El cuerpo entero de Su Mingquan temblaba mientras sacudía su cabeza de forma exagerada.
—No me atrevería a hacer eso. No lo haré. ¡No volveré a hacerlo!
Aun siendo diez veces más valiente, no se atrevería a contestarle. Su Mingquan podía ver que Jiang Ning y sus hombres eran despiadados; si volvía a actuar con arrogancia, lo matarían sin dudarlo.
Siguió rogándole a Ye Qingwu.
—Le ruego me perdone, Señorita Ye, admito mi error. De haber sabido que era amiga del Gran Jefe, no me hubiese atrevido a ofenderla.
Hace unos cuantos minutos declaró envalentonado que se divertiría con Ye Qingwu y arruinaría su reputación. Ahora no era más que un patético perro abandonado.
—De acuerdo. Como a Qingwu no le importa mucho, es caso cerrado. —Jiang Ning asintió.
Su Mingquan exhaló con alivio en su corazón. Unos segundos antes creyó que en verdad moriría, en ese lugar, en ese instante. Todos los hombres permanecían esparcidos por el piso, incapaces de moverse. ¿Quién podría protegerlo? Cuando Jiang Ning se fuera, el regresaría al hogar de los Su, haría arreglos para que los guerreros de la familia asesinaran a Jiang Ning y a Ye Qingwu. Nunca lo habían humillado de esa forma. Saldarían esas cuentas pendientes.
Hubo un tenue brillo en los ojos de Su Mingquan, pero desapareció rápidamente. Si bien por un momento, logró mantenerse con vida.
—Aún debemos hablar sobre los hombres que enviaste a Donghai a causar problemas.
El enunciado heló a Mingquan, y llenó su rostro con horror.
—Espera, ¿cómo es que son asuntos independientes? —gritó espantado. ¿A qué se refería con eso? ¿Tenían más de un asunto por resolver?
—No, ¡no fui yo! —Su Mingquan se puso a la defensiva con rapidez y entonces giró su cabeza—. Fue él.
Señaló a Liu Xiaodao:
—Este perro sarnoso tomo la decisión por cuenta propia. Fue él quien quiso ir.
Liu Xiaodao sintió ansiedad y maldijo a Su Mingquan por ser un animal. Lo culpaba sólo para salvar su propio pellejo. Quiso defenderse, pero Su Mingquan le arrojó una terrible mirada y no se atrevió a seguir hablando.
Jiang Ning los ignoró y se enfocó en Ye Qingwu.
—Puedes salir primero. Lo demás no es asunto tuyo.
Ye Qingwu asintió con confusión y salió de la casa. En el momento en que salió, sintió como si la hubiese partido un rayo y casi se desmayó. Los veinte o treinta hombres ante ella trabajaban para Su Mingquan. Su Mingquan los colocó fuera de la casa para evitar que se escapara. Ahora, estaban todos desparramados por el piso con extremidades fracturadas y ninguno se atrevía a pronunciar un sonido. Frente a ellos estaba el hombre que escoltó a Wang Wei y a sus padres anteriormente. Aquel que Jiang Ning llamaba número seis.
Número seis permanecía de pie y mantenía la cabeza de un hombre bajo su suela. Con una tenue sonrisa, dijo:
—Señorita Ye, por favor entre al auto.
La mente de Ye Qingwu quedó en blanco. Nunca había conocido hombres tan poderosos como ellos. Antes de eso, ella vio como Jiang Ning y sus hombres aplastaron a Su Mingquan y a todos los hombres dentro de la casa, al punto en que todos estaban tirados, rogando por piedad. Eso la asombró. Y ahora, número seis se encargó de unas cuantas docenas de hombres él solo.
—Se arrodilló y me pidió disculpas.
—¿QUÉ?
La cara de Wang Wei estaba pálida del miedo. ¿Su Mingquan se arrodilló? ¿Ese malvado de verdad se arrodilló ante a Ye Qingwu y se disculpó con ella?
—Entonces él… —Tenía miedo de su venganza.
—Creo que no se atrevería a vengarse.
Los eventos que habían transcurrido fueron demasiado impactantes, aterradores y demasiado alucinantes.
La imponente actitud de Jiang Ning hizo que Ye Qingwu no pudiera calmarse.
Esto fue solo porque ella era amiga de Lin Yuzhen. Si alguien intentara intimidar a Lin Yuzhen… ni siquiera se atrevía a pensar en lo que le pasaría a esa persona. De pronto entendió por qué Lin Yuzhen dijo que no había nadie en Donghai a quien no pudiese ofender. No, en el mundo entero. No había absolutamente nadie a quien no pudiera ofender en el mundo. Se alegró de saber que Lin Yuzhen no es del tipo que causa problemas a menudo, de lo contrario, el mundo se pondría de cabeza.
Se quedaron sentados en el auto, en silencio. Sus mentes seguían en blanco, parecía que perdieron la capacidad de pensar.
Mientras tanto, en el bungaló, Su Mingquan estaba arrodillado en el suelo, defendiéndose en voz alta:
—No fui yo, de verdad no fui yo. ¿Por qué iría a Donghai? Es tu territorio, ¡no me atrevería a ir allí para nada! Fue él, ¡Liu Xiaodao! Perdió el miedo a morir y te ofendió. ¡Fue él!
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