El Joven Secreto romance Capítulo 44

Abro un poco los ojos en gesto de sorpresa al escuchar el nombre de mi hermano salir de su boca, fingiendo no tener idea de lo que está contándome. Ella se queda muda, esperando una reacción de mi parte, pero al ver que no tengo expresiones exageradas ni pienso matar a nadie, continúa.

Me relata como comenzó todo, diciendo que cuando las cosas se dieron por terminadas con Pablo, ella no tenía con quien hablarlo, ya que yo me encontraba metida en mis asuntos con Samuel, y que no quiso molestarme taladrándome la cabeza con un tema más que pensar. Escuchar eso me hace sentir culpable. Habiéndome indignado por la distancia que había tomado Mía conmigo, no se me ocurrió pensar en que quizás tenía sus razones. Yo estaba en mi mundo y ella, ayudándome en el mío, pero en el fondo…sola y sin pedir ayuda para ella misma.

Fue uno de esos días en los que me la pasaba con Eva en el hospital con la incertidumbre pesándome en la espalda, cuando sucedió lo de Pablo. Ella vino a verme y resultó que yo no estaba, porque me encontraba en mi segunda escapada al hospital.

La recibió mi hermano, que justo daba la casualidad de que salía de la casa, dirigiéndose a un paseo en su auto nuevo, que le acababa de llegar del concesionario. Mía, al ver que yo no estaba, optó por retirarse y Oliver se ofreció a llevarla. Charlaron un poco en el camino y al llegar a la casa de los Bernardi, la madre de Mía vió a mi hermano desde el porche, a quien conoce desde que éramos adolescentes, y lo obligó a comer con ellos ese mediodía.

Luego de comer, los padres de la anfitriona salieron del comedor y ambos jóvenes permanecieron allí, momento en el que Oliver mencionó que la notaba triste y preguntó si algo sucedió. Ella, fracasó en su intento de mentir diciendo que solo había sacado malas notas en la universidad, cuando ciertamente siquiera estábamos en época de exámenes. Habiendo metido la mata de esa manera, no tuvo otro remedio que comentarlo. Ni siquiera eran las 13 horas cuando los padres de Mía subieron y para cuando bajaron, recién a las cinco de la tarde para merendar, mi hermano aún estaba ahí.

—Ah, pero entonces no me contaste casi nada sobre lo que pasó con Pablo.

Digo, interrumpiendo su relato con indignación.

—No fue de Pablo que hablamos tanto. En realidad, tu hermano se fue por las ramas para subirme el ánimo e hizo chistes tontos. Aunque tengo que admitir que me reí varias veces.

—No te creo nada.

Exclamo, poniéndome de pie, para dejar mi mochila vacía en el armario y volver a tomar asiento. Ella ríe.

—No hay mucho que decir de Pablo. Nos solíamos ver los fines de semana y llegó un sábado en el que me dijo literalmente que no quería, de forma amable. Que ya comenzaba a trabajar luego de sus pequeñas vacaciones y que no tendría tiempo para nada de ocio. Fue una indirecta muy directa para hacerme entender que me sacaba de su vida.

—Qué imbécil.

—No en realidad, desde el inicio supimos que era pasajero.

—¿Y qué pasó cuando bajó tu madre?

Pregunto, volviendo a la historia de mi hermano en su casa por horas.

—Se sorprendió y fue algo incómodo, teniendo en cuenta que mamá me ha “shippeado” con tu hermano desde que tengo memoria.

Ambas reímos, recordando las citas forzadas que armaba la madre de Mía para ellos dos, de las cuales ninguna resultó porque solo eran amigos y mi hermano estaba lejos de querer fijarse en chicas a esa edad.

—Por alguna razón comentó que yo pensaba tomar clases de manejo y Oliver se ofreció a dármelas él.

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