El Socio de mi padre romance Capítulo 50

Axel Vega Lazcano

León, Guanajuato, México

Nos sentamos a brindar con las últimas bebidas, ninguno hablábamos, solo nos mirábamos y entonces supe que yo, no le era indiferente, pues en el abrazo que nos dimos, la sentí temblar y eso me decía sin palabras, que también ella sentía por mí, algo más que una amistad, porque yo ya la había abrazado antes y no se había sentido cómo ahora, como la sentí temblar en mis brazos.

–Amaia, te he traído esto – Le entregué una hermosa caja de regalo – Espero que te guste y más que eso que te lo pongas. Se te va a ver muy bien puesto.

Sus ojos brillaron al recibir el regalo, se veía tan tierna, tan dulce, ya no la veía como esa niña que llegaba todos los días de clases, no, ya no era esa niña, ya había cambiado ante mis ojos convirtiéndose en una hermosa mujer.

–Muchas gracias, Axel – Ella volvió a abrazarme y me quede congelado – No era necesario que me compraras nada, pero sabes que te quiero.

–Yo también te quiero, te quiero mucho Amaia. – Dije casi exponiendo mis sentimientos.

–Lo voy a abrir, quiero ver lo que hay dentro – Se puso como una niña emocionada con el regalo – Axel, esto es…

Por la expresión de sus ojos, me daba cuenta de que había acertado en el regalo, porque me recordaban a ella, un alma libre, y un ángel, era muy dulce y encantadora.

–Es lo que me encantaría ponerte ahora mismo, si me permites claro.

–Sí, pónmelo, es hermoso Axel – Ella tenía los ojos cristalizados – En serio, me ha encantado.

–Claro cariño, ya te lo pongo.

Le puse el colgante en forma de alas de ángel que le había comprado y cuando lo hice y me aproximé a su cuello para ponérselo, ella se estremeció al contacto y comenzó una especie de risa nerviosa de su parte. Ya que se lo dejé puesto, ella solita, se colocó los aretes y se estaba mirando en el espejo de mi oficina. Se veía preciosa.

–En serio, muchas gracias, Axel, está increíble – Volvió a decirme – No soy mucho de usar joyas, pero me ha fascinado.

Esperaba verla con el obsequio que le había puesto, me gustaría saber que a pesar de que no le gustaba ningún tipo de joyas, este lo llevaría porque yo se lo regalé.

–Que bueno que te guste, Amaia. Esa era la intención. Quise comprar algo original, así como lo eres tú.

–Salud Axel, por ti, por mí, por mi cumpleaños – Dijo muy contenta – Eres a quién más extrañaré cuando vaya a Madrid.

Apenas me había enterado de que se iría a Madrid con el novio y ya me estaba doliendo, la iba a extrañar demasiado, porque ya me había acostumbrado a verla llegar todos los días, a verla hacer sus tareas, a ver lo dedicada que era en todo lo que hacía.

–Nada que agradecer, cariño. – Dije con normalidad.

No quería que se me notara la desilusión en la voz, ella se iba con su novio y los vería salir de mi oficina, la vería ir con otro que no era yo. Que la besaría y que le daría un regalo que quizás opacara al mío, pero no me importaba siempre y cuando, ella siguiera usando mi regalo.

–Hasta luego, buenas tardes – Dijo su novio.

La vi salir, llena de alegría con él, de mi oficina. Algo dentro de mí comenzó a manifestarse, era una sensación que no había sentido nunca y que ahora entendía a quién lo sentía, era el coraje de verla con otro que no era yo, era el deseo de querer estar en su lugar de él, para ser yo quien estuviera con ella. Ese día supe lo que era estar celoso.

***FIN DEL FLASHBACK***

Cuando volví de ese viaje al pasado y recordé aquello, me lamentaba ahora más que nunca de lo que le había hecho anoche. No podría perdonarme, que por culpa de eso, ahora ella no quisiera ya estar conmigo, porque rehuía hasta de verme a los ojos. Era algo que no podría aguantar, no poder ver sus lindos ojos dedicándome toda su atención.

Tenía que convencerla de no terminar, tenía que hacer que reconsiderara lo que me escribió en la hoja, pero no podía hacer nada ahora con Ale presente. Tenía que pensar en algo y no podía tardarme tanto, me costó mucho estar con ella en una relación para que ahora todo se fuera al infierno por mi enojo tonto.

Por no darme cuenta de que era su vida, no la mía, y que ella podía hacer lo que quisiera, porque ya no me iba a estar prohibiéndole nada ni la iba a tratar de la forma como la traté el día de ayer, me prometía a mí mismo, que ella sería libre de hacer lo que quisiera, que si ella se quería emborrachar con la güera o con quien quisiera no me iba a enojar, pues le prometería que la iba a cuidar siempre. No me opondría a nada.

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