El Joven Secreto romance Capítulo 43

—Dejaste en claro no sentirte cómodo con eso.

Menciono, abriendo la mochila tras haber escuchado un ruido que produce mi estómago de forma constante desde hace minutos y sacando el paquete de galletas que compré por la mañana. Habiendo comido una, me pongo de pie y le extiendo el paquete a Samuel. Él sonríe de forma graciosa dado a la infantilidad de la situación. Recordemos que estábamos en una charla profunda sobre la culpa y de la nada me puse a comer en frente suyo.

—Bueno, no del todo, pero…si te hace sentir mejor podés venir a veces.

Dice extendiendo la mano y tomando una galleta de queso.

—Me gustaría, pero no quiero forzarte a algo que te disgusta.

—¿Disgustar? (Muerde la galleta). No me disgusta tu presencia, tonta. Solo odio sentirme inútil.

—Trataré de evitar que sientas eso, entonces.

Ya llevo comiendo cinco galletas en lo que el recién acaba de terminar de masticar la primera. Esto es bochornoso.

—¿No comiste en todo el día no?

Cuestiona con una sonrisa cómica.

—No y, honestamente, después de tantas horas de prácticas con hambre…sufro como gato en celo.

Samuel estalla en una carcajada espontánea y su risa es tan tentadora que me la contagia a mí en parte, haciéndome soltar una leve risa.

—Entonces vaya a casa D'Angelo, Luisa la debe estar esperando con un lindo almuerzo.

Dice con una sonrisa y la sinceridad en su voz me provoca una sensación de tranquilidad que no he sentido hace bastante relacionándome con él, a causa de mis constantes nervios por los últimos acontecimientos. Estira su mano, dejando a la vista la copia de Eva de las llaves de su departamento.

Habiéndome devorado medio paquete de galletas de queso, le tiendo lo restante. Se niega al comienzo, pero logro convencerlo. Siendo del rubro, se lo asquerosa que puede llegar a ser la comida del hospital para un paciente y el cómo unos simples aperitivos con sabor a queso pueden alegrarle el día. Básicamente, intercambiamos paquete por llaves.

—¿Me llamas si necesitas algo, aunque sea en el hospital?

Teniendo en cuenta que su prima se encuentra en otra ciudad y su hermano pequeño en una playa, aunque, de todas formas, no pudiera hacer mucho debido a su edad…sé que probablemente sea la única persona cercana que tiene.

—Dudo que sea necesario.

—Samuel.

Ríe.

—Está bien.

La ventanilla se encuentra completamente mojada y transpirada, producto del calor del interior del auto en comparación con la fría lluvia de afuera, cuando nos detenemos en el enrejado de la casa, a la espera de que los guardias abran el portón. Y, a pesar de la poca visibilidad que tengo, visualizo una figura, de pie en la entrada de casa a varios metros, a cubierto de la lluvia en aquel rincón.

A medida que el vehículo avanza y hace un giro para acercarme a la puerta y así evitar que me moje, limpio con la manga de la camisa la ventanilla y logro ver a Mía, con una mochila colgando de su espalda, arrinconada, asumo que con frío en la puerta de entrada.

Desciendo del vehículo, que se ha estacionado bajo techo cubierto y me encamino hacia ella.

—¿Por qué no entraste?

Pregunto abriendo la puerta de un empujón y omitiendo el detalle de preguntar qué hace aquí, puesto que no la esperaba.

—Quise esperarte.

—Podrías haberlo hecho adentro, pedazo de loca.

Cierro la puerta tras nosotras.

Luego de almorzar juntas y charlar con Luisa en la cocina, a quien invitamos a comer también lejos de la mirada de mi padre, quien se ausenta por las tardes…subimos al dormitorio. Mía, tras dejar su mochila en el suelo, se sienta en la cama mientras yo vacío la mía, costumbre que tengo desde la niñez.

—Desde el sábado que quería hablarte de algo, pero no supe cómo.

El viernes fue cuando la vi con Oliver. Sinceramente no creí que me lo fuera a contar tan pronto, tan sólo tres días después.

—¿Pasó algo con Pablo?

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