Esta mujer era, en efecto, diferente de las que habían intentado acercarse a él recientemente.
Su mirada estaba llena de tristeza, pero no tenía nada de pánico, lo que dio a Simón una sensación real.
-Ayúdame…
Xenia seguía suplicándole ayuda, pero había una creciente desesperación en sus ojos.
El hombre que no pudo evitarle a Xenia ningún dolor terrenal, Simón, ahora le hacía esto.
¿Será que las cosas eran realmente como habían dicho Carmen y Diego, que Simón ya no la conocía?
Pero, ¿por qué ha ocurrido todo esto? ¿Por qué?
-No me lo creo, no puedes no conocerme, debe haber algún malentendido, suéltame -Xenia no pudo evitar gritar.
Los delgados brazos blancos de Xenia ya estaban marcados en rojo por los dos fuertes guardaespaldas, Simón frunció el ceño y estuvo a punto de pedirles que la dejaran ir.
Pero de repente se oyó la voz de un hombre tranquilo.
-Siento interrumpir, pero mi hermana se ha confundido con otra persona, nos la llevamos ahora, por favor, dígale a sus hombres que la dejen ir.
Los dos guardaespaldas que sujetaban a Xenia, también se dieron cuenta de que Xenia tenía un aspecto diferente al de las otras mujeres, volvieron a mirar a Diego y pensaron que no parecía un mentiroso.
Entonces los dos hombres soltaron a Xenia.
En el momento en que Xenia se liberó, hizo un movimiento hacia Simón de nuevo, sólo para ser detenida por Diego que la agarró del brazo.
-¡Volvamos!
-Hermano, suéltame, no voy a volver contigo, tengo que averiguar qué pasa. Hermano, ¿puedes ayudarme? No, no necesito que me ayudes, lo resolveré yo mismo ahora.
Como Simón estaba de pie no muy lejos de ellos, las emociones de Xenia comenzaron a sacar lo mejor de ella de nuevo. La hipótesis que le habían contado en el coche ya la había puesto al borde de un colapso emocional.
Ahora que había resultado ser cierto y que Simón seguía aguantando con tanta frialdad, Xenia estaba a punto de volverse loca.
La fuerza de Diego le impidió ir más allá.
Diego levantó la cabeza y miró a Simón.
Simón también lo miró.
-Siento las molestias que ha causado mi hermana al confundirla con otra persona, me disculpo en el lugar de mi hermana, espero que no le importe.
Simón sonrió ligeramente e hizo un gesto para mostrar que lo entendía.
Diego tiró de Xenia hacia fuera y ésta siguió forcejeando sin dejar de mirar a Simón.
-Hermano, suéltame, tengo tanto que preguntarle, suéltame, que me suelta…
No era tan fuerte como Diego y sólo podía ver cómo Simón se alejaba cada vez más de ella.
Simón pensó que tal vez esa chica estaba realmente equivocada, pues de lo contrario, ¿cómo podría haber enloquecido en presencia de su hermano?
Pero nada de esto parecía tener que ver con él.
Entonces Simón se dio la vuelta y se fue.
Pero Simón no había tenido tiempo de ir demasiado lejos cuando de repente oyó los gritos de la mujer.
Simón no sabía por qué se había detenido, y se volvió inconscientemente.
Simón vio que la mujer, que acababa de contener las lágrimas, ahora por fin no podía soportar una pena tan grande y las lágrimas salían de sus ojos como perlas.
No paraba de gritar que no, y finalmente, tal vez debido a su abrumadora emoción, se desmayó. Entonces Simón vio que el hombre que acababa de retenerla, la levantó y la metió en su coche.
-Señor Simón, ¿qué está mirando?
El guardaespaldas que le seguía le preguntó al respecto.
Entonces Simón dejó de mirar al hermano y a la hermana, y negó con la cabeza.
-Nada.
Los caminos estaban pavimentados con adoquines, con hierba entre los huecos y una gran variedad de plantas de hoja perenne, como si se tratara del refugio de verano de un hombre rico.
Este era el estilo privado que le gustaba a Jorge.
Y siempre estaba presente en cualquier subasta en la que se ofrecieran antigüedades.
Y, siempre que se celebra una subasta de antigüedades, Jorge está seguro de estar allí.
Cualquiera que haya oído el nombre de Jorge pensará seguramente en antigüedades, ya que es un coleccionista de ellas.
La figura alta y erguida de Simón cruzó el pequeño puente, atravesó el camino de piedra y entró en el interior de la villa.
-Señor Simón, ha vuelto, Su Señoría le espera en el estudio.
-Bien.
Simón se dirigió al estudio. Antes de entrar llamó a la puerta por costumbre y una voz seria le llegó desde el interior.
-Pasa.
Simón pidió permiso antes de entrar.
Un anciano con bastón estaba sentado en un sofá de caoba, hablando con el hombre de enfrente sobre algo.
-Simón, estás aquí -Jorge señaló la silla que estaba a su lado, indicando a Simón que se sentara.
-El Dr. Jacobo va a volver a España por un tiempo recientemente, y vino aquí antes de irse para ver lo bien que te estás recuperando.-
Con una taza de té en la mano, el doctor Jacobo sonrió y dijo, -Sí, mi mujer y mis hijos están en el campo y puede que esta vez esté de vuelta casi todo el mes, así que he venido a comprobar la salud del señor Simón antes de irme, ¿sigue mareado últimamente?
Simón sacudió la cabeza en silencio.
Cuando Simón se había despertado de aquel desastre, le dolía la cabeza al recordar los recuerdos perdidos, luego se mareaba y finalmente perdía el conocimiento.
Pero últimamente estaba más tranquilo y estable mentalmente, por lo que ya no se mareó casi nunca.
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