El santo millonario romance Capítulo 20

Dayana Berlusconi

Termino de quitar el maquillaje y luego sujeto mi cabello en una cola, observo como Donovan abotona su camiseta y su cabello desordenado lo hace ver sexi, creo que es de los pocos hombres que después del sexo sigue viéndose tan ardiente.

Suspiro y me levanto de la silla para agarrar mi pequeña maleta con algunos cambios de ropa.

—¿Lista? —cuestiona y asiento.

—Tu chofer y seguridad deben estar preocupados, —suelto y este niega—. Debimos dormir aquí y mañana irnos a la casa de mi madre, —comento mientras cierro la puerta del apartamento.

—No creo conciliar el sueño en otro lugar que no sea parte de mis recuerdos viejos, —masculla.

—Eso entonces me daría la oportunidad de tenerlo despierto el resto de la noche.

Alza sus cejas sorprendido.

—¿No se agota?

—Contigo… mmm… no creo, —me rio mientras observo su cara de sorpresa—. Es adictivo y bastante placentero tener un hombre que piense mucho en satisfacer al amante y cubrir sus necesidades al mismo tiempo, —informo.

—¿Eso supongo es que no soy tan malo?

—Me tienes como tu maestra, pero siempre me voy a preguntar ¿Qué tanto quieres aprender? —permanece callado y supongo no está preparado para dar una respuesta como esa.

Cuando las puertas del ascensor se abren al llegar al lobby caminamos fuera hasta llegar al jeep donde subimos a este y enseguida el auto se pone en marcha hacia el lujoso apartamento de mi jefecito.

(…)

Estando en el edificio ya en su sala Donovan me mira de manera intensa y camino hasta el sofá para sentarme en espera de saber que le molesta o inquieta. Cada día que pasan conozco más sus expresiones.

—¿A qué te refieres con hasta donde puedo llegar para aprender?

—Depende de que tan abierta sea tu mente, —comento, camina hasta el sofá y se sienta. Son las dos de la mañana y parece que el señor Bristol está más interesado en el tema que en dormir una siesta reparadora.

—Tengo el amigo más promiscuo de todos, —suelta—¿Qué puedes hacer tu que él no? —cuestiona.

—No me ponga aprueba, —sonrió.

—Si yo quisiera aprender…

—Lo ayudaría, pero claro siempre comenzare con algo básico, —explico, no quiero exponerlo a otros sin que sepa defenderse y también porque apenas estamos comenzando a relacionarnos.

—Entonces aprenderé, —suelta y suspiro.

—Eres tan inocente.

—No soy inocente Dayana… solo me gustaría explorar ahora y ya luego ver que decisiones tomó en mi vida, —anuncia.

—Bien… ahora vamos a dormir, —me pongo de pie y este hace lo mismo.

Esa noche no dormimos juntos y la propuesta estuvo echa pero decidí hoy darle su espacio, creo que tuvo suficiente de mi por varias horas aunque me hubiera gustado escucharlo jadeando y teniéndolo sobre mi concentrado en lo que hace.

Dormí plácidamente y a la mañana siguiente desperté temprano, con una sensación incomoda en el medio de mis piernas y suspiro, me voy directo al baño para tomar una ducha de agua a temperatura cálida y eso libero la tensión de mis músculos.

La ropa que utilizo es un jean ajustado a mis piernas junto a una blusa de tiros que deja descubierto mi abdomen plano y ombligo, tomó también una chaqueta marrón y me calzo con unos tacones bajos, camino fuera de la habitación hasta llegar a la cocina donde mi jefecito come leyendo un periódico.

—Tu madre es muy buena, —me dice mirando por donde se marchó. —Confió en que la doctora hará todo para que gane esta guerra, —asiento agradecida.

—Lo hará, —murmuro. —¿Quieres conocer más de la casa? —asiente y le doy un pequeño recorrido dejando por ultimo mi habitación que está llena de recuerdos de mi adolescencia.

—Porrista, —suelta tomando la fotografía.

—Ya sabes la típica rubia. —Suelto haciendo un ademan con mi mano.

—No eres la típica rubia, ya que vi tu currículo y estás muy preparada… hablas varios idiomas, fuiste la mejor de tus clases e incluso sabes artes marciales, —lo último lo dice sorprendido.

—Mi madre siempre se esforzó porque sea la mejor, —sonrió.

—La mía también pero ya ves en lo que se convirtió después…

Se calla y se tensa.

—Hey… tranquilo, —sujeto su mano. —No tienes por qué hablar de eso si te incomoda, —suspira y retrocede hasta sentarse en la cama.

—Solo diré que mi familia se fue abajo después de la muerte de mi hermana, —la tristeza nubla sus ojos y no puedo evitar sentarme en su regazo para así poder abrazarlo.

—Lo siento mucho, —no sabía que había perdido a su hermana.

Nunca escuche de una señorita Bristol en la familia o en la prensa, se lo que se siente perder un familiar, ya que mi padre igual murió hace años y fue el dolor más grande de todos después estuvo la enfermedad de mi madre y pensé que la perdería.

—Tenía un gran futuro, —susurra con dolor.

Beso su mejilla y acaricio la otra mientras miro sus ojos atormentado, sé nota que hay más para contar pero no está listo para hablarlo y yo creo que tampoco estoy preparada para escuchar la tragedia de este hombre porque no soy ciega y he visto las cicatrices que cubren su espalda por las cuales nunca me he atrevido a preguntar que le ha sucedido, ya que puedo sentir que eso es parte de esa extraña oscuridad que lo rodea.

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