El comienzo es bastante estándar. Presentan a mi padre, mencionando que luego de tanta espera finalmente ha aceptado dar una entrevista televisiva y comienzan con una serie de preguntas. Él cuenta como se inició en el mundo de los negocios y toda una historia emotiva y exagerada acerca de la importancia de lo que él llama “productividad”. Luego habla de cómo la empresa que fundó fue creciendo, a tal punto de volverse una multinacional en sólo doce años. En esa instancia, tanto mi hermano como yo respondemos preguntas básicas como: “¿Cómo lidiábamos con un padre tan ocupado siendo adolescentes?”, “¿Cómo se sintió el salto de clase social en la familia?” y similares. Minutos después, finalmente llega un punto en el que el entrevistador va al grano.
—¿Y cómo ve usted el futuro de la empresa y sus herederos? ¿Sus hijos ya trabajan con usted?
Mi hermano mira a mi padre y su mirada se topa con la mía por un segundo.
—Mi hijo sí. Desde muy joven.
El periodista ahora deposita la mirada en mi hermano y se dirige a él.
—Oliver, ¿no? (Recibe un asentimiento de cabeza). El mayor.
—Exactamente.
La voz de mi hermano apenas se oye, está nervioso.
—¿Así que trabajas con él?
Y se intercambian varias preguntas y respuestas poco importantes sobre las obligaciones de mi hermano en la empresa de su propio padre, algo aburridas para mi gusto para ser vistas por un ciudadano de clase media baja, que probablemente apenas puede llegar a cubrir sus gastos habiendo estudiado una carrera de verdad y teniendo más años que Oliver.
Finalmente, el periodista se gira hacia mí.
—Y…May.
Asiento con una sonrisa.
—¿Cómo participas en la empresa familiar?
Sé perfectamente la respuesta armada que debo decir. Fue algo que se pactó hace años que debíamos decir en caso de que se nos preguntara. Que ambos apoyábamos la empresa, que éramos parte, que seríamos la continuación de esta luego, estudiando carreras acordes a ella. Pero en tres años no hubo ocasión de una entrevista tan íntima. Y ahora ya es de público conocimiento que yo estudio medicina, por lo que ese cuento…no es para nada creíble. Un simulacro de familia modelo que ya no funciona del todo, para la cual, supongo que mi padre tenía pensado preparar un guion nuevo para que dijéramos el fin de semana. Para su mala suerte y mi beneficio, el canal televisivo se adelantó y vino antes.
—No mucho en verdad. Estudio medicina.
El periodista sonríe, algo perdido. Obviamente sabe lo que estudio, pero no esperaba esa respuesta fría de mi parte.
—Bueno, pero obviamente tendrás algún papel…siendo la única hija del señor D'Angelo (mira a mi padre de forma respetuosa), ¿no es así?
Noto tensión en el ambiente, ansiedad. Todos esperan una respuesta más calma, más…aburrida. No me atrevo a girar hacia mi padre. Tengo una pantalla a poca distancia de mí en la que me veo, como lo verá el resto de las personas que vean esta entrevista.
—Claro.
El periodista sonríe más ampliamente, es lo que esperaba. Pero yo no terminé.
—Ser su hija, ese es mi papel. No ser más que su hija. Pasa lo mismo con mi madre.
El reportero traga saliva y tira de la camisa del camarógrafo, haciéndole una seña rara. Automáticamente me veo en la pantalla con un zoom descomunal. Quieren lucrar con esto, quieren venderlo. No me importa.
—¿Cómo sería eso? ¿En qué difieren ustedes de los demás familiares?
Sonrío. La rebeldía vuelve a mi cuerpo en el preciso instante que recuerdo que, en este contexto, es mi padre quien depende de mí.
—Ustedes y el resto del país nos ven como un sueño, una meta. Vivir así (miro a mi alrededor), en un lugar así, conducir un auto que vale mucho, tener choferes, guardaespaldas, asistir a fiestas millonarias, tener vuelos privados, comprar lo que quieras al instante. Parece un paraíso, ¿no?
—Bueno, dicho así…claro.
—¿Y qué pensarías si dijera que en realidad me siento en una prisión?
—Me gustaría escuchar el por qué, supongo.
Improvisa el hombre, con una pizca de curiosidad en los ojos.
—No sé si mi madre, pero yo…producto de todo esto he perdido aficiones, pasatiempos, cosas simples que en esta clase no me puedo permitir, como salir a caminar sola sin un auto que avance a la par mía, “protegiéndome”.
A esta altura el hombre creo que me mira más apenado que curioso.
—Amigos, íntimas veladas familiares…
—¿Estás hablando de la ausencia de tu padre a causa de su trabajo?
Sonrío.
—Estoy yendo más allá.
—Bien (la cámara enfoca al periodista, quien une sus manos, pensando una pregunta que formular). ¿Qué dirías que fue lo más doloroso que pasaste por ser una D'Angelo?
Respondo con naturalidad, mientras me sirvo un vaso de agua fría.
—Humillaste públicamente a tu padre.
—Qué curioso. Yo vi a una persona con vestido como la humillada de la familia.
Se queda en silencio. Luego de darle un sorbo a mi vaso, lo deposito en la mesa y me acerco a ella.
—¿Acaso no estás harta, mamá? ¿Tanto te gusta vivir en la sombra? ¿Sin ser nadie? Él nos controla a todos como quiere, siempre.
—May…
—No voy a tener esta discusión ahora. Si te gusta tu vida como es, podés conformarte. Yo pienso diferente.
Pronuncio rápidamente, abandonando la habitación y regresando a la sala, donde mi padre sigue ocupado con el reportero, y siquiera ha podido mirarme desde que se apagaron las cámaras. Oliver no está en la sala, Luisa tampoco.
Aprovecho que nadie me mira para subir a mi cuarto y cambiarme. Desciendo diez minutos después, esta vez encontrándome con mi hermano, que transita las escaleras en dirección contraria a la mía.
—Al fin te encontré. (Suspira). ¿Podemos hablar?
—En realidad, salía. Podemos hablar a la noche, si no te molesta.
Él bufa.
—Papá está en la entrada. Lo vas a tener difícil.
—¿Lo distraerías por mí? Con algo de suerte, el guardaespaldas me lleva sin preguntarme nada.
—Está bien, pero me debes esa charla.
Mi hermano sale primero y yo pocos segundos después, tal como se habíamos pactado.
Cuando me encuentro afuera, ni los veo. “Excelente, Oliver”, pienso en mi interior y me acerco al sedán negro, estacionado en la puerta del garaje de la vacía entrada. El guardaespaldas sube a su asiento automáticamente tras haberme abierto la puerta trasera. Necesito ir al departamento de Samuel sin decir que voy al departamento de alguien, y menos el él. Necesito que nadie me vea entrar a ese edificio, porque Eva no va a volver a bajar a abrirme como la otra vez y el guardaespaldas no puede verme abrir yo misma y con llaves la puerta de un departamento ajeno. Levantaría las mil y una de las sospechas. Podría mentir diciendo que le cuido la casa a mi amiga, pero sería muy tonto de mi parte ya que mostrar que tengo una relación tan íntima con ella solo produciría que se pusieran a rebuscar tanto quién es Eva y de dónde me conoce, y en poco tiempo sabrían que siquiera es de aquí.
—Llevame al centro comercial Sáenz.
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