Ariana no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Justo cuando había terminado de firmar el contrato con Pizcas Precisas S.A. y salía del trabajo, se encontró con Jacinta bloqueando su camino.
Con la punta de los dedos, Jacinta sostenía aquella tarjeta, el techo del convertible estaba completamente abierto y los accesorios de colores llamativos no podían ser más ostentosos.
Ella inclinó la cabeza hacia Ariana y mostró una sonrisa encantadora diciendo: "Cuñada, vayámonos de fiesta."
Aunque Ariana no tenía mucha confianza con ella, Jacinta era de esas personas que se hacían íntimas sin permiso y parecía incapaz de interpretar las expresiones de los demás. Ya estaba haciendo señas para que Ariana se acercara.
El auto estaba estacionado justo en la entrada de Grupo de Inversión Borges. Había muchos empleados yendo y viniendo, y muchos no podían evitar mirar a Jacinta.
Un vehículo de más de un millón de dólares llamaba la atención en cualquier lugar.
Jacinta tocó la bocina un par de veces, con una sonrisa aún más sincera.
"Cuñada, hay un dicho que reza 'hay que disfrutar la vida al máximo', y cuando veas a esas estrellas de cine, te darás cuenta de lo tonto que es colgarse de un solo árbol."
Hablaba con una inocencia encantadora, parpadeando mientras lo decía, y era difícil asociar esa dulzura con la vida personal caótica que llevaba.
Ariana respiró hondo y se sentó en el asiento del copiloto.
"Deja de llamarme cuñada. Mi compromiso con Bruno tiene los días contados."
La sonrisa de Jacinta se congeló por un instante y giró la cabeza sorprendida.
"¿Ah? ¿En serio? Después de tantos años de ser la tonta útil, ¿has decidido no serlo más?"
Era increíble cómo Jacinta tenía ese don de exasperar a la gente con sus palabras.
"Por cierto, cuñada, no sé si te enteraste, pero me agregaron al grupo de Verónica. Hay varias chicas del círculo social de Los Ángeles, y se pasan el día riéndose de ti."
Sin esperar respuesta, Jacinta aceleró el auto.
"Ariana, ¿ya te acostaste con Oliver?"
Esa pregunta cayó como un rayo, dejando a Ariana paralizada.
Como si la sangre en su cuerpo fluyera en reversa, subiendo hacia su cabeza.
Jacinta tamborileaba con la punta de sus dedos sobre el volante, manteniendo en su rostro esa sonrisa inocente que siempre la caracterizaba.
Ariana enderezó lentamente su espalda, dándose cuenta finalmente del motivo por el cual Jacinta la había buscado.
Quizás al principio pedir prestada una loción desmaquillante fue solo una excusa, y Ariana tenía la capacidad de interpretar las señales.
Le interesaba Ariana, ese interés era como el de un niño travieso que de repente encontraba un juguete nuevo y emocionante.
No se podía decir que Jacinta fuera calculadora o astuta, pero sin duda alguna había algo en ella que inspiraba temor.
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