Jefe Atrevido: Amor Retardado romance Capítulo 356

Vanesa se quedó bien asustada que casi se cayó al suelo.

—Señora, yo…—dijo Vanesa con los ojos asombrados, mientras el resto se mantuvo calmado.

«Obvio que ya conocían todos el plan de la señora Cotilla.»

Frente a su rostro sincero y sonriente, Vanesa no sabía qué decir con la boca abierta.

«¡Qué sorpresa!»

—Pues yo, de hecho —dijo Vanesa con las frases entrecortadas.

La señora Cotilla se río de pronto,

—Entonces nos quedamos así —luego la señora Cotilla se dirigió a los presentes—. A ver ¿quién la quería adoptar?

—No tengo hija, señora, a mí me interesa —dijo el primer hijo de la familia Cotilla.

—Yo tampoco tengo hija —añadió el tercero hijo de familia Cotilla.

Vanesa se quedó totalmente sorprendida y confundida por lo que pasó ahora.

«¿No entiendo por qué todo el mundo me quería adoptar si no tengo nada valioso? Lo único que tengo es todo regalado por Santiago. ¿Desde cuándo me toca el sorteo gordo?»

—Con permiso —dijo Vanesa precipitada—, no soy de una familia noble ni tampoco tengo buena educación, me temo que…

La señora Cotilla la interrumpió agarrando su mano con aún más fuerza,

—¡No digas tonterías! Me caes bien ya es suficiente, no te subestimes ni te pongas nerviosa.

«Todo ha pasado de manera tan sorprendente, ¿no debería ponerme nerviosa?»

—Entonces que la adopte a tercero hijo de la familia Cotilla porque Benito Cotilla está en la misma edad de Vanesa, los dos tendrán tema común.

—Muy bien —dijo la madre de Benito Juliana Covarrubias—, siempre quise tener una hija, por fin he podido cumplir el sueño.

«¿Cómo podría decidir mi destino tan fácilmente si no soy un regalo? ¡Padres fáciles!»

Se le acercó Juliana sonriendo,

—¡Pobrecita! No te preocupes que no sufrirás nunca aquí bajo nuestro cuidado.

Con la boca cerrada, Vanesa bajó sus miradas.

«¿Qué debería hacer ahora? Si digo que no, ¿los dejaré en ridículo? Pero si lo acepto, me siento incómoda. ¿Cómo llegué a ser parte de su familia en un santiamén?»

Con una sola mirada furtiva, la sirviente le pasó a la señora Cotilla una cajita.

—Vanesa, aquí tienes un regalo que te preparé. A partir de ahora, ya somos una familia —dijo la señora Cotilla sonriendo.

Con un rostro sorprendido, Vanesa movió las manos diciendo,

—No, no, no, señora Cotilla, no podré aceptarlo, el regalo es tan valioso que no…

—Para —dijo la señora Cotilla agarrando su mano—, esto es casi nada, no seas tan cortés conmigo, ya somos una familia.

La sirviente abrió precipitada la caja, ahí estaba dentro una pulsera de color púrpura.

«Por su color brillante y su textura suave, debería ser de alto valor.»

La sacó directo la señora Cotilla y se la puso a Vanesa.

La miró Vanesa sonriendo forzosa.

«¿Quién hubiera pensado que me habría tratado tan familiar la familia la familia Cotilla con quien no tenía nada relaciones cuando me quería abandonar la familia Icaza con quien tenía muchos contactos? ¡Qué ironía!»

—Guárdala, Vanesa —dijo Juliana—. Ahora ya eres parte de nuestra familia, ponte como en tu propia casa.

Sonrió Vanesa con cierta impaciencia. Luego la llevaron al comedor.

El comedor era muy grande, incluso más que el de Icaza.

Como no conocía Vanesa a tanta gente, se sentó directo al lado de la señora Cotilla.

Tenía Vanesa antes mucha hambre, ahora perdió ya todo apetito.

Durante la cena, ellos preguntaron a Vanesa por las experiencias, pero nadie mencionó lo de la familia Icaza. Consciente de lo sofisticados que eran ellos, Vanesa los contestó con la mayor discreción.

A su lado estaba sentado un hombre que resopló de vez en cuando. La miró dos veces, pero él a ella, ni una sola vez.

Su resoplo era tan fuerte que lo escucharía todo el mundo, pero nadie lo mencionó, entonces Vanesa lo ignoró también.

Aunque la comida era muy deliciosa, la comió Vanesa muy deprimida.

Terminada la cena, Vanesa se fue a la habitación de la señoraCotilla para charlar con ella. En este momento, no quedaba nadie sino Vanesa y ella.

Apenas entró a su habitación, sonó el teléfono de Vanesa.

Suspirando, Vanesa lo contestó frente a la señora Cotilla.

Ni siquiera vio los números, Vanesa dijo,

—Hola, ¿con quién hablo?

—Soy yo, Vanesa —dijo Santiago.

Entonces Vanesa contestó en un volumen aún más alto,

—Hola, Santiago.

—¿Todavía no has terminado la cena? Estoy esperándote fuera de tu casa —dijo Santiago con cierta impaciencia.

—¿Ya llegas a mi casa? —dijo Vanesa en un tono asombrado—, pero no estoy ahí de momento, espérame un momentito, ya vuelvo.

La miró la señora Cotilla con un rostro asombrado,

—¿Es Santiago?

—Sí es él —dijo Vanesa—, está esperándome a que regrese a casa, creo que tiene algo urgente.

—Dame el teléfono, hablaré con él —dijo la señora Cotilla.

Vanesa se quedó sorprendida por un momento, pero le pasó el teléfono.

—Hola, Santiago —dijo la señora Cotilla—, ¿tienes algo urgente?

Apenas la contestó Santiago, la señora Cotilla añadió,

—Ven aquí pues, Vanesa está ahora conmigo. No te he visto por mucho tiempo.

Vanesa se quedó ahí inmóvil, cabizbajo. Luego se lo devolvió el teléfono a Vanesa y ésta suspiró en silencio,

—¿Vas a venir aquí?

Santiago se río de pronto,

—Sí, voy para allá, sé que te encuentras ahora muy embarazosa, ya te saco del apuro.

«¡Pero quería irme de aquí! ¡No compliques más la situación!»

—No te preocupes, ya llego —añadió Santiago.

Colgado el teléfono, Vanesa sonrió forzosa a la señora Cotilla. Ésta sacó un álbum de fotos y empezó a presentarle a los miembros de la familia.

«Es él, Benito que se sentó a mi lado resoplando. Parece estar descontento con mi entrada a su familia.»

Suspiró Vanesa en silencio.

«¡Créeme que tampoco me dan ganas formar parte de tu familia!»

Hojeando las fotos, llegó Santiago.

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