Dominado silencio en la sala, tan silencio que se oiría el menor sonido cuando se cayó la aguja.
Echada en el sofá, Xenia estaba callada. Y la acompañó Naomí, confusa.
Nadie dijo nada, porque la menor palabra podría afectar su emoción.
Pasaron ya mucho tiempo desde que el padre y el hijo se encontraron en la sala, y ningún ruido lo oyeron las dos arriba. Xenia quiso bajar al piso, pero temió romper su encuentro.
Estaba pasando las horas más agudas de su vida.
Congelada por haber mantenido sentada durante mucho tiempo, Naomí se levantó y dijo, -Bajo mirando.-
Apenas se movió dos pasos, la detuvo Xenia, -No te muevas.-
-Xenia,- la miró curiosa, -¿No quieres saber cómo ha ido todo?-
Moviendo la cabeza negativamente, Xenia no le contestó.
De hecho, a Xenia no le preocupaba su encuentro, porque conocía profundo a Simón, que lo podría haber adivinado con lo similares que se parecían los dos.
Lo único que estaba pensando era cómo la trataría Simón en el futuro.
“Le he mentido por cinco años enteros, y cuando lo descubrió, ¿cómo me trataría? ¿Me odiará?” pensó Xenia.
Viendo que Xenia seguía inmóvil, Naomí dijo, -Voy bajando, no me detengas.-
-¡Naomí!- escuchando sus gritos, Naomí se detuvo y la miró.
-Ya es tarde. Vete a tu cuarto y descansa.-
-Pero tú…-
-Tranquila, sé cómo resolverlo.-
-Xenia…-
-¡Déjame!- Le dijo Xenia en un tono áspero.
Viéndola tan firme y determinada, Naomí tuvo que dejarlo.
-Vale, te dejo.- Naomí volvió a su cuarto.
En este momento, Xenia cerró los ojos.
Luego escuchó unos ruidos desde la puerta, pensando que volvió Naomí, dijo molestada, -He dicho que lo resolveré yo misma. Vete a descansar.-
Pero no escuchó nada respuesta.
Curiosa, Xenia miró la puerta y en seguida vio a una figura alta y robusta, con los ojos fijos en los suyos.
Era Simón.
De pronto Xenia se levantó y lo miró con mucho nervio.
-No es así.-
-¿Cómo que no es así? Me has mentido por cincos años, si no te busco, ¿nunca me volverás a ver? Vas a esconderme en toda tu vida, ¿así lo planteas?-
Con la fuerza que le agarró la mano, Xenia sintió lo insensato que era él en este momento. Si no le decía la verdad antes era por el miedo de que se lo arrebatara a su hijo, ahora era temerosa de lo decepcionado y lo furioso que estaba él cuando lo descubrió.
Sintiendo la fuerza cada vez más violenta, Xenia intentó apartarlo, -Me has dolido mucho, suéltame. Te lo puedo explicar…-
-¿Te duele ahora? ¡Y a mí, no!-
-Sé que estás enfadado. No quise mentirte. Suéltame y te lo explico, por favor.- Le dijo desesperada.
No contestó Simón, y la miró atentamente por mucho rato.
Luego la soltó, y Xenia acarició su mano hinchada, cabizbajo.
-Tengo sólo una pregunta.-
-Dime.-
-¿Diego y Óliver lo sabían?-
Escuchando sus nombres, Xenia se quedó de repente pálida porque se dio cuenta de lo furioso que estaba él.
“Con la relación entre él y Óliver…” pensó Xenia dudando, pero luego dijo con firmeza, -No quiero mentirte,- volvió a bajar las miradas y le contestó en voz baja, -En algún sentido, lo sabía Óliver.-
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