—Esta señora Jones es demasiado amable, hasta nos ha pagado las compras. Tendré que invitarla a cenar algún día… Pero he oído que la señora Jones no es fácil de invitar —Fernanda reflexionó mientras estaba sentada en el coche de camino a casa.
—Bueno, mamá, entonces ¿por qué no le hacemos una visita alguna vez? Para mostrar nuestro agradecimiento. —Danitza también encontró a la señora Jones muy acogedora, pero pensó que era posible que el Grupo Jones quisiera trabajar con el Grupo HD.
Cuando llegó a la villa de Alejandro, Fernanda le pidió a la criada que sacara las cosas que compró para Danitza, solo para descubrir que en el maletero había muchas más cosas compradas por la señora Jones.
—¿La dependienta se equivocó? ¿Cómo puso las cosas de la señora Jones en nuestro coche? —Todas esas cosas eran de la señora Jones.
—Mamá, hay una tarjeta aquí. —Danitza fue muy avispada y vio una tarjeta dentro.
—Para mi querida Danitza, espero que te guste. —Esa letra también era muy bonita.
—Oh, la señora Jones te lo ha regalado a ti. Ya tiene más sentido mí. Mi nuera es encantadora, he notado que la señora Jones te mira con ojos cariñosos. —Fernanda se sintió muy feliz de que su nuera era reconocida por otra.
Solo a Danitza le pareció extraño todo eso. Cuando fue a esa fiesta, el misterioso regalo del señor Jones la había asustado bastante, y ahora la señora Jones le regalaba tantas cosas, ¿últimamente había sido favorecida por Dios?
Después de repartir las cosas, Fernanda tuvo que volver, aún tenía que preparar la cena de su familia.
—Danitza, me voy, cuando convenza a Alejandro, os venís a vivir con nosotros, ¡así estaremos tan bien juntos como una familia! —Fernanda se fue con pena.
Danitza tampoco se lo tomó en serio; nunca tuvo intención de ir a la casa antigua de la familia Hernández.
Después de recoger todo, Danitza llamó a Nora y a Laura, que también se estaban preparando para salir del trabajo, y estas le dijeron que estarían allí en unos minutos.
Luego llamó a Antonio y éste también estaba listo, diciendo que ni siquiera había comido para la gran cena.
Danitza se rio. Antonio era distante con todo el mundo, pero siempre era un gentil amigo para ellas.
Danitza se puso un sencillo vestido de color azul pálido que hacía que su piel fuera aún más delicada.
A pesar de tener 21 años, a Danitza le seguían gustando los colores vivos y creía que vestirse con colores vivos la haría sentir mejor.
Cuando estaba a punto de salir de la casa, Danitza saludó a Diego, diciéndole que no estaría en casa para cenar.
Diego asintió con una sonrisa, había visto el coche del señor aparcado frente a la puerta y suponía que la parejita iba a tener una cena romántica.
Cuando Danitza salió, vio el coche de Alejandro aparcado delante de la puerta, y dio un rodeo deliberado para evitarlo.
Se acercó a la parte delantera del coche y vio un par de zapatos de cuero brillante, junto con unas piernas delgadas apoyadas en la parte delantera del coche.
Danitza levantó la vista y sonrió a Alejandro.
—Señor Alejandro, ¿estás esperando a alguien?
—Sí. —Viendo que Danitza se limitaba a evitarlo, Alejandro no dijo nada.
—Pues tómate tu tiempo, voy a salir. —Danitza estaba lista para irse, sentía que la atmósfera se tensaba con la presencia de Alejandro.
Danitza había dado unos pasos cuando el otro le agarró el brazo.
—A «Seboros de Manolo» —dijo Danitza, que estaba deprimida, si todos veían a Alejandro, ¿se sentirían incómodos?
Mientras pensaba, llegó a su destino y vio a Nora y a Laura bajando del taxi.
—Ve, yo aparcaré el coche. —Alejandro también vio a Nora y Laura y dejó que Danitza fuera a recibir a los invitados.
Dejando a Alejandro, Danitza tomó una profunda bocanada de aire, ya que se estaba asfixiando en el coche.
—Danitza, ven aquí, hemos cogido un buen sitio. —Nora no vio el coche de Alejandro, ocupó un buen lugar y vio a Danitza.
—Sí, ya voy. —Danitza vio a sus amigas y se acercó a ellas, pensando en cómo decirles que había traído a alguien más con ella.
—Danitza, Nora, Laura, ¿llegaron muy temprano? o ¿yo llego tarde? —También llegó Antonio, que iba vestido con un traje casual gris, parecía fresco y guapo, que hizo que los ojos de todos se iluminaran.
Incluso las chicas que pasaban por allí sonreían como tontas al verlo.
—Sentémonos aquí, justo hay cuatro asientos. —Nora señaló la mesa que ocupaba.
—Añadimos una silla, hay otro que viene —Danitza se apresuró a decir, porque si Alejandro llegaba y veía que no había sitio para él, se enfadaría.
—¿Hay alguien más? —preguntaron las dos chicas al unísono.
—Sí, tu hermano. —La cara de Danitza se puso roja al decir esto.
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