El Joven Secreto romance Capítulo 49

Los continuos semáforos en verde y la falta de tráfico hacen que el viaje hasta el hospital transcurra en un santiamén. Aun así, me las apaño para acercarme a recepción cinco minutos tarde, habiéndome quedado ese rato mirando la máquina expendedora con cara de hipnotizada y no sabiendo que comprar al ver que las galletas del otro día se acabaron.

La práctica transcurre un poco más pesada que el día anterior. La paciente no solo no ha despertado del coma, sino que su cuadro se ha agravado. Médicos entran y salen como si la puerta fuera la de un banco por la mañana, incluso se chocan entre ellos. La familia de la paciente espera en el pasillo hace bastante rato. En determinado punto, se me obliga a abandonar la sala a mí también.

Aquel hombre de unos cincuenta años y dos chicas de mi edad se congelan al verme salir de la habitación.

—¿Alguna novedad, señorita?

Pregunta el esposo, desesperado.

—Están haciendo todo lo posible para ayudarla, señor.

El hombre respira agotado, tembloroso.

—Confíe en el equipo médico.

Pronuncio con una voz tranquilizadora, colocándole una mano en el hombro, en gesto de compañía. Me quedo con ellos un rato, ya que literalmente no tengo nada más que hacer salvo esperar a los que irrumpieron en la sala, sintiéndome como un familiar preocupado más.

La puerta se abre pocos minutos después y una médica es rodeada por la familia, informándoles que lograron estabilizarla y que la mujer continúa en coma. Por más que suene horrible, en este contexto, es una buena noticia.

Posteriormente a ser retenida por el esposo y la hija mayor de la paciente (la menor siquiera se paró del asiento y se encuentra con la vista completamente perdida, transitando de una forma más pasiva su dolor), la doctora me indica que mis prácticas han acabado oír hoy, que no tiene más sentido que me quede. Es un poco temprano para mi norma. Suelo acabar unos cuarenta minutos después, pero no me queda otra.

Mejor. Samuel recibirá su alta en apenas quince minutos y será mejor que me apresure.

Vuelvo a entrar a la sala 113, recojo mis cosas y abandono “Terapia Intensiva” siguiendo mi rutina. Al pasar por debajo del tablero “Rehabilitación” ya me sé de memoria el camino, en el cual le dejo a mi hermano un mensaje de que necesito que se acerque al hospital.

Cuando llego a la habitación, la puerta ya se encuentra abierta, por lo que me asomo por el umbral de esta luego de tocar dos veces y me encuentro con una cama y habitación sin Samuel. Solo diviso a una enfermera acomoda unos frascos de medicinas en un armario con puertas de vidrio.

—¿Disculpe?

La chica se gira, topándose con un rostro desconocido y asiente con la cabeza.

—¿Y el chico que estaba antes?

—Acaba de ser enviado a casa con el personal médico. No deben haber ni salido del edificio aún.

“Maldita sea”, pienso en mi interior, y creo que la enfermera nota mi desconcierto.

—Siga hacia la izquierda de este pasillo y vera un cartel de “Salida de Estacionamiento” …

—No se preocupe, tengo como seguirlo. Gracias.

Interrumpo sus indicaciones, hablando de forma precipitada y amontonando muchas palabras por segundo. Lo último que veo es la chica extrañada y con una sonrisa en el borde de los labios. Desaparezco de su vista un instante después, tengo a paso rápido hacia la entrada principal, prácticamente arrojándome a la calle.

Para mi suerte, Oliver es puntual y ya se encuentra dentro de su auto, el cual ha aparcado en la vereda de enfrente, a pocos metros de mí.

—¿Qué tal tu dí…

—¡ARRANCA!

Lo interrumpo con la voz elevada, habiendo apenas cerrado la puerta del copiloto. La subida abrupta del volumen de mi voz lo asusta, pero pocos segundos después, coloca la luz de giro y comenzamos a movernos, incorporándonos a la avenida.

—Qué amable.

Dice algo resignado, sin despegar la vista del tráfico.

—Perdón. Le dieron el alta antes de tiempo.

Me apresuro a aclarar, dándole mi teléfono con la dirección del departamento ya en el GPS.

—¿Querías ir en la ambulancia con él?

Pregunta Oliver, mirándome por un segundo.

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