Encuéntrame romance Capítulo 8

Todos callaron al escuchar a Frank decir su penitencia, pero el cuerpo de Cox se colocó en tensión como si la situación no pudiera ser peor. Maldijo varias veces por estar en este lugar y haberse dejado llevar por sus impulsos. Así que hizo que no estaba escuchando y trató de mirar hacia otra parte.

Ana se estremeció al escuchar las palabras de Frank, sin embargo, al rodar los ojos en dirección de Xavier, solo pudo ver como Olivia estaba en plena diversión por lo que estaba aconteciendo.

Se sentía de cierta forma un poco humillada y burlada, y esa sensación solo aumentó ese sentimiento desconocido que estaba surgiendo muy dentro de ella. «No iba a dejarse intimidar».

—Bien —respondió Ana a la vez que todos se giraron de golpe hacia su lugar. Aunque los nervios se la estaban comiendo viva, unas fuerzas nuevas comenzaron a emerger.

Tomando toda la aspiración posible y dando una sonrisa más bien forzada, giró en la dirección de Cox y dijo lentamente para que todos pudieran entenderla, y no tener que repetir de nuevo lo que iba a hacer.

—Profesor Cox… bailaré con usted.

«Esto no podía ser verdad», pensó Xavier volviendo a centrar sus ojos en ella, pero cuando vio que sus estudiantes comenzaron a reír ante las palabras de Ana, no esperó un segundo más y dio los primeros pasos en su búsqueda.

—Xavier —le susurró Olivia tratando de frenarle la acción, pero la decisión estaba tomada. Si esa chica se estaba creyendo muy valiente, debía demostrárselo a él mismo.

Cuando Anaelise vio que el hombre había comenzado a caminar hacia ella, su cuerpo se tambaleó sabiendo que no podía doblegarse ni arrepentirse. Abrió los labios para que el aire no se sintiera tan pesado. Sin una palabra, gesto o aviso, él tomó su mano y la haló suave para que salieran del círculo donde se encontraban.

Su tacto que estaba frío y áspero, solo revolucionaron las sensaciones que ella tenía en desorden. Intentó por un segundo rechazar ese choque, pero el bullicio que se hizo luego que abandonó el círculo detrás de Cox, le hicieron quedarse a merced de lo que ese hombre haría.

Cometió un error, ella lo sabía, de hecho, sus pensamientos se dispararon en cuestión de segundos mientras su cuerpo vibraba. Nunca imaginó que podía hacer algo como eso, de hecho, su mano estaba siendo tomada por un completo desconocido que había vuelto mierda todos sus sentidos en solo cuestión de segundos.

Los sonidos agudos llegaron a sus oídos y el ambiente caliente volvió a invadirle la piel. Cox la había guiado a una parte donde todos estaban bailando y parecía que la música que se escuchaba ahora, estaba volviendo locos a todos en el lugar.

Nadie estaba pendiente de ellos, cada uno se ocupó de su baile, y la poca iluminación de esa pista hacía que fuese un poco más difícil distinguir a otra persona.

Era imposible que aquel grupo allá afuera, pudiera detallarlos, ya que Xavier había dejado su visibilidad casi nula. Él se detuvo, le soltó la mano y se colocó de frente a Anaelise traspasándola con esa mirada negra.

—Baila —fue la palabra que pronunció hacia ella como una orden, mientras su cuerpo tembló un poco asustada.

—Yo… discúlpeme… Yo, no debí…

El hombre arrugó el ceño.

Anaelise podía ver que el enojo comenzaba a dominarlo y retrocedió unos pasos. Pensó que Cox iba a refutarle y mandarla nuevamente al carajo, sin embargo, él se dobló un poco hasta alcanzarla y luego acortó la distancia entre ellos colocando sus manos duras en las caderas de Ana.

Todo dentro de Anaelise gritó: “peligro, alertas rojas y alarmas” dentro de ella. Tenía años en que ningún toque hacia su cuerpo hubiese sido gestado y lo que estaba ocurriendo en este preciso instante iba más allá de sus propios límites.

Por impulso colocó sus palmas en los brazos de Xavier queriendo intentar quitar el toque y salirse de sus brazos, pero en cuestión de segundos la música cambió y un tema suave que dejó la agitación a un lado, hizo que Ana solo dejara las manos estáticas.

Las luces bajaron y a lo que volvió la mirada, Xavier acercó más su rostro quedando a solo centímetros de ella.

«¿Qué estaba haciendo?», se preguntó Xavier cuando se dejó llevar por el momento y envolvió el cuerpo de Anaelise entre sus brazos. Podía sentir el nerviosismo de ella, no le pasaba desapercibido que estaba temblando en sus brazos y sus labios vibraban llamando mucho su atención, pero con su olor… él dejó de pensar después de eso.

—Debes mover tus pies, de lo contrario te pisaré —dijo Xavier quitándole la mirada y rozando su mejilla para no detallarla. Si él seguía observando ese rostro se iba a arrepentir de sus actos, y este tampoco era el lugar adecuado.

El cuerpo de Ana se estremeció y su piel se puso grifa. No sabía qué hacer, qué decir, ni cómo reaccionar, ella estaba en blanco.

Ordenó desde su sistema a sus pies moverse, así que muy lento comenzó a ir de lado a lado, y sus cuerpos empezaron una danza, sensual, pasiva y llena de todo.

—Relájate, nadie te está viendo —volvió a decir Xavier—. Haz como si nadie estuviese presente, deja de pensar solo por este instante…

Ana quería explotar. Todo estaba llegando a su punto límite, el toque, el olor y la voz de ese hombre susurrar en su oído, era más, que todo lo que ella había vivido. Nunca imaginó en toda su vida que esta situación se le pudiese presentar, de hecho, en un pasado ella se preparó para esto, y tenía muchas respuestas para un momento como este.

Pero jamás en toda su vida creyó que alguien se atreviera a cruzar los límites como lo había hecho su profesor, él ni siquiera le dio tiempo de levantar los muros que ella tenía para todos.

—No estoy nerviosa —dijo tratando de que su voz no sonara afectada, pero estaba demasiado cerca para que él lo notara.

—Entonces debe ser que el temblor que siento ahora mismo es el mío propio —respondió Xavier muy cerca de su oído haciendo que Anaelise reprimiera sus ojos muy fuerte ante la sensación que le recorrió.

Su mente se puso en blanco, una especie de emoción, adrenalina, parecida a los efectos de sus medicamentos la golpearon, sintiendo una liviandad que le soltaron en relajación el cuerpo.

—No se preocupe, no le haré nada —respondió Ana picándolo, y ella no supo de dónde había salido aquellas palabras, o con qué coraje.

«Definitivamente esa mujer que estaba hablando no era yo», pensó Ana, mientras negaba para ella misma.

Pero fue hasta que escuchó como si una burla saliera de la boca de Xavier que despegó su mejilla de la de él.

—¿Está burlándose de mí? —le preguntó Ana deteniéndose en seco con las manos de Xavier en su cuerpo y su mirada inquisitiva.

El rostro de Xavier se transformó y su mirada se volvió misteriosa.

—Es mejor que no vuelvas a jugar de este modo, Anaelise, no juegues con fuego si no quieres quemarte. Vuelve con tus amigos, y trata de mantenerte a raya conmigo… —sentenció Xavier dejando a Ana con la boca abierta por el cambio tan repentino.

Xavier despegó sus manos de sus caderas, dio unos pasos atrás y caminó saliendo de su campo de visión, dejándola sola en medio de todos los cuerpos en movimiento.

Entonces un golpe a la realidad llegó a ella.

«¿Qué carajos había hecho?»

Exactamente como pasaba el efecto de sus pastillas, así volvieron los nervios a ella. El miedo, la sensación de sentirse señalada y mucha desconfianza le apretaron el estómago. «¿De dónde había salido esa Anaelise, extraña y desconocida?»

Dio algunos pasos tratando de salir de ese círculo, caminó de forma apresurada hasta que llegó a la parte delantera de esa casa.

Trató de acompasar su respiración y colocó la mano en un muro cerca. Se había jodido en todo. No le había bastado con cometer un error, sino dos, con la misma persona. Ahora lo más seguro era que Xavier Cox pensaría que ella se le estaba insinuando. Y se odió por eso. Nada estaba más lejos que ese pensamiento.

—¡Anaelise! —La voz de Andrew llega a sus oídos—. ¿Todo está bien?

La mirada avergonzada y temerosa de Andrew la hizo sentir peor.

—Sí, allá hace mucho calor. Hay mucha gente… necesitaba un poco de aire.

Andrew asintió lento no creyendo mucho en sus palabras.

—¿Quieres…?

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