El santo millonario romance Capítulo 33

Dayana Berlusconi

Año nuevo es apena en unas horas y pensábamos regresar, pero la nevada que cae en Estocolmo imposibilita la salida de aviones por lo que pasaremos este momento en la cabaña mirando la chimenea mientras esperamos lo que se aproxima.

—Si mamá estamos bien, —observo su rostro por la pantalla del computador.

—Esperaba tenerte de frente ante la novedosa noticia que te quiero dar, —anuncia, Donovan llega hasta mi lado entregándome una taza de chocolate.

—Señora Laura, es bueno verla otra vez, —saluda.

—Ya te he pedido que me llames Laura, eso de señora me hace sentir tan vieja, —no puedo evitar reírme.

—La costumbre, no le pidas a Donovan tanto porque es imposible que cambie eso, —le comunico—¿De qué va la noticia? —interrogo para dar un pequeño sorbo a mi chocolate.

—Las células cancerígenas han desaparecido totalmente…

—Mamá que increíble noticia, no sabes cuánto me alegra saberlo, —suelto tratando de no llorar.

—Señora Laura, me alegra que esté ganando la guerra, —esta reprocha a Donovan por lo de llamarla de esa manera de nuevo y puedo ver que se ríe.

—Espero pronto regresen para comenzar a organizar la boda, me hace muy feliz saber que son tan lindos juntos, —anuncia con una enorme sonrisa.

—Su hija pronto estará vestida de blanco en el altar.

Nos despedimos de mi madre y observo a Donovan por varios segundo.

—Pensé que solo sería algo por el civil, —niega.

—Mi padre siempre quiso que nos casáramos por la iglesia y civil ¿sucede algo malo? —interroga.

—Es que llevar toda está falsa hasta la casa de Dios, me parece muy injusto, —murmuro.

—Técnicamente no es una falsa, nos queremos Dayana y aunque sea muy pronto hacer boda y todo lo demás, pero por ahora veamos el lado positivo de todo esto…

—¿Cuál?

—Que ya nadie se pondrá interponer… podemos luchar juntos para que estar casado sea y se sienta bien, —toma mis manos y besa en la que llevo el anillo de compromiso.

—¿Siempre tienes una solución a todo? —alza sus hombros.

—Te dije que nunca te libraras tan fácil de mí, —me recuerda para luego darme un beso en mis labios, suspiro disfrutando sus mimos que son bastante frecuente y no me empalaga porque es como ver a un niño pequeño disfrutar cada segundo en un parque de diversiones.

Alexandro Bianchini

—Deben recordar que todo debe estar en orden porque de lo contrario, el señor Bristol se enfadara, —anuncio mirando a los ejecutivos.

—Una de las importaciones tuvo problemas, pero pronto se estará solucionando, —anuncia el encargado del área de muelle de carga.

—Eso espero, —murmuro.

—Señor Bianchini, lo solicitan en su oficina, —concluyo la reunión para ir hasta mi área de trabajo encontrando a Gabriel «¿Qué mierda quiere el idiota?» pienso mirándolo con aburrimiento.

—¿Qué quieres? —cuestiono.

—Buenas tardes para ti también, —su sarcasmo solo me provocan ganas de patearle el culo y sacarlo de este lugar.

—Déjate de idioteces y habla de una vez, —me siento en mi sillón en espera de lo que necesita.

—Sonia me envía…

—Imagino que ha visto que su tarjeta ya no funciona, —anuncio.

—¿Fuiste tú? —cuestiona.

—Claro, pero por órdenes del jefe. Hablarán de eso en su regreso, —hago una pausa mientras veo su ceño fruncido. —Ya se acabaron los lujos por varios meses, supongo que debes mucho dinero en ese casino al que sueles frecuentar, —suelto con burla mirando su mandíbula tensarse.

—A ti no te debe importar…

—Realmente no me importa, —interrumpo. —Pero me importa mucho que tú y tu padre dejen de derrochar dinero de la compañía sin hacer nada, —lo señalo—. Ahora te pido que te marches antes de que llame a seguridad para que te saquen de aquí, —pido.

—Algún día caerás, —suelta con odio.

No digo nada y lo observo marcharse, suspiro y espero no volver a verlo nunca por estos lados, ya que su sola presencia me incomoda y dan ganas de lanzarlo por la ventana.

—Señor Bianchini ¿está listo para comenzar las entrevistas? —asiento.

Por motivos de que cargo más trabajo de lo acostumbrado, necesito una asistente, ya que mi secretaria y yo no podemos con tanto. La primera persona que llega para ser entrevistada es una chica de cabello rojo, buen currículo, pero su coqueteo daña todo, por más que me interese echar polvo con cualquier ser humano, no puedo defraudar a Donovan en estos meses que estará fuera.

—Buenas tardes, señor Biachini, —el último entrevistado, es un chico de tez blanca. Al principio pensé que estaba enfermo o algo, porque su palidez me ha impresionado, su currículo no muestra experiencia laborar, pero en esta empresa eso no es un problema.

—Entonces ¿Por qué estás interesado en trabajar en esta empresa? —cuestiono, se remueve incómodo y se nota bastante nervioso, pobre chico.

—Como seguro a vis-to, perdón, leído, —tartamudea un poco.

—Inhala y exhala, —pido recostando mi espalda del sillón.

Lo observo hacer lo que pido y deja salir un suspiro.

—Nada que ver con California. Empieza a nevar desde noviembre y es una pasada todo el frío, —suelta.

—No te andes quejando, si tienes a alguien que calienta tu cama, —anuncio.

—Me gustaría hablarte sobre eso, —murmura, se nota angustiado.

—Por favor, no me digas que la has embarazado, —pido.

—¿Qué? No, cállate y escucha, —mando como siempre. —Desde hace unos días me siento extraño cuando estoy con Dayana, —alzo mis cejas.

—¿Extraño? ¿Cómo? —pasa una mano por su cabello.

—Feliz, —me carcajeo.

—Eso no es extraño, Donovan.

—No lo entiendes, me siento en calma y ya ni siquiera tomó mis pastillas, no me dan ataques de ansiedad al ver algo que no está ordenado de menor a mayor y tener sexo es diferente, siento cada segundo que debo cuidar de ella y que no quiero perderla de vista, me gusta verla sonreír ¿entiendes la gravedad del asunto Alexandro? —si dieran premios a las personas que le pegan al futuro. Entonces me llevaría cinco estatuillas a mi casa para colocarla en la entrada por acertar a mi predicción del gruñón enamorado, sería un gran título para un libro.

—Donovan, —me mira observándome atento. —No es raro, es solo que estás enamorado de ella, —se queda callado.

—No puede ser, —susurra.

—Hey, tranquilo, no debes preocuparte y es bueno que haya sucedido, es común que tengan esa conexión y además es la única mujer a la que le has puesto la polla…

—No es cierto, estuve con más mujeres, pero no…

—Espera ¿Qué? —lo interrumpo, suspira.

—No quiero que hagas drama, —pide y asiento. —Practique tríos, —dijo esa palabra en plural lo que me informa que fueron varios. —Fue bueno, extraño, pero en cada uno, no me excitaba si ella no interviene, —me sorprende.

—Entonces, estás muy enamorado, —suspira.

—Creo que sí.

—Tómalo con calma y háblalo con ella, no sabes si siente lo mismo por ti.

Muerde su labio inquieto.

—Cuando todo esto comenzó, le pedí que no se enamore de mí y ahora yo soy el que la caga, —Donovan siendo Donovan en toda su esencia.

—Ya veo, siempre la cagas, pero aun así tal vez, Dayana si esté enamorada de ti, —murmuro—. No por nada eres el magnate más codiciado, pon a valer los huevos y hazte el hombre que eres, —suelto dándole ánimo, espero ella lo acepte y no rompa su corazón, no merece más daño en su vida.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El santo millonario