No quedamos como si fuéramos a seguir siendo los mejores amigos. Eso no cabe en mi cabeza y mucho menos, en las de los que me conocen. Nunca podría ser amiga de alguien que me hizo daño.
–Y ni que se le ocurra.
–Me deseó buena suerte con tu hermano.
–Casi, como si la victima fuera él.
Exactamente, mejor no lo pudo haber dicho.
–Totalmente de acuerdo contigo.
–Pero esto no se va a quedar así – dice molesta – la venganza es dulce.
–No es momento de venganza, Jillie, y no tendría por qué.
Con estar libre de él es mucho más que suficiente. No tener que lidiar con su carácter voluble, esperando a que pasen sus berrinches. Más vale seguir con la dignidad intacta a seguir rebajándome hasta quedar sin nada.
–Tiene que pagar todo lo que te hizo.
–Yo no te estoy diciendo que me voy a vengar de él, ya lo dejé y con eso es suficiente.
–Te tendría que estar rogando, arrastrándose sobre su vientre como la serpiente venenosa que es.
Como si a mí me hubiera importado eso. Y agradezco que no pasó, la humillación hubiera sido grande. Jillie no concibe que lo dejara pasar sin pena ni gloria, como si con eso iba recuperar el tiempo perdido o me fueran a dar algún premio. Que estuviera fuera de mi vista era más que suficiente. La mala hierba había que arrancarla de raíz.
–No te entiendo, no pretendas alterar las cosas, ya te dije que eso es lo que menos quiero.
–Me hubiera gustado ver su cara de estúpido, como si nada hubiera hecho. Ya de menos le hubiera dado una patada en las pelotas.
Sonrío, esas palabras le salen del alma.
Debe estar roja del coraje. Ni qué decir de las palabrotas dirigidas a la progenitora de aquel individuo. Jillie era directa y les puedo asegurar que si hubiera sido ella, el pobre estaría internado por lo mal que le hubiera ido.
–Tienes que relajarte, te van a salir arrugas antes de tiempo.
–Estoy relajada – trata de convencerme – pero eso no me quita las ganas que tengo de romperle el mugroso hocico.
Suelto una carcajada, ella se unió a mi risa y pasamos la siguiente media hora hablando de todo un poco, solo cuando Owen me hizo una seña para poder pedir lo que íbamos a comer me pude despedir de mi querida cuñada.
–Ya tengo que colgar, Jillie.
–Está bien, ¿Ya te llama tu domador? – sonríe como hiena – recuerda, no hagan nada sin protección.
–Sí mamá.
–Deliciosas.
–La próxima, me pido unas.
Mis mejillas se fueron poniendo calientes, indicativo de que estaban tan rojas como una manzana. En definitiva, no sabía dónde meter la cabeza, pero no me arrepentía de haber disfrutado de tan exquisito manjar.
–Ok, me declaro culpable de todos los cargos.
–Estabas comiendo tan a gusto, que me dio pena quitarte el plato.
–Nunca se me habían antojado de esa manera.
Fue como si una voz interna me dijera que me las comiera, en esos momentos me sentí un Gollum, protegiendo a su precioso. Que debía comerlas y saciar mi antojo. Así que la ensalada pasó a segundo término y directo al estómago de Owen. Él estira la mano y acaricia mi mejilla con su dorso.
–Igual, la ensalada estaba muy buena, no te preocupes, podemos pedir una orden para la cena.
–Que sean dos.
Hasta el momento no sabía dónde pasaría la noche, ya casi cada quien estaba viviendo en la casa del otro. No me incomoda, solo que los viajes por ir a buscar ropa es algo engorroso y debemos hablarlo.
– ¿Te quieres quedar en mi casa o nos vamos a la tuya? Traigo todo lo que voy a necesitar, lo tengo en el auto.
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