El Joven Secreto romance Capítulo 45

Tras hacer uso de mi voz al atender la llamada, oigo un suspiro del otro lado.

—Por fin. Perdón por molestar tanto.

Bajo los últimos dos escalones y miro a mi alrededor. Una mucama limpia el suelo en el otro extremo de la habitación y mi madre charla con Luisa en la puerta de la cocina.

—No molestaste, me preocupaste. ¿Qué pasó?

Luisa y mi madre se voltean y sus miradas apuntan hacia mí al percatarse de mi presencia. Mamá me hace una seña con el brazo para que me acerque. Respondo en el mismo lenguaje, y enseñando el teléfono y mi palma abierta, le hago entender que saldré a la entrada y que volveré en unos cinco minutos porque estoy en una llamada.

—Quería saber cómo fue todo. Si hablaste con él y si te vas a quedar con las llaves al final. Me preocupa haber tenido que irme y haberlo dejado solo.

Escucho en mi oído la voz algo cambiada de Eva, producto de alguna mala señal, supongo. Al ver que mi madre asiente con la cabeza y continúa con Luisa, cuya mirada es más pícara, abro la puerta y abandono la casa, saliendo al exterior.

—Hablé, sí.

Tengo a varios guardias de la entrada bastante cerca de mí, reunidos bajo el porche, alrededor de una camioneta azul, que desconozco. De esta se baja un hombre que lleva en el hombro una especie de trípode.

—¿Y todo está bien?

Estando segura del hecho de que estoy rodeada de sujetos con trajes que trabajan para mi padre, los cuales no dudarán ni un segundo en detallarle lo que oyeron de esta conversación en el primer instante en el que les parezca extraña o fuera de lo normal, me alejo, girando hacia la izquierda de la entrada y cruzo la esquina de la pared. Nuestra casa está construida en un lote algo rectangular, pero de tamaño grande. Por ende, la edificación de la casa en sí se realizó en el medio de ese rectángulo, tomando casi todo el ancho y dejando en los costados solamente unos pequeños paseos por los cuales no pueden caminar más de tres personas en fila, porque no cabrían. Básicamente, hay un rectángulo inverso dentro del rectángulo. Todo el enorme espacio que abarca este predio se encuentra en la parte delantera (entrada, adoquines para que los vehículos transiten, garaje, la hamaca de metal donde se sentaron Oliver y Mía y un porche con una pequeña fuente bajo techo cerca de la puerta) y la parte trasera de la casa (un enorme jardín, incluso más grande que la zona de la entrada, con una piscina, un rincón apartado y cubierto para hacer barbacoas y tener bastantes invitados si es necesario). Fue en la parte trasera donde se festejaron los quince años de mi prima, colocando mesas y sillas en todas partes. Aunque el baile con Samuel fue dentro de la casa, en la sala, apenas bajando las escaleras.

—Si, mejor de lo que creí. Lo ayudaré, pero de forma limitada, como él quiere.

Exclamo, habiendo logrado finalmente escabullirme en un lugar donde no hay nadie. Eva bufa del otro lado y acto seguido ríe.

—Ese cabeza dura… ¿Y ya fuiste hoy?

—Lo ví en el hospital, sí.

—Me refiero a la casa.

—No entiendo.

—Ah cierto que olvidé pedírtelo.

¿Por qué las charlas con esta chica llegado a cierto punto se vuelven una película de suspense?

—¿Pedirme qué?

—Que te pasaras por el departamento el día anterior a que le den el alta.

—No entiendo.

Respondo, algo perdida.

—Claro, para mañana.

Si antes estaba perdida, ahora definitivamente soy un GPS que no para de repetir la misma indicación absurda una y otra vez. Eva, al ver que no emito sonido alguno tras varios segundos, prosigue.

—Mañana a la mañana le dan el alta, se va a casa. ¿Qué no te lo dijo?

Comienzo a subir las escaleras y Luisa se me adelanta, dándome una ligera caricia en la espalda al pasar, dirigiéndose al cuarto de mi hermano. Llego detrás de ella, viéndola algo confundida al encontrar el cuarto vacío.

—Está con Mía en mi dormitorio. Estábamos hablando antes.

Ella asiente con la cabeza y toca la puerta de mi cuarto, abriéndola al escuchar la voz de mi hermano indicándole que pase. Ella sigue donde estaba antes, en la cama. Él se ha sentado en la silla de mi escritorio, a poca distancia de la cama. Mientras Luisa rápidamente le comenta a mi hermano la situación, mencionando que la entrevista iniciará en veinte minutos, Mía me dirige una sonrisa inocente que me da ternura. La veo incómoda, algo humillada por lo que me ha contado y el hecho de que yo los había visto. Supongo que la incertidumbre de no saber que opino del tema vuelve más intolerable la situación.

Abro rápidamente la puerta del vestidor y comienzo a cambiarme. No opto por un vestido, sino un traje femenino moderno, cuyo saco rojo oscuro lleva mangas previamente arremangadas y cubre ligeramente una camisa negra. Supongo que todos esperan que lleve vestido. Mi hermano de traje, como el principal heredero y yo…la decoración del lugar, al igual que siempre ha sido mi madre desde que el dinero en grandes cantidades tocó el bolsillo de papá. Demostraré ser todo lo contrario.

Cuando salgo del vestidor Luisa sonríe, hace un comentario de que me veo “madura” y me apura para bajar. Mi hermano hace rato no está en la habitación, supongo que fue a cambiarse. Mía se levanta de la cama y ambas seguimos a Luisa, siendo conscientes de la conversación que quedó a medias.

Cuando desciendo las escaleras, mi hermano ya está tomando asiento en un sillón. Los han acomodado raro. Como dije, los sofás los han sacado de la escena, dejando únicamente tres sillones individuales. Mi padre se encuentra sentado en el centro, mi hermano, a su lado derecho. Asumo que el tercer sillón es para mí cuando veo al hombre del trípode haciéndome una seña para que me acerque. ¿Pero acaso no somos cuatro en la familia?

Luego de que me maquillen ligeramente y tomar asiento, noto la mirada irritada de mi padre sobre mi ropa. No le gusta mi pinta empresarial. Lo pone incómodo, se siente invadido. Me causa gracia. Su mirada me genera placer.

Mi madre está de pie cerca de las escaleras. Evidentemente, su vestido fue en vano. No hay un cuarto sillón para ella y su mirada muestra lo dolida que se siente al haber sido excluida completamente. Al verme, sonríe, tratando de ocultarlo, pero ya es tarde. Ya he visto su mirada de desilusión cuando apuntaba al hombre que tengo al lado. Verla en ese estado me da rabia.

Mía, saluda con la mano y sale, supongo que habiendo entendido que en esta situación será imposible continuar con la charla pendiente.

Me olvido de ella y de todos por un momento, y dirijo mis ojos a la cámara que se encuentra bajo un foco que se acaba de encender, iluminándome. Estoy harta de ser un títere, estoy harta de que él me haya hecho sufrir tanto y en parte arruinado la única relación que me importaba. Estoy harta de ver a mi madre como alguien invisible, estoy harta de tener un padre así. Y ahora tengo el control, puedo hablar en cámara.

El hombre del trípode grita.

—Luces, cámara, ACCIÓN.

Estamos en vivo.

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