Debía haber estado muy solo al curarse él mismo sus heridas. Lin Yuzhen no sabía por qué estaba pensando todo eso. Se mordió ligeramente el labio al no poder evitar que su dedo tocara algunas otras cicatrices.
―¿Te duelen?
A Jiang Ning le dio un vuelco tremendo el corazón. Sacudió la cabeza.
―Ya no.
Se volvió y notó que Lin Yuzhen tenía los ojos humedecidos por las lágrimas.
―Has sufrido mucho, ¿verdad?
Lin Yuzhen levantó la mirada y dejó caer una lágrima. Jiang Ning ya le había contado que de verdad había sido indigente y vagaba por las calles. Incluso algunas veces estuvo a punto de morir. Esas cicatrices eran prueba de cuánto dolor y sufrimiento había soportado. A ella le dolía tanto el corazón por él.
―Sin importar lo dura que fuera la vida, mi corazón nunca se amargó, ―Jiang Ning sonrió― porque había probado el caramelo más dulce del mundo.
Era el que Lin Yuzhen le había dado cuando era niña.
Lin Yuzhen cubrió las cicatrices con su tersa palma y sintió lo ásperas que eran. Sintió que podía imaginar lo que había vivido Jiang Ning.
―Prométeme que no te lastimarás nunca, ¿sí?
Lin Yuzhen levantó la vista y sus ojos estaban llenos de súplica. No quería ver otra cicatriz en el cuerpo de Jiang Ning. Debía doler tanto.
―¡HAAAA!
¡PAM!
Los treinta se pusieron en parejas y comenzaron a luchar sin piedad. Eran feroces, sanguinarios y dementes. Todos tenían moretones y algunos incluso sangraban, pero nadie se detenía. Era un grupo de bestias salvajes, una manada de animales vueltos locos.
Jiang Ning estacionó el auto y se recargó en la puerta. Miró desde lejos al montón de hombres locos y prendió un cigarrillo. El viento se llevaba el humo. Entrecerró los ojos. «Supongo que cuando esta manada de lobos salvajes termine de entrenar, esto se pondrá interesante».
Hasta ese momento, Jiang Ning aún se sentía aburrido. Sus enemigos eran demasiado débiles, así que no era interesante. El otro lado era demasiado estúpido, entonces no había diversión. Con dificultad sentía la necesidad de pelear. Sin embargo, ahora Jiang Ning sonreía al mirar a los lobos.
―Ya es momento de que empiece. Comencemos hoy.
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