¡Jefe, pronto seremos tres! romance Capítulo 90

No me tomo ni cinco minutos en encontrarlo, tome una falda negra y una camisa de color rosa y las guardé en mi bolso. En cuanto los tuve en la mano, me fui directo al auto. Abro la puerta y me siento a su lado.

– ¿Ya vez? No me demoré nada.

–Sé que eres una persona organizada y no te iba a tomar mucho tiempo en encontrarlos.

– ¿Qué vamos a hacer ahora?

Aún era temprano, las siete y media de la noche, solo tenía permitido comer lo último a esa hora ya que mañana había la posibilidad de una prueba de rutina, así que me decidí por algo que me mantuviera hasta la hora de la dichosa prueba.

– ¿Quieres ir a cenar a algún lugar en particular?

–Se me antoja una hamburguesa con papas a la francesa y una malteada de fresa – le digo a punto de salivar – ¿o tu que prefieres?

No podía pasar por alto que a él pudiera no gustarle ese tipo de comidas, pero con la pizza estuvo de acuerdo y le habían encantado. O tal vez preferiría una comida más saludable.

–Las hamburguesas están bien, hay que reponer fuerzas, para ahora que lleguemos a la casa.

Parece que no se va a saciar nunca, bueno no es que me moleste eso, solo que me tengo que levantar más temprano de lo normal. No quiero llegar con ojeras a la consulta.

–No puedo desvelarme esta noche.

Hace como que no me escucha, me toma de la mano y la pone en el cambio de velocidades, pone su mano encima de la mía.

–Conozco un lugar cerca de la casa, donde preparan las mejores hamburguesas del rumbo, así que estás de suerte.

Había pasado toda la semana en casa de Owen y al parecer no le preocupaba que estuviera viviendo prácticamente con él, al contrario, parecía disfrutarlo. Ya casi estaba esperando que me pidiera que lo hiciéramos oficial, yo sé que estaría encantada. El punto era que teníamos muchas cosas que platicar, sé que soy una adulta, pero tengo unos padres que me criaron a la antigua usanza y no se diga de los padres de Owen. Eran muy buenos amigos y no permitirían que sus hijos hicieran algo indebido.

Prácticamente tendría que salir de mi casa directo a la iglesia o a un juzgado para una boda por lo civil. No le pondría peros a ninguna de las dos. Sabía que siempre me había gustado la ida de casarme y tener hijos, primero comprometerme y después de un tiempo, no muy largo claro está, contraer matrimonio, tenía que ser con la persona que amara.

Ya sé que suena a locura, pero con Owen estoy dispuesta a casarme si algún día llegara a pedírmelo.

Llegamos al sitio y nada más de ver el logotipo, se me hizo agua la boca, tenía años que no entraba a uno de esos lugares, ya habían pocos, era difícil conseguir uno cerca. Al entrar me quedé asombrado de lo bien que estaba ambientado, los pisos eran en blanco y negro estilo ajedrez, las butacas en un colorido tapizado blanco y rojo, las meseras llevaban el típico vestido de los años ochenta, pelucas con pelo voluminoso, o solo su pelo al natural con bastante volumen y flequillos. Fue como si me hubiera tele transportado en el tiempo, como si entrara a una película de Hollywood.

–Wow.

–Sabía que te iba a encantar.

–Gracias por traerme.

–Todo por ti, muñeca.

No puedo evitar reír, cuando pasa su mano por su pelo al estilo vaselina. Nos dieron una mesa y enseguida llegó una de las chicas a atendernos, ordenamos. Estaba fascinada con el lugar. Su elección me había dejado con la boca abierta. Era como entrar a una de las icónicas películas de John Travolta.

– ¿Hace cuánto que no venias a estos lugares? - le pregunté.

–Tengo tres semanas de haber venido - lo veo un poco intrigada - A Jeremy siempre le han gustado estos sitios, así que cuando está de regreso, es lo primero a lo que venimos.

–Jeremy, el eterno niño.

–A mí también me gustan.

–Pero tú no eres un niño, tú eres mi bebé.

Con Owen me nacía ser cursi, llamarlo por nombres cariñosos como él lo hacía conmigo.

–Tú también eres mi bebé.

Entrelazamos las manos por encima de la mesa, estábamos embobados el uno en el otro que no nos percatábamos de nada. Algunas de las pocas parejas que estaban en el lugar parecía que se encontraban en el miso trance. Así que cada quien estaba en su mundo. No había mucha gente por lo que no pasó mucho tiempo cuando nos trajeron dos mega bandejas, cada una con una jugosa hamburguesa y papas a la francesa para compartir. Las pusieron en la mesa y las dos malteadas una de fresa para mí y otra para Owen de sabor chocolate.

Mis glándulas salivares empezaron a activarse y no sabía por dónde empezar, era cómico y desesperante a la vez, me estaba pasando lo mismo que con las alas de pollo. Mi indecisión puso en alerta a Owen. Ya que él había empezado a comer las crujientes papas. Y se preparaba para darle la primera gran mordida a su hamburguesa.

– ¿No te gusta? Podemos pedir algo más.

–Estoy esperando a que mis glándulas dejen de salivar, en este momento me parece algo doloroso.

– ¿Te duelen las glándulas salivares?

–Sí.

– ¿No lo puedes soportar? Toma un trago de malteada a ver si se te pasa.

Le hago caso y al tomar de la malteada se me va como agua, me asusta mi conducta, últimamente me comporto como si no hubiera comido en todo el año, es vergonzoso. Me pongo a comer como si se me fuera a ir corriendo la comida o me la fueran a quitar, trato de contenerme y cuando llevo la mitad de la hamburguesa empiezo a saciar mi antojo. Esto no es normal.

–Están muy buenas, ¿no crees?

Creo que me lo dice para que no me sienta avergonzada. Asiento con la cabeza ya que no quiero hablar con la boca llena, lo veo a los ojo y me ve de manera tierna, también está para comérselo. Apoyo mi mentó en la palma de mi mano y sonrío. Tomo un trago de la malteada pasa pasar lo que tengo en la boca y le contesto.

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