—No sé qué tanto te contó.
Dice mi hermano rascándose la frente luego de tomar asiento a los pies de mi cama, refiriéndose a Mía.
—¿Vas a decirme que no volviste a hablar con ella del tema? Los dejé solos cuando bajé.
—Si, pero…
Desciende la vista al acolchado tal como lo hacía Mía, detalle que me causa curiosidad.
—…este tema la incomoda. Tiene miedo.
—¿Miedo a qué?
Oliver levanta la vista, observándome fijamente.
—A dos cosas, pero una principal. Le asusta que no estés de acuerdo con esto, porque le dolería no tener tu aprobación, y a la vez, habiendo tanta gente en su círculo, se sentiría humillada de tener algo justo con tu hermano. También le incomoda el hecho de que lo veas así…
—” Así”, ¿cómo?
Pregunto sin entender.
—Como “la que se escabulló con tu hermano a tus espaldas”. Esas son sus palabras exactas.
Suspiro.
—Podríamos decir que es más vergüenza que otra cosa.
Comento, llegando a una conclusión, y el asiente.
—¿Y vos, que sentís?
Suelto de repente y Oliver me mira algo extrañado. Noto timidez en su rostro, debo admitir que no reconozco al chico que tengo enfrente. Baja la vista, evitándome.
—Me siento fatal.
Se produce un silencio largo en el ambiente, que finaliza con una pesada exhalación de su parte.
—Yo no tenía idea, de nada, lo juro.
Lo dejo continuar, ahorrándome la interrupción de preguntarle de qué habla exactamente. Él lo hace, como si ni esperara que dijera algo.
—Todo lo que dijiste…yo no sabía…
Decido intervenir.
—¿No sabías qué cosa?
—El daño (me mira fijamente) que hice. Me quedé impactado cuando dijiste esas cosas en cámara. No sabía que ese chico era tan importante.
—No fuiste el que causó el mayor daño, de todos modos.
Digo refiriéndome a mi padre.
—Fui su cómplice. Yo saqué las fot…
—Oliver (lo interrumpo), lo de las fotos ya fue solucionado hace mucho.
—Da igual. Actúe como un resentido.
—Ya tuvimos esta conversación, no te guardo rencor. ¿Podemos dejarlo atrás?
—Está bien. Si preferís que me aleje de Mía…
—Oliver.
—…lo entendería. Te chantajeé con eso y al final…
—Oliver.
Mi hermano se tensa, lo veo. No sabe que decir. Para mi suerte, interviene mamá.
—Tomás, por dios. En vez de alegrarte…
Él ni siquiera la mira. Transporta su mirada hacia mí, observándome algo desafiante.
—¿No es raro, May?
Me limito a darle un sorbo a mi jugo de naranja.
—¿Qué al menos dos personas en esta familia se lleven bien?
Digo. Esa respuesta lo llena de rabia. Exhala y desciende su vista a su plato.
—No te mostraste muy familiera la última vez que abriste la boca en público.
Y es ahora cuando mi madre debería intervenir en realidad, y claramente no lo hace. Qué asco. No sé si lo odio más a él por su autoritarismo y su carácter soberbio o a ella, que jamás ha tenido las agallas de enfrentar a alguien que se supone que es su igual, no su superior. Su silencio ha hecho que él se exalte más siempre, sintiéndose el jefe de todos, el amo. Sonará duro, pero…mi madre siempre fue su cómplice, y a la vez su víctima.
Al que conoce a la May arrogante de hace unos meses le sorprenderá que la que se encuentre en silencio tras ese comentario asqueroso hacia ella, sea la misma persona. Mi orgullo y en parte mi honor acaban de tocar la corteza terrestre, por más que suene gracioso. Ya los perdí. Pero no me interesa seguirle la contra a mi padre ahora o declararle la guerra, porque necesito que me deje en paz en este momento extraño y lleno de giros que estoy transitando.
—¿Van a hacer eso todos los días, chicos?
El tono “materno” de mi madre parece tranquilizar y borrar las tensiones en la cara de mi hermano. Nunca ha desafiado a papá, jamás lo tuvo en su contra. Algo que ha sido mi día a día desde que soy adolescente, parece aterrarlo.
—Solo los días de las prácticas de May, ma.
El desayuno termina y me pongo de pie para recoger mi mochila del sillón y salir hacia el hospital, cuando oigo la voz de mi padre a mis espaldas. Mi hermano debe ir a la empresa en una hora, por lo que debería tener tiempo libre aún.
—Vení temprano conmigo a la oficina, salimos en cinco. Quiero hablar con vos en el camino.
Dice mi padre y sube las escaleras colocándose el saco del traje en el camino. Mi mirada y la de Oliver se cruzan.
Juraría verlo pálido.
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