel no está muy lejos de ser perfecto.

—Nunca aflojas tu orgullo, eh.

Él gira su cabeza hacia la mesita que tiene a su derecha, rozando su ligera barba con la remera de paciente celeste que lleva puesta, movimiento que provoca un leve y curioso sonido de raspado en el ambiente.

—A veces pienso que eso es lo único que puedo mantener al cien por ciento conmigo.

Vuelve a mirarme al finalizar la frase.

—¿Y bien? ¿Estás mejor de tu absurda culpa?

—No realmente.

Samuel suelta un pesado suspiro.

—¿Y qué te haría sentir mejor? ¿Llevarte las llaves?

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