—Quiero probarme este vestido. —A Ema le llamó la atención un vestido rosa, la cual estaba marcado como vendido, pero insistió en probárselo.
—Lo siento, Sra. Ema. Este vestido ya se ha vendido. Solo que la clienta aún no ha venido a recogerlo. —La dependienta no se atrevía a ofender a la persona que había comprado este vestido, así que no se lo dio a Ema para que se lo probara.
—Solo me lo probaré, no voy a llevármelo. ¿Por qué no podría? Sabes que soy una de las nueras de los Hernández. ¿Cómo te atreves a tratarme así? ¿Sabes como hacer negocios? —Ema sintió que la dependienta la miraba con desprecio.
—Lo siento muchísimo. Sé quién eres, pero alguien ya ha comprado este vestido, por tal motivo no podemos dejar que otras personas se lo prueben. Es el reglamento de la tienda. —La dependienta le explicó pacientemente a Ema.
Pero hoy, Victoria le había levantado su ego. Ema sentía que era la persona más poderosa de la ciudad, y que todos debían ceder ante sus caprichos. Ella realmente quería ese vestido.
La disputa entre Ema y dependienta atrajo al director.
—¿Qué ha pasado? Sra. Ema, trate de calmarse. ¿Qué está pasando aquí? —Cuando la encargada se acercó, trajo consigo un vaso de agua para Ema.
—¡Dímelo tú! Esta dependienta es demasiado irrazonable. Le pedí que me diera ese vestido para probármelo, pero se negó. ¿Tiene miedo de que no me lo pueda permitir? —Ema bebió un trago de agua.
—¿Cuál es la situación? —preguntó la directora a la dependienta. Entonces ésta señaló el vestido rosa del escaparate, así que, la directora comprendió la situación inmediatamente.
—Lo siento mucho. Este vestido ya ha sido vendido, pero lo podemos mostrar ya que la clienta aún no ha venido a recogerlo. Si le gusta tanto, podemos hablar con la central y ver si nos pueden enviar el vestido que aún le queda. —No se producía muchas prendas para la edición limitada. Era un privilegio que Chanel les hubiera concedido tales prendas a los grandes almacenes Ciudad Rosa. Así que solo había dos, uno de los cuales ya había sido reservado.
Originalmente había otro para otra tienda, pero para apaciguar a Ema, la directora decidió luchar por él.
—Ya que tienes otra, entonces me quedo con ésta. —Ema fue aún más inescrupulosa. Estaba a punto de abrir la ventana para coger el vestido.
La directora se asustó tanto que se apresuró a detenerla.
—Sra. Ema, esto no es posible. El cliente vendrá a buscarlo pronto. Si lo desea tanto, intentaré conseguirle uno para usted. Solo hay diez en el mundo. —La directora le explicó pacientemente a Ema.
—Entonces piensas que no puedo pagarlo, ¿no? ¡Que venga la persona a cargo! Debo tener este vestido sí o sí. —Ema se volvió irracional.
Así que los que querían entrar en la tienda se quedaron en la puerta para ver el espectáculo, esperando ver cómo tratarían a esa persona rica.
La directora no tuvo más remedio que llamar al encargado.
Ésta trató de persuadir a Ema con palabras amables, pero ella no cedió ni un poco, ya que pertenecía a la familia Hernández.
—¿Quién está haciendo alboroto aquí? —Una voz áspera llegó desde el exterior. Las personas que estaban en la puerta se apartaron inconscientemente.
La señora Jones entró con elegancia y entrecerró los ojos al ver que era Ema.
—Tengo poder absoluto en los grandes almacenes Ciudad Rosa. ¿Dónde está tu poder? Guardias, saquen a esta mujer. Díganles a los de seguridad de la entrada que los grandes esta mujer está vetada de los grandes almacenes Ciudad Rosa. —La señora Jones, rodeada de mucha gente, terminó su frase y se fue.
—¿Qué? ¿Cuál es el problema con ella? Yo tampoco quiero venir aquí. —Ema maldijo con rabia, señalando a la señora Jones.
—Lo siento, señora. Por favor, retírese. Ya no es bienvenida aquí. —Varios guardias de seguridad se le acercaron y se lo dijeron amablemente.
—Me iré. ¡No me empujes! Conozco bien el camino. —Ema pensó que la Sra. Jones era realmente demasiado presuntuosa. «¿Quién no es amable con la familia Hernández en Ciudad R?».
La Sra. Jones no tomaba en serio a la gente de la familia Hernández, por lo que Ema debía decirle a Alejandro que la Sra. Jones era arrogante con ellos.
***
—Mamá, déjamelo a mí. —Cuando Ema volvió a casa, ayudó a Fernanda con su trabajo, lo que sorprendió a ésta. Todos los días, Ema no hacía más que comer, dormir y comprar, pero hoy, Ema incluso estaba dispuesta a ayudarle a arreglar las flores.
—Mamá, te encargas de la casa todo el día y debes de estar muy cansada. Deja que te ayude. —Ema era dulce y ayudaba a Fernanda con su trabajo.
—¿Pasa algo malo? Estás rara. —Fernanda no estaba acostumbrada a los cambios repentinos de Ema.
—Mamá, lo siento. Solo pensaba que debería compartir contigo algunas de las tareas domésticas. A partir de ahora, quiero aprender de ti y esforzarme por ser una buena nuera, una buena esposa y una buena madre.
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