Era seguro que, en el final de su subconsciente, el sentido de la audición le gritaba que debía escuchar algo insistente. Así que batalló por removerse sin ni siquiera saber qué día era hoy y en qué lugar se encontraba.
Esta sensación se la adjudicaba a los efectos que dejaban los medicamentos, esta era la parte que no le gustaba mucho de quedar completamente dopada. Sin embargo, Anaelise prefería esta sensación cada mañana que tener pesadillas. «Porque sus pesadillas no eran nada normales».
Ella podía levantarse empapada como si hubiese entrado en una ducha, y no conforme con eso su día era un completo desastre. «Así que no, ella nunca las dejaría», pensó abriendo los ojos lentamente.
Cuando sus sentidos se pusieron más alertas, entendió que era su móvil sonando, y cuando lo tomó, la alarma ya tenía media hora de atraso.
Saltó de la cama muy asustada, «hoy era viernes», y estaba segura de que ultimaría su semana conociendo las dos materias que faltaban para completar sus profesores que tendría en este primer año de medicina.
“Psiquiatría y caso clínico”. No eran las materias que todos esperaban en la carrera de medicina como tal, pero conocía su objetivo final, y para ella, estas eran las más importantes.
Había esperado toda una semana para esto, y justo se había levantado tarde.
Tomó una ducha, jamás iba a vestirse sin bañarse, era una controladora de la limpieza y prefería unos minutos más de retraso a ponerse la ropa recién levantada.
Se duchó el cabello porque no pudo más con lo grasoso que estaba, se colocó unos jeans rápidamente y una blusa blanca que era su favorita de mangas cortas. Tomó su mochila y pensó que hoy era el día en que debía gastar en un taxi para llegar al menos unos diez minutos tarde.
Cuando el auto llegó a su casa se subió enseguida y sacó rápidamente un peine para desenredar su cabello. Colocó un poco de polvo sobre su cara y luego guardó los utensilios mirándose por el espejo retrovisor.
El auto se detuvo frente a la universidad y ella pagó sin esperar mucho. Nada más puso el pie en el suelo, comenzó a correr llamando la atención de todos por donde pasaba. Sacó rápidamente en su trote el horario, inspeccionando que estaba cerca del número del salón que le correspondía. Así que sintió su corazón acelerado cuando vio que la puerta estaba cerrada y que dentro estaban todos los compañeros con los que ella había visto clase toda la semana.
Se colocó de espaldas hacia la puerta y cerró sus ojos. «No podía entrar».
Ella jamás iba a tocar esa puerta y si lo conseguía, lo más posible es que la tratarían como una mierda.
Lo peor de todo es que era el profesor que vería durante todos sus 5 años consecutivos de universidad. Era de esos que daba varias materias importantes, y le jodían la existencia a cualquier estudiante.
Ya había perdido.
«Puedes explicar que tomas medicamento para dormir. ¡Eso jamás! Te entenderán. ¿Alguien te ha entendido en toda tu vida? ¡No es tu culpa! Por supuesto que es tu culpa, siempre serás…»
—¡Basta!
Anaelise abrió sus ojos de golpe y pensó por un momento que había gritado esa palabra, pero solo la había dicho en su mente, «sí, eso era», pensó.
Sin embargo, por un momento casi se cayó de espaldas cuando tiraron la puerta del salón hacia adentro y se irguió rápidamente hacia adelante tratando de recuperar el equilibrio.
—¿En qué puedo ayudarla? —una voz ronca, dura, y carente de todo, la hizo girar tan rápido que sintió mareos.
Apretó su bolso en su mano cuando su mirada comenzó a recorrerlo. Su rostro, sus facciones, incluso algo que emanaba y salía de ese hombre que estaba de pie frente a ella, la hizo sentir pequeña. Diminuta.
Quería responderle de inmediato, pero su mente, incluso aquellos pensamientos que en muchas ocasiones eran los responsables de sus desajustes, ya no estaban.
El hombre era alto, con el cabello oscuro y cejas pobladas. Anaelise sabía que debía ser su profesor de Psiquiatría, conocía los rostros de todos sus compañeros, aunque no compartiera con ellos. Además, el hombre que estaba frente a ella debía tener por lo menos unos 30 y algo de años.
En comparación con sus otros profesores, este carecía de… carisma.
—Yo… tengo clase aquí —intentó decir.
El hombre arrugó el ceño y luego alzó su muñeca para inspeccionar la hora en su reloj.
—Son las 8:30… y la clase comenzó a las 8:00 de la mañana, señorita.
—Sí, lo sé, lo que pasó fue que…
Las palabras de Anaelise se disiparon en cuanto su profesor tomó la puerta y la cerró en sus narices, sin decirle una palabra más, ni aceptar alguna excusa.
El cuerpo le vibró ante el impacto del acto mientras sus pies caminaron hacia alguna parte. Por un momento sintió que la rabia había tomado lugar en su cuerpo y necesitó ir al baño para tratar de controlar su respiración.
Sentada con un pastel en su boca, esperó que la hora se pasara y así podría entrar a su siguiente clase de caso clínico y que estaría acompañado de una rama, que también le interesaba mucho. Conoció en persona a uno de los profesores que ella había titulado el terror de las equis, recordando como su profesora de metodología los había etiquetado desde un principio.
Deslizó el móvil en sus dedos y miró la hora, ya estaban saliendo de clase de Psiquiatría y maldijo para sus adentros nuevamente por haber sido tan tonta, estaba segura de que no recuperaría nada de lo que se vio, y eso era un punto negativo para ella.
Escuchó por mucho tiempo como siempre entraban 100 personas a un primer año de medicina y a duras penas se graduaban 5. Y eso sumado a que ningún caso se especializaba en psiquiatría, todos optaban por algo más… cotidiano.
No era una carrera fácil y ella lo sabía, así que, por más de que pensó durante toda su preparatoria, nunca hubiese escogido algo más. «O era eso, o no haría nada con su vida».
La cafetería de ese lado de la universidad se comenzó a llenar. Esa parte era la menos concurrida de todo el recinto, ya que el área de Medicina era el que menos matricula tenía, en comparación con otras carreras de Fort Lewis College.
Limpió su boca con una servilleta y luego comenzó a navegar en su teléfono cuando sintió una mirada inquisitiva sobre ella.
Estaba dispuesta a levantar su mirada, pero una voz llamó su atención.
—¡Hey!
«¡Esto no puede ser cierto!», pensó observando como Andrew estaba tomando asiento en su mesa.
—Ese tipo es un loco —dijo él con el rostro serio—. Podrán decir que es uno de los mejores, pero es un completo patán.
Andrew estaba explotando sus sentimientos a flor de piel con Anaelise a la vez que ella lo detallaba impactada por su sobrada confianza. No obstante, la boca abierta de Ana terminó de caer cuando sus ojos viajaron en la dirección donde se encontraban aquellos ojos negros profundos, mirándola insistentemente con el ceño pronunciado.
«Era el mismo hombre que le cerró la puerta en la cara».
Por un momento esa mini sonrisa que Oliver le hizo gestar se vio opacada por los recuerdos. Recuerdos amargos, dolorosos y devastadores.
«¿Cuándo sería el día en que por fin aquellos pensamientos no le dolieran?, ¿llegaría el momento en que su alma tendría paz?», se preguntó Anaelise mientras un suspiro salió de su boca. Muchas veces quería entender su propia mente, una mente muy difícil de llevar, con inseguridades, huecos y sobre todo mucho miedo.
—Anaelise —su nombre resonó por todo el lugar mientras parpadeo varias veces. Todas las miradas estaban fijas en ella, situación que le aceleró el corazón y la puso nerviosa.
Giró varias veces la cabeza para llegar al punto que había pronunciado su nombre, y era Andrew, que parecía le decía algo con los ojos, pero que no pudo entender por el momento.
Se había sumido en los pensamientos y había olvidado por completo el lugar donde estaba. Y ahora no podía culpar a los fármacos. Si no más bien a su idiotez de desconcentrarse justo en clase.
—Nos estamos presentando… —susurró una chica a su lado.
—Señorita, estaba diciéndole a usted —Howard acentuó las pablaras como si le hablase a una tonta y esto picó a Ana—, y a todos sus compañeros que hoy haremos una dinámica… especial.
Anaelise abrió sus labios para disculparse, pero justo en el momento en que se puso de pie, “ese hombre”, abrió la puerta de su salón y entró como si fuese una normalidad.
«¿Qué es esta mierda?», se preguntó mientras la agitación se apoderó de su pecho.
El profesor Howard se giró recibiendo a su acompañante e hizo un ademán para que se pusiera a su lado.
—Perdona —le informó el profesor con la palma extendida hacia Ana—. Ustedes ya conocen al profesor de Psiquiatría, mi colega, Xavier Cox. Por supuesto, él los acompañará en otras materias importantes.
«No lo conozco», casi gritó Anaelise en su pensamiento y se quedó de pie, mientras todos se concentraban en el par de hombres que estaban frente a ella, y aunque estaba muy atrás, podía sentir incluso como ese hombre respiraba.
«¿Qué le estaba pasando? ¿Qué era todo esto?»
Sus manos comenzaron a sudar, este no era un síntoma de su inquisidora personalidad, esta era una sensación, incluso, una emoción diferente. Su cuerpo se estremeció cuando generó ese pensamiento. Xavier Cox, no la había detallado ni un segundo, pero algo le decía que, por alguna razón, él estaba pendiente de cualquier acción suya.
«Esto era insoportable», pensó.
—Estamos comenzando la dinámica —informó Howard a Cox mientras volvía a tomar la lista en sus manos.
«¿Qué? No, no, no, no, no, ¡por favor!», pidió Ana en su mente suplicando porque este momento no fuera cierto. No podía tener tan mala suerte.
—Para esta dinámica estaremos los dos presentes —continuó Howard mirando hacia el salón y precisó hacia Ana—. Muchas veces Psiquiatría, medicina general, y varias materias, estarán involucradas de lleno con otras, y viceversa; así que compartiremos muchas veces. Y como son 5 largos años, pues… es bueno que nos conozcamos desde ya. Entonces Anaelise, puedes continuar…
La mirada profunda, seca y muy penetrante de ese hombre, barrió con el salón para llegar hasta ella dejándola sin aliento. Xavier, aunque estaba en su desempeño de profesión, deslizó los ojos negros por todo el cuerpo de Anaelise hasta frenarse en su rostro sin asomar un ápice de expresión en él.
Ella no sabía si correr ahora mismo y esconderse en el rincón más lejano del mundo, todos esperaban una respuesta y todos habían enmudecido esperando su presentación. Tenía todo en su cabeza, su nombre, apellido, incluso su edad, pero su mirada perdida en los ojos negros de Xavier Cox, solo le hicieron temblar los labios de anticipación.
Esto no podía ser real, ella estaba en una pesadilla…
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