Ana no sabía si el temblor de su cuerpo ahora era normal, estaba entre aterrada y excitada hasta la médula, y esos ojos negros clavados en ella, no la ayudaban para nada. «Quería esconderse», quería ocultar su cuerpo donde nadie lo pudiera ver, estaba sumamente avergonzada con toda la situación que se estaba desarrollando y creía que no iba a ser capaz de llegar más allá de lo que el hombre que estaba frente a ella, esperaba.
«Era una cobarde en todos los sentidos», pensó para sí.
Xavier llegó hasta ella con la copa entre sus dedos, sorbió un poco y luego donde había puesto su propia boca, situó el lugar para que Ana bebiera en el mismo sitio.
«¿Por qué todo lo que hacía ese hombre era jodidamente caliente?», otra pregunta llegó a la mente de Anaelise mientras recibía otro trago de ese exquisito licor.
Cuando el líquido pasó su garganta, sintió que el cuerpo se le estremecía y luego su estómago se calentó.
—Debes ser paciente conmigo —se apresuró a decir titubeando y limpiando su boca—. Ahora mismo no estoy preparada para ninguna cosa que esperas, yo… creo que vas a decepcionarte de mí.
Cox sonrió con dulzura sin quitar la mirada de ella, luego negó varias veces.
—Veremos hasta donde llegamos, Anaelise —y con esto Cox no pudo demorar más toda su ansiedad. Colocando la copa cerca, la tomó en sus brazos y pegó a Ana en todo su cuerpo apretándolo insistentemente.
Caminó empujándola hasta que llegaron a algo que no les dio más paso, mientras la besaba. Sus respiraciones estaban aceleradas, pero cuando Ana sintió algo detrás de ella, se separó del beso. Había un sofá, entonces Xavier la dejó de pie y él se sentó frente a ella quitando su propio pantalón rápidamente a la vez que la miraba hacia arriba.
Ana no entendía muy bien las cosas que él hacía, pero el tiempo en que Cox quitaba sus manos, una tortura bastante frustrante se instalaba en su cuerpo.
—Siéntate encima de mí —le dijo casi como una orden y Ana quiso correr, miró hacia los lados, pero nuevamente la voz de él, la frenó de cualquier acción—. Ana, no te desconcentres…
«¿Qué? ¿Quién podía desconcentrarse con él?», pensó y luego de asentir a su petición, Xavier abrió un poco las piernas acomodándose para ella.
Para hacer lo que él pedía debía abrir sus piernas, abrirlas mucho. Y eso significaba exponerse.
Nerviosa colocó una rodilla por fuera de su muslo, y cuando iba a abrir la otra pierna para hacerlo lo mismo, Xavier la tomó repentinamente ayudándola a abrirse para él. El aire se le frenó en seco cuando el hombre colocó sus pulgares dentro de sus muslos, corriéndola hacia él y acercándose a su centro.
No lo pensó dos veces hasta que agarró las manos de Cox nuevamente.
—No lo hagas —le advirtió muy seria.
Xavier la miró con aprensión, sabía que ese era su punto más sensible, y no se refería a lo que una mujer pudiera sentir. Él se refería a donde Ana más odiaría que la tocasen, esta era su marca mayor y el muro más grande que ella tenía para con el mundo.
Así que ese sería el primero que él derribaría.
Sin gestar alguna palabra, quitó las manos y las puso en su cuello para acercar a Ana hacia él. Que los dos estuviesen en ropa interior era una tortura, él podía sentir como su sexo tocaba el de ella, así que las corrientes causaban estragos sobrehumanos.
Comenzó a besarle el cuello, a pasear su lengua por todos sus hombros para luego morder su barbilla. Estaba tan excitado al aspirar la fragancia de Ana, que no supo en qué momento ella misma unió su boca con la suya para hundirse en un beso que detonó todos los sentidos en todas las formas posibles.
No supo en qué momento su cuerpo comenzó a moverse, ella estaba acelerada, asustada y con dolor insistente en su pelvis. «Este no era un dolor desagradable», era uno que le pedía desesperadamente satisfacer su necesidad recién descubierta. No quería despegarse de la boca de ese hombre, podría pensar que sería más adicta a ella que a sus propios medicamentos, si la hacían sentir de esta forma.
Ana y Xavier danzaban en el mismo ritmo mientras él pasaba las manos por su espalda y la apretaba cada vez más.
Estaba concentrada en su propio ritmo y en su propio mundo hasta que se dio cuenta de que ella misma se separó de esa boca para besar el hombro Xavier, mientras él seguía moviéndola. Ahora estaba tratando de quitar la frustración de su cuerpo, se movía precipitada, ansiosa, con ganas de darle un punto bueno a todo esto que la estaba arrastrando.
Podía sentir las manos de Xavier en sus glúteos y espalda, él no dejaba de besarla y de susurrarle cosas que llevaban todo esto a un punto más alto de la cima.
Cuando Xavier vio que ella estaba lista después de unos minutos restregándose entre ellos mismos, y que sus labios solo soltaban gemidos, se dijo a sí mismo que era el momento. Con una mano suya tomó la quijada de Ana y la frenó para que lo mirara, comenzó a meter la lengua en su boca y luego le susurró muy lentamente.
—Voy a aliviarte —dijo mientras deslizó su otra mano por su estómago y luego llegó a su ropa interior.
Aunque Ana se removió para negarse a la acción, Xavier realizó una maniobra y quedó encima de ella esta vez. Abrió sus piernas con las suyas y siguió besándola hasta que sus dedos tocaron su centro.
El cuerpo de Ana se congeló en sus brazos y abrió los ojos de golpe. Él seguía succionando sus labios, pero ella solo estaba estática.
«No iba a retroceder» …, pensó Cox decidido.
—Confía en mí, Ana —dijo mientras comenzaba hacer lo suyo con su mano y poco a poco sintió que el cuerpo de Ana comenzó a relajarse.
La agitación de Anaelise se volvió errática y desesperada, ella reprimió varias veces los ojos y Xavier aprovechaba en arrancarle los besos de forma feroz. Hizo este acto por un rato más, sin dejar de probarla, de acariciarla y de decirle todo el tiempo lo bien que se sentía tocarla de esa manera.
Sintió poco a poco como el cuerpo de Ana se retorcía por el placer que él le estaba proporcionando, de hecho, los movimientos que hacia la chica estaban matándolo. De repente, el rostro de ella se reprimió, abrió su boca y luego dijo su nombre en un gran grito, como si hubiese salido de su propia alma.
—¡¡Xavier!!
Ana había tenido su primer orgasmo, con miedo, inseguridades y mucha pasión, y él lo detalló al máximo. Cada jodido segundo de su existencia.
—No quiero eso… quiero que me lo digas todo —dijo levantándose del sofá y tomando la mano de Ana para que ella hiciera lo mismo—. Necesito que expreses todo lo que sientas, y no solo por ti, Anaelise, quiero escuchar cuando me digas que está rico, que te encanta lo que te hago y que disfrutas todo esto. Quiero escucharlo.
Le tomó de la mano y caminó con ella hasta la regadera de vidrio que se situaba en medio de esa habitación, y sin preguntarle la metió con él dentro.
—¿Qué estás haciendo? —volvió a preguntar Ana incrédula, pero esta vez Xavier no sonreía.
—Ana, por favor, nos bañaremos, eso hacen las personas en una ducha. ¿Qué tal si solo confías en mí en vez de cuestionarme todo? —respondió abriendo la regadera, y el agua comenzó a salpicar por todas partes.
Sin esperar una respuesta de ella, él comenzó a quitarse el bóxer, mientras con pasos cortos Ana se pegó al vidrio de la impresión.
«Lo estaba viendo desnudo», ella se había quedado muda mientras Xavier estaba metiéndose en el agua y la misma escurría por todo él. Su garganta volvió a apretarse y luego se miró su ropa interior aun puesta.
«No seré capaz», dijo batallando en su mente. «Él acaba de hacerte el amor, de una forma diferente, pero lo hizo, ese hombre no se fue cuando te tocó allí, Ana, él aún está aquí, está contigo. Y parece disfrutarlo también». Fueron sus pensamientos hasta que sintió una mano que la hizo girar para volver a concentrarse en esos ojos.
—Aunque no tienes nada que limpiar, voy a enjabonarte cada parte, y luego lo harás tú, ¿de acuerdo? —estas fueron las palabras de Cox cuando ella asintió.
«¿No había pasado lo peor?», se preguntó Ana, si superó aquello, lo demás debería ser más fácil, y quería hacerlo, quería ser normal como una mujer que desea estar con un hombre; y aunque ella tenía aún muchas cosas por dejar, tomó la decisión de confiar en un hombre del que ella no sabía nada pero que muy dentro de su corazón, quería saber todo sobre él.
Las manos de ambos comenzaron a pasearse sobre los cuerpos del otro, Xavier quitó la ropa interior de Ana, mientras ella temblaba tratando de controlar todas aquellas voces que le decían que no permitiera nada de eso. Era como si una sombra oscura se cayera detrás de otra, como si de alguna forma, otra persona, otra mujer, estuviera saliendo de un lugar donde la habían metido desde ese día en que su vida fue desgraciada.
Ana no se desenvolvió como quería, además de que Xavier tocaba cada parte con mucha intensidad, y ella volvía a tener esa tensión es su vientre. Aunque hubo besos y su cuerpo le exigía nuevamente un escape, esta vez, Cox la envolvió en una toalla y comenzó a secarla como si ella fuera una niña.
«Ese hombre era una caja de sorpresas, nunca sabía qué esperar de él». Pensó que era el momento de vestirse, que en cualquier instante él diría que se iban, y dormiría en su cama pensando en lo que había pasado aquí.
Vio hacia la regadera su ropa interior empapada y sus mejillas se pusieron rojas de nuevo. Tomó su blusa, tendría que ponerse todo así, no había otra forma.
—¿Qué haces? —preguntó Cox detrás de ella. Él tenía con una toalla alrededor en su cintura y aún estaba húmedo.
—Me visto —respondió confundida a la vez que el ceño de Xavier se frunció.
—No has entendido nada, Anaelise —dijo acercándose a ella y quitándole el cabello de la cara para echarlo para atrás de sus hombros—. Hoy vas a dormir conmigo, en esa cama —dijo señalándola—. Desnudos, y… abrazados, porque a mí me gusta abrazar, y mucho.
Ana pasó nuevamente un trago, como si el hombre ordenara sobre ella inconscientemente las corrientes que la hacían sentir una tonta, volvieron a gobernar su cuerpo a la vez que se dejaba arrastrar por Xavier hacia la cama…
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