Duda, incierto y muchas preguntas por hacer…
Estos eran los pensamientos de Ana estas dos últimas semanas después de despedir a su anterior Psiquiatra.
Las clases tomaron su rumbo, ahora tenía una pila de cosas que la mantenían ocupada, sumando a ese ser, que se autonombró “su amigo”.
En muchas ocasiones Andrew la irritaba, pero no podía hacer mucho cuando simplemente no se le despegaba de su lado. Se acostumbró a sus interminables historias, y ya que lo pensaba bien, no le parecía nada mal tener compañía en sus recesos o a la hora de salida.
Incluso Andrew siempre se ofrecía a llevarla a casa, y lo más importante, podía ocultarse en él, del resto del recinto. Y por supuesto de ese hombre que su mente no olvidaba
Luego del mensaje de Cox, ese día por la noche, decidió no responderle y pagarle con la misma moneda de la indiferencia. Solo asistió a su consulta el viernes pasado y ya había pasado una semana después de ello, hoy por la tarde volvería a su tortura nuevamente. Pensarlo, solo le daba escalofríos.
Para su completa confusión, en su segunda cita fue como si Cox nunca le hubiese dicho las cosas que mencionó el primer día de su encuentro, y que ella no olvidaría jamás. Actuó todo el tiempo sin mirarla y haciéndole preguntas un tanto estúpidas para ella. Incluso su terapia se acortó cuando le informó que era todo por ese día, y que la próxima vez hablarían del tema de los medicamentos.
Todo fue tan impersonal, que aparte de su nerviosismo constante, se sumó el fastidio por su forma tan despegada y diferente a las otras veces.
«¿Todo se debía porque no respondió a su mensaje?», se preguntó por un segundo mientras estaba sentada en la grama comiendo algunas mentas, y Andrew leía un libro de neurología.
—Esto es muy interesante —dijo el chico sacándola de sus pensamientos—. El cerebro no siente dolor a pesar de que es la herramienta para detectar el dolor en el cuerpo humano, ¿lo sabías? La anestesia que se utiliza para ejecutar una cirugía al cerebro es para evitar que sientas dolor en el cuero cabelludo, para las membranas que recubren el cráneo y que protegen al cerebro mismo.
—Interesante —respondió monótona, sabiendo que ya leyó respecto al tema.
Andrew cerró su libro y arrugó su ceño.
—¿Ya lo sabías? —preguntó interesado.
—No, es la primera vez que lo escucho —mintió.
—¿Y por qué no pareces sorprendida? —se cruzó de brazos.
Las niñerías de Andrew, aparte de que la fastidiaban casi todo el tiempo, en algunos momentos como estos, le hacían reír.
—Porque… —ella estaba a punto de contestar, pero no terminó su frase, ahora mismo sus ojos se posaron en como Xavier estaba bajándose de su auto y Olivia salía también desde la otra puerta.
Andrew se giró en la dirección de su mirada y no dudó en abrir la bocota.
—Pensé que seguiríamos con el suplente, me cae mejor —resumió el chico mientras ella no despegaba los ojos de Cox.
Las sensaciones comenzaron abollarse en su cuerpo de una forma aplastante, de cierta forma mantuvo todo esto fuera de ella, porque por una extraña razón, él seguía enviando su suplente a la clase.
Pero, parecía que eso se había acabado a partir de hoy.
Sin embargo… no era eso lo que ahora mismo tenía en mente, era más bien su acompañante la que le alteraba los nervios.
Estaba segura de que Xavier Cox era un completo hijo de puta, y un hombre que declaraba peligro en todos los sentidos. Él solo se aprovechaba de la ocasión y si ella era inteligente, debía mantenerse muy lejos de él. Pero claro, no era para nada inteligente, ni mucho menos lista, emocionalmente.
Aunque no quería, sentía rabia y una leve decepción en el pecho. «¿Qué prendía acaso? ¿Qué estaba esperando de ese hombre?», las preguntas no cesaban en su mente y por un segundo él se giró metiendo la mirada en toda ella.
Ana desvió sus ojos sin enviar ningún tipo de mensaje. Comenzó a recoger sus cosas, ya que estaban próximos a entrar a la clase de Cox.
Andrew le pasó algunas libretas y dijo algo que ella no pudo entender por qué su mente se había nublado enseguida. Tenía el cuerpo vibrando, y cuando levantó la cabeza, el hombre junto a Olivia, desaparecieron de su vista.
«Lo odiaba, lo detestaba por producirle todo lo que la hacía inestable». Y detestaba la sensación de no poder alivianar todo lo que afligía su cuerpo.
—Hoy teníamos un debate con el suplente ¿crees que este viejo siga el curso? —preguntó Andrew mientras caminaban a su salón.
—No tengo idea, solo quiero que se acabe esa clase lo antes posible…
—Oye, ¿qué tal si hacemos algo este fin de semana?
—La última vez que me invitaste a una fiesta, sabes en qué terminó —respondió ella cuando llegaron a su salón para proceder a entrar.
Ana se sentó en su lugar, esta vez Andrew la acompañó hasta la parte de atrás, sentándose a su lado y ella rodó los ojos.
—Esta vez podemos hacer otra cosa, ya sabes, comer helado, pizza, ver una película. ¿Qué tal en tu casa?
—Eso nunca pasará —respondió Ana y sus palabras terminaron cuando Cox entró al salón, cerrando la puerta de una estocada que silenció a todos.
Nadie entraría después de eso.
Xavier puso sus cosas en el escritorio, saludó a todos y se excusó por las faltas que tuvo, diciendo que tenía cosas personales.
«A Olivia entre sus piernas», dijo Anaelise en un pensamiento idiota y negó varias veces.
—Entonces puede ser en mi casa, hay un salón para películas, y tengo suscripción para muchas, ¡vamos no seas aburrida…! —los susurros constantes de Andrew, distorsionaban las indicaciones que Cox estaba dando. Entonces ella se giró hacia él y puso su rostro más serio del normal.
—Sí, está bien, ¡ahora cállate que no me dejas escuchar! —Andrew sonrió a su pesar.
—Está bien, señorita Anaelise —respondió Andrew entre risillas, que no pasaron desapercibidas para el resto de la clase.
—¿Quiere decirnos algo, señorita? —la fuerte voz de Xavier, salió más como un regaño haciendo que Ana saltara en su puesto para posicionar la vista en él—. Puede compartir lo que está hablando con todos, y si no es de su interés la clase, entonces le abriré la puerta…
«¡Maldito! ¿Quién se creía?», la rabia de Ana aumentó.
—¡Oh, Ana!, estás aquí… Menos mal…
Ella arrugó su ceño y se quedó mirando a Carla.
—¿Qué ocurre? —preguntó con cierta preocupación.
—Debes firmar unos papeles porque cambiaremos los medicamentos de tu padre, creo que deberías hablar con él, desde hace unos días no quiere comer decentemente y sabes que eso es fatal en casos como este; además no ha querido sentarse en la silla por días, y permanecer en un solo lado, está haciendo que le salgan escaras en la piel. Debemos darle antibiótico…
Por un momento su estado le conmovió las entrañas, si fuera otra persona no dudaría en hacer algo, pero con él no podía, aunque se obligara.
No con el hombre que vio mientras la violaban en repentinas ocasiones, ese hombre que embriagado de alcohol miraba tal acto aberrante y no hacia un mínimo esfuerzo por ayudarla mientras ella suplicaba su auxilio. Edward Becher murió para ella, el mismo día que lo hizo su madre. Ella había quedado huérfana desde ese entonces.
—Firmaré lo que quieras, y eso es todo lo que haré…
Vio como Carla quiso decirle algo, pero no esperó ni un segundo y se quitó de su frente para ir por su comida, y proceder a una ducha.
Tomó alguna loción y se la restregó por el cuerpo, abrió su closet y pasó varias perchas dudando en lo que se pondría. Sus manos temblaban, y ella estaba loca por pensar siquiera en vestirse para no pasar desapercibida.
«¿Qué le había pasado a su mente cerrada? ¿Por qué ahora quería llamar la atención de ese hombre?», pensó irritada, pero era sincera con ella misma. Quería que Cox la viera, sentía la necesidad de ser admirada por alguien, y que con su consentimiento alguien la deseara. Ella se sentía tan inapropiada, se veía a sí misma de forma distorsionada y hasta el día de hoy pensaba que sus partes íntimas, por más que las limpiaran estarían sucias de por vida. Entonces no, no había la posibilidad de llegar a algo más.
Su garganta se apretó con este pensamiento. Sin pensarlo tomó un vestido corto y suelto, que una vez compró y nunca se puso. También tomó una chaqueta de jean, y calzó sus pies con unos botines cortos y sin tacón. Aplicó algo de maquillaje en su rostro, algo muy sutil como ella acostumbraba y volvió a rozar algo de perfume en su cuello.
Tomó su bolso y se fue rumbo a su consulta con el corazón en la mano.
Sabía que Cox no tenía secretaria, no debía esperar afuera, porque Xavier programaba sus citas a horas específicas, y ella era las de sus dos de la tarde. Con dedos temblorosos, hizo un puño y dio toques suaves en la puerta a la vez que contenía la respiración.
Después de todo ella lo retó en plena clase y debía temer por su respuesta.
La puerta se abrió lentamente, Xavier se veía recién bañado también y su perfume inundó sus fosas nasales de inmediato. No estaba respirando, la mirada del hombre estaba clavada en ella mientras deslizaba los ojos desde sus pies hasta su cabeza.
«No debí colocarme este vestido», pensó Ana, sintiéndose más pequeña que nunca. Ella iba a decirle algo, cualquier cosa que amortiguara su sensación, cualquier cosa, para pasar esta situación en la que se encontraba envuelta.
Pero como siempre, una vez más, Xavier la tomó desprevenida.
En un segundo, del que ella no estaba preparada, Cox tomó su muñeca, la haló hacia su consultorio y cerró rápidamente para que, con su mano fuerte, la estampara en la puerta. Él estaba agitado, y su mirada era un abismo infinito. Así que, acunó su mano en la nuca de Anaelise, se acercó mucho más de lo que esperaba, y estrelló su aliento en todo su rostro.
—Hoy te voy a enseñar, cuál es la relación de médico paciente que vamos a tener de ahora en adelante…
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