Encuéntrame romance Capítulo 6

“Muchas veces nos sentimos aburridos, cansados incluso desesperados viendo que los días son iguales y que de alguna forma nada cambia. Sin embargo, solo se debe mirar alrededor, pausar por un momento, y darnos cuenta de que estamos caminando en el mismo círculo desde hace mucho tiempo…”

Eran las siete de la noche cuando Ana entró a su casa. Colocó las compras en su sitio y no demoró un instante en correr a su cuarto. Se quitó la ropa de mala gana y fue hacia la ducha donde dejó correr el agua fría por su cuerpo. El ambiente estaba frío, la calle desde donde ella venía había una temperatura de 10 grados. Pero Anaelise solo quería deshacerse de la sensación que estaba ahogándola.

“Mi carta de jubilación llegó Anaelise… yo lo siento mucho, alguien más estará en mi puesto… sin embargo, puedes buscarme cuando quieras, yo te tengo mucho cariño, eres como una de mis hijas…”

Recordar las palabras de Oliver le hizo contraer el rostro. Varios sollozos escaparon de su boca al tiempo que pegaba su frente a la loza. Su cuerpo estaba titilando de frío, nervios y mucho miedo. Ahora que su vida había entrado en una especie de estabilidad, y que de cierta forma encontró un equilibrio, entonces Oliver la abandonaba.

«Todo volverá de nuevo Ana», le dijo una voz y ella se llenó de temor. Dejó que los sollozos se intensificaran para dar alivio a su garganta comprimida.

En el momento en que no pudo más con el temblor de su cuerpo, cerró la llave y salió de la ducha tomando un paño que la cubrió un poco. Caminó empapada hasta la habitación y se frenó en seco cuando se vio de frente a al espejo.

Su rímel estaba regado por su rostro y las gotas escurrían por su cabello, pero lo que Ana ahora mismo estaba viendo no era su imagen que temblaba de pies a cabeza. Ella veía aquella sombra que era su peor pesadilla encima de ella.

Se quedó estática mientras el corazón le latía a mil por hora.

«No es real, no lo es», pensó rápidamente cerrando los ojos.

«¡Debes irte de aquí!, ¡volverá hacerte daño!, ¡debes correr!, ¡sal a la calle!, ¡Anaelise vete!, ¡corre…!»

Anaelise sintió que se mareaba y que toda su habitación le dio vueltas, abrió mucho los ojos y tomó su celular para marcar al único número que conocía y que la podía ayudar en estos momentos. Ella sabía que estaba entrando en un ataque de ansiedad, y entendía que por sí sola no iba a lograr estabilizarse.

Sus manos temblaron mientras marcaba el número, se ovilló corriendo a una esquina y esperó a que le contestaran. Sintió que varias manos la tocaban, sentía la respiración de personas encima de ella y luchó por quitárselas de encima. Ana gritó varias veces, entonces de repente escuchó la voz.

—¿Anaelise? —preguntó Oliver desde el otro lado mientras todos los síntomas de la chica desaparecieron.

Ahora veía su cuarto iluminado y tranquilo, no estaba nadie en la habitación, pero ella sabía lo que había sucedido.

—O-Oli… Oliver… ayúdame… —tartamudeó

Oliver se puso su chaqueta y caminó rápido por su casa a la vez que su esposa iba detrás de él.

—¡No es posible que salgas ya entrada la noche!, no te compete ir a esa casa Oliver, ¡llama al hospital y que se encarguen de ella!

Oliver se giró hacia su esposa y profundizó su ceño un poco enojado por su actitud.

—Ella no tiene a nadie, Eleonor, está sola, y no debo permitir que retroceda a todo por lo que hemos trabajado tanto. No tardaré.

Luego de salir de su casa, encendió su auto y se fue lo más rápido que pudo.

Cuando llegó a la casa de Ana, sacó de su llavero una llave que ella misma le dio hace muchísimo tiempo. Abrió la casa y subió directo a la habitación de Anaelise y la llamó para saber si ella respondía. En ningún momento escuchó una respuesta y esto lo agitó.

Abrió la puerta de su habitación y recorrió el lugar con su mirada hasta que la vio.

Ana estaba en suelo envuelta en una toalla, pálida y con el cabello mojado. Temblaba mientras tenía los brazos abrazados a sus rodillas, su cabeza estaba metida entre sus piernas y susurraba con los ojos cerrados.

—No estás aquí, no estás…

Oliver se compungió en gran manera y el escozor en los ojos le irritó la piel. Parpadeó varias veces mientras se acercó. Tocó la espalda de Ana, y ella levantó su rostro que estaba bañado en lágrimas.

—Oliver… —dijo en un sollozo y sin dudarlo se abalanzó sobre él.

—Tranquila, no pasa nada —la tranquilizó rozando su cabello empapado.

Oliver tomó la sábana que estaba en su cama y envolvió a Ana para que ella dejara de temblar, estaba muy fría. La ayudó a colocarse en la cama y le separó el cabello que tenía pegado en su rostro.

—Buscaré tu medicamento y te haré un té. Vuelvo enseguida.

Anaelise asintió y luego cerró sus ojos recostando la cabeza en su brazo.

Después de unos minutos Oliver se sentó en la cama y ella abrió los ojos.

—Aquí están, tómalas, te harán descansar.

Ella tomó las pastillas de la palma de la mano de Oliver y luego bebió del té que el hombre le había hecho. Sabía que después de esto podría descansar y todos sus pensamientos se disiparían al instante.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Oliver muy despacio, esperando que los medicamentos hicieran su efecto.

—Él estaba aquí…

Oliver pasó un trago amargo y luego asintió. En muchas ocasiones Anaelise le había hablado del supuesto “él”, incluso ella le llamaba la “oscuridad”, la sombra a quien le temía en gran manera. Oliver pensó por mucho tiempo que podía ser algún pensamiento que se le creó a Ana, o producto de sus temores por lo que ella había pasado, pero con el tiempo y sus relatos, además de las pruebas de su abuso, descubrió que esa oscuridad era una persona.

Una muy real.

Él hizo lo posible por descubrir quién era, el caso de Ana pasó a la policía desde hace años, pero ella nunca dejó que las cosas sucedieran, por más de que se esforzó, nunca pudo hacer justicia para Anaelise.

Suspiró por un momento mientras dejaba los medicamentos en una gaveta cerca de su cama. Prendió la lámpara y vio como ella cerraba los ojos quedando completamente dormida producto de los medicamentos. Se levantó y recogió algunas cosas que estaban tiradas, parecía que ella había pasado por un ataque de ansiedad, y no pudo sobrellevarlo.

Apagó la luz de la habitación, cerró la puerta y mientras caminaba por el pasillo se detuvo de repente. Recordó que la habitación del padre de Ana estaba en la parte de abajo y le picaron las ganas por asomarse a ver a ese hombre.

Cuando llegó a la planta baja, Oliver giró el pomo de la puerta y encontró Edward en su cama con la lámpara prendida. Él no dormía, sino que miraba fijo hacia la ventana. Ese hombre era un simple cuerpo muerto tendido a la cama con un cerebro que lo mantenía despierto.

Ni siquiera esa condición tan deplorable le hizo sentir lástima a Oliver, de hecho, pensó que él merecía un castigo peor por todo lo que había pasado Anaelise, y aunque no sabía la totalidad de lo que ella vivió, deseó con toda su alma, que Edward permaneciera muchos años de su vida en esa condición…

***

“—Mi pequeñita… siéntate aquí… en mis piernas.

—Yo quiero a papá…

—Yo seré tu papá hoy, ¿de acuerdo? Mira, él está allá arriba en ese edificio, realizará un castillo para ti… así que tú y yo vamos a jugar al príncipe y la princesa… mientras lo vemos desde aquí…

—No quiero… quiero ir con papi —sollozó.

—Todas las niñas desobedientes reciben su castigo, Anaelise, y tú recibirás el tuyo…”

Anaelise se sentó de golpe con una agitación apremiante en el pecho, su cuerpo estaba empapado de sudor mientras su temperatura corporal ardía. «Fue solo una pesadilla», pensó.

Giró hacia su mesa de noche y vio una jarra pequeña con agua y un vaso al lado.

«No puedes tomar más pastillas, ya es suficiente.»

—No importa, no permitiré que él regrese a mis sueños… —dijo en susurros para sí misma.

Se iba a levantar a buscar su medicamento cuando recordó que Oliver los estaba colocándolo en su gaveta mientras sus papados se cerraban, ¿hace…?

Ni siquiera sabía qué hora era. Luego de que tomó las pastillas necesarias, bebió el agua y miró la hora de su celular. Eran las dos de la mañana.

Ana se recostó y terminó de arropar su cuerpo con la sábana. No sabía por qué en ese preciso momento vino a su mente esa mirada que la había perseguido durante toda la semana. Esa sensación le hizo olvidar incluso el miedo que hace unos momentos experimentó y luego recordó las palabras de Andrew.

“Tal vez esta nueva etapa te alegre la vida…”

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