Encuéntrame romance Capítulo 61

Aunque sus palabras estaban siendo firmes, Xavier tenía miedo de que ella decidiera no irse con él, de que tomara la decisión de alejarse y de que definitivamente la perdiera.

En todo este tiempo, su silencio y su distancia no fue más que un consejo seguido por Kath; Ana estaba lastimada y muy resentida como para recibirlo a la primera, y él entendía que ella necesitaba pensar mejor las cosas y sobre todo tiempo para asimilar esto. Fue un martirio tenerla a merced toda esta semana, y eso pensando que en vez de gastar sus días ignorándola, pudieran estar disfrutando de su compañía, pero si su plan en definitiva era que ella no se fuera, y que no pusiera un pie fuera de L.A.

Así que no pudo sino sacrificar este tiempo, que no quería llamar perdido.

También hizo el esfuerzo de hablar con ese chico y dejarle claro que le harían mucho más daño a Ana, si esa rencilla continuaba. No estaban dentro de una película, y Xavier sabía que, de la forma que fuese, Andrew quería a Ana sinceramente. Por lo tanto, él también debía recurrir a bajarse un poco por su chica, incluso agotar sus esfuerzos hasta la última gota.

—Ana… —volvió a llamarla cuando ella solo se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos.

—Yo… no sé… no sé siquiera irme contigo…

—Por supuesto que quieres —respondió Xavier tocando su cuello y deslizando los dedos hasta su boca—. Ana, esta vez será diferente, por favor, créeme…

Los labios de Anaelise temblaron en sus dedos y ella reprimió los ojos en respuesta. No supo por qué, pero ella pasó la lengua de forma delicada por esos dedos, como si fuese una necesidad en su vida.

Xavier soltó un sonido seco y herido por su acto, para luego retirar los dedos de su boca.

—Olvidemos por hoy lo de ir a tu hotel… —dijo atrapando su mano y llevándosela del sitio en seguida como si la arrastrara.

Ana solo caminaba detrás de su cuerpo con la mano afianzada entre sus dedos. Entre la caminata, Xavier llamó a un hombre y luego sacó su billetera para pagarle.

Ana supo que ya estaban afuera porque el frío golpeó su cuerpo, y en cuestión de segundos se vio entrando en el auto de Xavier, mientras él colocaba su cinturón de seguridad.

—No estoy ebria… ¿Lo sabes no? No me trates como una niña…

Xavier rodó los ojos y luego fue a su sitio, arrancó el auto mientras apretaba el volante para amortiguar todo lo que tenía por dentro. Estaba nervioso, excitado y con las ganas explotando su piel.

El silencio gobernó el recorrido corto hacia la casa de Cox, entraron a la residencia, y el hombre aparcó el auto de una forma inusual. Ni siquiera tuvo cuidado en sí estaba cerca de la orilla o no. Ahora mismo eso no era de importancia.

Ana salió cuando vio que él se bajaba del auto y observó de forma cautelosa su casa; era amplia, incluso más bonita que la de Durango, aunque en Los Ángeles todo era más costoso por supuesto.

Esperó que Xavier abriera su puerta y luego encontró su mirada instándole a que pasara.

Anaelise quiso cobrarse cada segundo de su abandono y caminó de forma lenta mientras le sostenía la mirada. Xavier arrugó su ceño sabiendo que estaba tentándolo y cuando ella pasó de la puerta él cerró de golpe asustándola un poco.

Ana vio por los ojos de Cox que parecían estaba a punto de cazar a una presa, así que, aunque el lugar estaba a oscuras, caminó rápido a una sala amplia y alfombrada para dejar su bolsa de mano y bajar un poco su vestido.

Xavier dio largas zancadas y atrapó su cuerpo al instante por detrás de ella para luego colocar la boca en su cuello, luego bajo sus manos a los pechos de ella y las restregó hasta llegar a su centro, apretándola.

El vientre de Anaelise se oprimió de forma cruel y por un momento sintió que sus piernas le flaqueaban. Y no era una broma, su cuerpo se desequilibraba, en parte, porque se sentía un poco mareada, así que al momento de girarse un poco por la necesidad de tener de frente a Xavier, trastabilló un poco yéndose hacia atrás.

Aunque la intensión de Cox no era dejarla caer, la soltó un poco y ambos fueron al piso enseguida. Ana quiso escabullirse rápidamente cuando lo sintió encima de ella, pero él fue rápido y tomó su tobillo llevando las manos hasta sus muslos.

El cuerpo de Anaelise se estremeció tanto que echo la cabeza hacia atrás, entonces las manos de Xavier comenzaron a recorrerla hasta que subió completamente su vestido y mordió sus muslos. Los sonidos de Ana solo sumaban su desespero, entonces no esperó y quitó el vestido por sus brazos.

—Xavier… —ella lo mencionó como si la vida se le resumiera en ese nombre.

Cox llegó hasta ella y le arrancó otro gemido cuando sus bocas se unieron.

La desesperación en las manos de Ana hizo que la espalda de Cox ardiera. Así que el hombre sujetó sus brazos por encima de su cabeza, para mantenerla atrapada mientras él la besaba de forma apremiante.

El aire quemaba dentro de su pecho, por más que la besaba y por más que apretaba su cuerpo contra el de ella, no tenía suficiente, no lo hacía.

Despegó su boca totalmente agitado, con una sola mano sostuvo sus muñecas y con la otra se quitó rápidamente la camisa para luego acercarse a su rostro.

—¡Mírame! —le exigió sacudiéndola y ella abrió los ojos tratando de controlar la respiración—. Te amo, Ana… y sufro por eso…

El rostro de Anaelise cambió repentinamente.

—Xavier… yo…

—Solo dime una cosa… —Él selló sus labios y luego acercó su frente a la de ella—. ¿Aún sientes algo por mí?

Anaelise hizo un puchero, porque su rostro se contrajo por las ganas de llorar que le provocaron.

—No siento algo por ti, Xavier, siento todo… —ella cortó sus palabras cuando sintió que su garganta se cerró—. Todo de mí, te ama, y quizás te amará así no estés conmigo… pero no nunca pudiste entenderlo, tú… odiaste que te amara…

—No, mi amor —esta vez él atrapó su labio y lo succionó, con manos hábiles se terminó de desvestir y se apegó al cuerpo desnudo de Ana—. No quiero imaginar un escenario en que no estemos juntos, Ana… por favor, quédate conmigo…

Sin esperar un segundo, Ana sintió como Xavier entró en ella sin tener ese apresuramiento que segundos atrás los dominaba. Sus cuerpos se estremecieron, y ambos gimieron contra el otro. Ellos estaban en la alfombra, moviendo su cuerpo de la forma más lenta para postergar este momento lo que más se pudieran.

Ana abrazó a Xavier con sus piernas, y él dejó sus manos libres para que ella pudiese tocarlo cuando quisiera. La sincronía era excepcional, fantástica y perfecta; se veían a los ojos, chocaban sus alientos y no dejaban de besarse, incluso la sensación que ahora estaba recorriendo sus cuerpos, era demasiado de soportar.

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