El santo millonario romance Capítulo 32

Dayana Berlusconi

No puedo evitar sentir miedo con respecto a esto que busca Donovan en mí, no estoy segura, pero igual me siento tan cómoda cuando está a mi lado y sé que dará todo para esto no se pierda. Nunca imagine que podría interesarle para algo más que una simple aventura y luego terminar todo cuando tenga lo que necesita.

Ahora más que nada siento que tengo la necesidad de contarle sobre mis miedos y de igual manera ayudarlo a salir hacia adelante tal y como me prometí hacerlo.

—¿Qué piensas? —cuestiona sacándome de mis pensamientos, no me di cuenta del momento en que despertó.

—Nada nuevo, —me acurruco más a su cálido cuerpo.

El fuego de la chimenea ha menguado, lo que disminuye el calor en esta parte de la cabaña. Su mano se posa en mi cintura y giro dándole la espalda para así poder ser cubierta por este.

—¿Qué pasa? —interroga, su pierna se entrelaza con la mía y me abraza fuerte, suspiro.

—Entonces ¿Qué sucederá de ahora en adelante?

—Seguiremos igual Dayana. Ahora se enseria más todo lo que llevamos y solo no pienses mucho y deja que lo que sea que crece entre nosotros continúe su curso, —propone para luego besar mi hombro.

—Mi antigua pareja…

—No debes hablar de ello si no te sientes cómoda, —interrumpe y niego.

—Stevan era un buen hombre, simpático, cariñoso y también un buen psicólogo, me ayudo a superar mis problemas después de la muerte de mi padre. Nuestra relación iba muy bien hasta que quisimos ir a más.

—¿Más?

—Casarnos y tener hijos, pero todo se fue por la borda al momento de que nos enterarnos que era estéril. Su rostro mostraba decepción total y término abandonándome solo por ser así, no dejo que el doctor explicara los métodos para quedar embarazada y se fue dejándome allí.

—Es un hijo de perra, —nunca lo había escuchado decir grosería, creo que la última vez fue cuando me intentaron drogar.

—Pero no todo fue malo, me enseñó a buscar la manera de como descargar la adrenalina y conciliar el sueño sin pastillas, —le recuerdo.

—Y lo has logrado conmigo, —murmura. —Dayana si piensas que te dejaré ahora por saber que tus probabilidades de tener hijos son bajas, no lo haré. También soy un hombre con problemas de fertilidad y todo por las pastillas, pero me aseguré de dejar mis espermatozoides en un banco de semen. —Me informa.

—No hablemos de hijos todavía, —sé que con esa información me deja claro que tiene tanto dinero como para lograr que tengamos hijos aunque no sea en mi vientre.

—Bien, —lo siento sonreír como si hubiera ganado la mejor batalla de todas.

—Señor Bristol, —llaman.

—No entres aquí, —protesta antes de que la persona llegue, me cubre bien—¿Qué sucede?

—El desayuno ya está listo, —anuncia.

—En unos minutos vamos.

La persona se retira y me río bajo.

» ¿Qué te da risa? —interroga.

—Señor Bristol, creo que le emociona demasiado el desayuno, —su dureza es muy notable contra mi espalda baja.

—Muy graciosa, —murmura para apretarme más contra su cuerpo como si eso fuera posible—. Anoche todo fue distinto, —comenta cambiando de tema, me giro para mirar su rostro y lograr ver sus ojos azules mirarme con bastante intensidad.

—Igual opino lo mismo, —acaricio su mejilla y besa la palma de mi mano.

Saber que Donovan es así solo conmigo me hace sentir especial, sus risas dedicadas solo a mí y que es tan reservado con las demás personas. Su felicidad es contagiosa y lo que paso anoche fue único y especial, me pareció muy maravilloso, caricias, besos y gentileza en cada momento.

—Vamos a desayunar, —se sienta, me entrega su camisa y se pone su bóxer.

No hay mucho que hacer en este lugar y todavía es su cumpleaños.

—Mierda, —suelto al ver las colchas manchadas de sangre, Donovan me mira preocupado. —Tranquilo, no es nada grave, es mi alocado período, lo siento, —me disculpo por este desastre.

—No debes disculparte, es algo natural y solo recojamos todo aquí y listo.

Asiento y recogemos las colchas para dejarla en el área de lavado, me doy una ducha y me visto con ropa abrigadora, pero cómoda porque siempre que tengo estos momentos de regla es como si me partieran los ovarios en dos.

(…)

Donovan pasó su cumpleaños conmigo en cama, consintiéndome en mi primer día del odioso período, compresa de tibias en mi vientre que se inflama un poco y muchos mimos por parte del empresario. Es como ver a una persona totalmente diferente cuando se comporta como un padre consintiendo a una hija mimada.

Suspira.

—Apenas llevamos varias horas de comenzar algo que ni siquiera tiene una etiqueta o forma, —suelta. —Te vuelves muy sobre protector, —suspiro.

—Debes entenderme, —hago una pausa cuando vienen a recoger nuestros pedidos—. Cada persona que me importa termina muriendo o saliendo de mi vida, no quiero que nada te pase Dayana, —toma mi mano.

—Nada pasará, relájate y disfruta cada segundo, ya que en pocos días regresaremos a California y tendremos que enfrentar a tu madre, a la mía y al mundo que soltara muchas cosas sobre mí y de ti.

—Te prometo que bajaré un par de rayas a mí sobre protección, —sonríe.

—Eso espero señor Bristol.

Después de comer volvimos a las motos de nieve para regresar a la casa y preparar el jacuzzi con agua tibia que expulsa sus vapores por todo lado, nos metimos allí y nuestras pieles volvieron a sentir calor, Dayana se sube a mi regazo para besarme con calma.

—Estas con tu período, —le recuerdo porque no es buen momento de calentarme y dejarme de esa manera.

—Relájate, —besa mi mejilla y sus manos masajean mis hombros, suspiro dejando ir mi cabeza al borde del jacuzzi mientras ella sigue masajeando y acariciando mi pecho.

—Dayana, —reprocho cuando su mano toma mi miembro que se encuentra duro.

—¿Qué te dije? —interroga mirándome con sus ojos entrecerrados.

No respondo y la dejo hacerlo, me masturba y me besa hasta el momento de correrme dejando salir un bajo gemido en su boca, me sigue acariciando prolongando mi orgasmo, suspiro y llevo mi mano hasta su cuello para besarla con agonía.

—Eres como un demonio, —suelto mirando sus ojos que me observan con picardía.

—Que corrompe a un pobre hombre de alma noble, —susurra, beso sus labios de nuevo y acaricio su mejilla con calma.

—Un pobre hombre que cae rendido como la Torre de Babel ante el pecado que lo hizo sucumbir a las llamas eterna del infierno, —Dayana solo se gira y recuesta su espalda de mi pecho, me atrevo a dejar caricias en su vientre y cuando quiero deslizar mi mano hacia su sexo me detiene.

—Nada de eso, señor Bristol, no piense cosas impuras, —hago un puchero y beso la coronilla de su cabeza.

—Se arrepentirá de ser una mujer mala señorita Berlusconi.

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