Sus rodillas le dolían después de caer sobre ellas, a lo que Ximena puso una mueca mientras sufría, respiró lentamente a través de su boca por el dolor. Sus acciones causaron que el cuerpo entero de Mario se estremeciera.
-Mujer, ponte de pie.
Ximena se dio cuenta de lo que estaba tocando, se acercó enseguida para sostenerse en la pared en un intento de ponerse de pie, pero sus piernas estaban entumecidas en este punto. Después de tambalearse a sus pies, tropezó de nuevo. Esta vez cayó en el mismo lugar y tocó lo que no debía tocar. ¡Ximena estaba harta de sí misma ahora mismo! No lo decía en serio, ¿pero él le creería?
Si estuviera en sus zapatos, ni siquiera se creería a sí misma.
-Yo, no puedo levantarme... -Ximena mordió sus labios. Fue la primera vez que se había rendido a él, pero estaba en una posición tan incómoda.
-¿Vas a borrar la foto? -Mario levantó su mentón con los dedos, diciendo cada palabra con calma, sin dejar espacio para la interpretación.
-Bien, ¡lo haré ahora mismo! ¡Es solo una foto de todos modos!
Una vez que fue puesta en el acto, Ximena tuvo que dejar su ego y deshacerse de la foto.
—¿Y las copias de seguridad?
-¡Te mentí, no había ninguna copia! -Ximena levantó sus manos para jurar—. ¡Esta es la verdad absoluta, tan verdadera como que soy una mujer!
—Tu falda es demasiado corta, puedo ver tu muslo interior.
Usando una mano, Mario la ayudó a levantarse con facilidad. Él la miró y notó su falda extremadamente corta, así como la piel clara y sedosa debajo.
-¡Bastardo! ¡Manten tus ojos lejos de mí!
¿En qué mundo era corta la falda? Además, tenía un forro interior, estaba lejos de ser reveladora.
—¡Adiós, espero no volver a verte!
Ximena salió corriendo sin dar la vuelta mientras se arreglaba la falda en repetidas ocasiones. «¡Siempre me trae malas noticias!» Quizás, los dioses estaban probando Ximena. Cuando llegó a la entrada, recibió una llamada de la residencia de Ancona. Su padre en realidad recordó que tenía otra hija aparte de Rubí; la llamó para decirle que le hiciera una visita.
No debía dejar que se enteren de la existencia de Daniel y Samuel. De lo contrario, a juzgar por la personalidad de Soraya, era probable que lastimarían a sus hijos.
Ximena tomó un taxi y se fue a casa.
—Mi señora...
Las doncellas se sorprendieron al ver a Ximena, como si se hubieran topado con un fantasma.
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