Encuentro cercano romance Capítulo 65

—Oye, Danitza, aquí hay un documento que es urgente. Ahora mismo estoy muy ocupada, así que envíalo de inmediato a la habitación 888 del Hotel Juno, donde te esperará la señorita del Grupo Alonso. —Camila entregó un documento a Danitza y le dijo que lo enviara inmediatamente.

—¿No se supone que esto es trabajo de Bárbara? —Normalmente, había una persona encargada de entregar las cosas.

—Ya está haciendo un envío a otra empresa. ¿No ves que todos están muy ocupados? Tú eres la única que no tiene cosas urgentes en mano, anda, déjate de tonterías, que no se puede seguir perdiendo el tiempo. —Camila se estaba impacientando.

Danitza miró el documento que tenía en mano, estaba completamente sellado, y solo necesita dos horas para la ida y vuelta.

—De acuerdo. —Entonces Danitza recogió sus cosas, cargó su bolso, guardó el documento allí y se dispuso a salir.

Mirando la espalda de Danitza, Camila se burló en su mente, «Danitza, mucha suerte».

Danitza salió y tomó un taxi, y en cincuenta minutos llegó al Hotel Juno, donde subió al ascensor y se dirigió al octavo piso.

Todo el octavo piso estaba en silencio, como si ninguno se hubiera levantado aún, ni siquiera había algún trabajador.

Danitza encontró entonces la habitación 888. La puerta estaba medio abierta, entonces ella llamó a la puerta, pero no hubo respuesta. Se pegó a la puerta para escuchar y supo que la persona de dentro se estaba duchando.

Como vio que la puerta estaba entreabierta, pensó la habían dejado así para ella, entró sacando el documento de su bolso.

—Señorita Alonso, le he puesto el documento en la mesa central, salga luego y léalo —dirigió sus palabras hacia el baño.

Dicho esto, Danitza quería marcharse, se sentía un poco incómoda en esa habitación, el olor del incienso le dejaba sin aliento.

Pero en ese momento la puerta, que había estado abierta, se cerró por fuera, y cuando Danitza fue a empujar de ella, no pudo abrirla.

El sonido del agua en el baño se detuvo, y con un clac, la puerta del baño se abrió.

Danitza se giró para pedir que la señorita Alonso le abriera la puerta, pero lo que vio le dio mucho miedo.

Era un hombre calvo y gordo con una barriga más grande que la de una mujer embarazada, parecía tener unos 50 o 60 años.

No era muy alto y llevaba una toalla de baño alrededor de su gruesa cintura.

¿Esta era la señorita del Grupo Alonso? A Danitza le daba un poco de vueltas la cabeza y su cuerpo empezó a sudar frío.

—Ja, ja, ja, ja, qué bien, qué bien, me gusta esta chica, qué bien se ve y qué grandes tetas, ja, ja, ja, genial, genial. —El hombre gordo se acercó por detrás de Danitza, examinándola y sonriendo con satisfacción.

—Tú..., ¿tú quién eres? ¿Por qué estás aquí? ¿No es la señorita del Grupo Alonso la que me pidió que le entregara el documento? —Danitza agarró con fuerza el pomo de la puerta, quería salir, ya que este hombre era un tipo malo a primera vista.

Sus pies estaban tan débiles que apenas podía mantenerse en pie.

—Soy quien buscas, pero ¡me llamo Sergio Alonso! —dijo el gordo, alargando la mano para tocar la cara de Danitza, quien tenía una cara con muy buena piel. El hombre estaba un poco impaciente por tocarla.

Un chorro de sangre goteaba de la comisura de la boca de Danitza y sus ojos miraban al techo mientras las lágrimas fluían.

¡Pam, pam, pam!

Se oyeron varios golpes fuertes, la puerta de la habitación estaba a punto de ser derribada, y con un último golpe la puerta se abrió y Alejandro entró con un rostro espeluznante.

La toalla de baño de Sergio se había caído y esa cosa fea se tambaleaba.

Alejandro le dio una patada a esa cosa fea, mandando a Sergio a volar, y como un tipo así de gordo voló en el aire, se podía imaginar lo enojado que estaba el señor Alejandro.

Miró a Danitza que estaba tumbada en la cama, ahora mismo parecía estar sin vida como una muñeca de juguete, las sábanas sobre las que yacía estaban cubiertas de sangre.

—¡Danitza, Danitza, no puedes morir sin mi permiso! —Alejandro se quitó su traje, envolvió a Danitza en él, la levantó y salió furioso, sin olvidarse de decir a sus hombres: —¡Acaben con él!

Por mucho que Alejandro gritara, Danitza estaba inconsciente. La chica estaba decidida en morir.

Alejandro ni siquiera sabía cuándo le habían caído las lágrimas, tenía mucho miedo, miedo de que esa mujer lo dejara así, porque definitivamente se arrepentiría hasta la muerte.

Tras saltarse innumerables semáforos en rojo, Alejandro llegó al hospital, cogió a Danitza en brazos y corrió a toda velocidad.

El personal de reanimación estaba preparado y, al ver llegar al señor Alejandro, todos se pusieron manos a la obra, administrando oxígeno, comprobando los latidos del corazón y rodeando inmediatamente a Danitza.

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