Donovan Bristol
Inhalo profundo tratando de aligerar el dolor que consumía mi corazón y sentir la mano de Dayana en mi mejilla por extraño que parezca fue reconfortante, me transporto aún ambiente menos tétricos y con más paz. Su beso en mi mejilla me hizo pensar por primera vez que todo estaría bien y la carga que llevo al fin se ha terminado.
—Espero que algún día tengamos la confianza suficiente para compartir cargas, —la escucho murmurar, no responde nada y mi mente viaja hasta recordarme que debo hacer una pregunta que me carcome desde hace horas.
—¿Estás utilizando algún método anticonceptivo? —cuestiono.
—Ok señor
Bristol sabe cambiar de tema en tres segundos, pero le daré su respuesta, —se separa un poco para mirarme a los ojos—. Me estoy cuidando, no debes preocuparte por eso, —asiento un poco más aliviado, ya que he sido demasiado descuidado.
—Nunca soy descuidado con lo que hago y creo que debo aprender hacer cuidadoso en esto, —asiente.
—Tiene razón, pero tranquilo todo está bien y no hay bebé, ni abra tampoco y dudo que tenga, —eso último lo dice con algo de tristeza.
—Puedes contarme, —pido.
—Otro día será, —suspiro.
Creo que Dayana y yo compartimos muchas cargas en nuestras espaldas, el destino se ha encargado de jodernos la vida y si existe Dios creo que se divierte poniéndonos aprueba, pero solo le digo una cosa y es que se le fue la mano con cada situación que me ha sucedido.
Después de pasar un agradable rato en casa de la madre de Dayana, me ofrecí a llevarla hasta su apartamento y quedamos en que en dos días se mudaría al mío. Al volver a solitaria estancia justo en mi puerta encontré a
Alexandro con lentes oscuros listos para tocar.
—¿Qué buscas? —cuestiono, se gira y puedo ver su labio inferior algo partido.
Frunzo mi ceño y me acerco preocupado para quitarle las gafas, su rostro está algo magullado y se encuentra inexpresivo.
»¿Qué diablos te sucedió Alexandro?
—Entremos, —abro la puerta y este entra de primero, lo sigo hasta la sala donde toma dos vasos de mi estantería de licores para así prepararlo con Whisky, me ofrece uno y tomamos asiento en el sofá.
—¿Me puedes explicar ahora mismo que te sucedió? —interrogo.
—El idiota de Gabriel fue lo que me paso, —suelta apretando su mandíbula—. Ese imbécil se cree el amo y señor de todos los clubes donde frecuento ir, no sé por qué la insistencia en estar en mis sitios, pero ya no lo soporto así que lo enfrente y nos insultamos y terminamos de esta manera, —explica.
—Espero y lo hayas dejado irreconocible, —suelto.
—Tendrá el rostro hinchado por varias semanas, —murmura orgulloso. —Debes hacerle unas auditorías a la cuenta, ese patán no trabaja y vive derrochando dinero, —asiento.
—Eso haré con la cuenta de Sonia, —digo, ya que si sacan dinero lo hacen de la de mi madre y no dejaré que estos sigan aprovechándose del sudor de mi padre.
—Ahora cuéntame que tal el sexo, —suelta de la nada y no puedo evitar arquear ambas cejas sorprendido.
—¿Qué? Pone los ojos en blanco.
—No te hagas el desentendido, sé que estás follando con la secretaria y no lo niegues porque escuche algunas cositas, —sonríe con picardía—¿Cuánto llevan haciéndolo?
—Alexandro, —reprocho.
—Cascarrabias Bristol ¿piensas ocultarle esto a tu mejor amigo? No puedo creerlo, o sea te he contado casi todas las experiencias que he tenido y tú no quieres compartir con tu hermano de otra madre, —me mira indignado. —¿Tan mal fue?
Niego.
—Fue mejor de lo que pensé, —le digo.
—Solo eso me dirás ¿cierto?
—Un caballero no tiene memoria, —le recuerdo sus propias palabras dichas cuando sucedió su primera vez.
—Touché.
(…)
—Bien, si no hay más que proponer en esta junta entonces pueden volver a sus puestos de trabajo, —anuncio y cada persona presente hace lo que pido excepto Dayana—¿Sucede algo señorita Berlusconi? —cuestiono cuando ya estamos solos.
—Si este trabajo en Suecia están importante quiere decir que deberás viajar hasta allá.
—Debemos viajar, —corrijo. —Como mi asistente personal la voy a necesitar a mi lado, ya que es un proyecto de prioridad y esta empresa de aviación necesita una buena supervisión, no puedo confiar este trabajo que nos llevara a otro nivel a cualquier persona, —añado.
—Donovan… hey… despierta, —abro mis ojos encontrando la mirada preocupada de Dayana—. Solo es una pesadilla, —susurra tocando mi mejilla la cual se encuentra húmeda al igual que mi cuerpo empapado de sudor.
—Perdón si te desperté, —murmuro pasando una mano por mi cabello.
—No te preocupes, me es imposible conciliar el sueño, —comenta y solo asiento. —¿Quieres hablar de tu pesadilla?
—No, —hago una mueca, no quiero recordar ese día y menos hablar de eso.
—Bien, prepararé un poco de leche ¿Quieres que te traiga un poco?
—Gracias, tomaré un baño, —salgo de la cama y camino hacia el lugar mencionado, cierro la puerta y me observo en el espejo totalmente desaliñado, suspiro hace días no tenía pesadillas y ahora regresan como por arte de magia, supongo ya la pastilla no hacen su efecto como deben.
En mi mente hago nota de hacer una cita con la psicóloga a ver si habla con su amigo siquiatra para cambiarme las pastillas a otra que hagan su efecto, no puedo estar teniendo estos ataques ahora que viene ese proyecto tan importante.
Me desnudo para meterme bajo la ducha con agua fría para despejar mi mente, suspiro apoyando mi frente contra el cristal mientras el líquido recorre mi cuerpo a su antojo.
Después de la ducha al salir, no recuerdo que dijo Dayana y no me preocupo por cubrir mi desnudez lo cual fue un error, ya que la rubia se encuentra en mi habitación con las tazas de lo que supongo es leche y me observa de manera despreocupada como si no le incomodara esta situación.
—¿Mejor? —cuestiona, camino hasta las toallas y me envuelvo en esta para sentarme en la cama, tomó la taza humeante.
—Sí, —murmuro para dar un sorbo a esto.
—¿Qué son las pastillas de tu mesa? —señala.
—Me ayudan a dormir y relajarme, —comento sin dar más detalles.
—Espero sea diagnosticada por el médico.
—No me drogo si eso es lo que piensa, no soy adicto a ellas, pero las necesito para evitar crisis… —me callo, ya que lo que digo es lo mismo que diría un adicto.
—Supongo te diste cuenta el camino por donde iba tu excusa, —murmura y aprieto mi mandíbula. —No eres un adicto y lo sabes, pero si sigues abusando de ellas te cobran factura… tarde o temprano, pero lo hará.
—Sé las consecuencias de utilizarla y mi médico me lo ha comentado, —es lo que digo para dar por terminada la conversación.
No soy adicto y no pienso caer tan bajo, pero por ahora necesito estas pastillas para mantener la calma y seguir siendo un hombre estable que puede dirigir una empresa como esta que conlleva mucha presión por parte de todos.
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