La Esposa sustituta del Magnate romance Capítulo 4

Diego Álvarez se quedó de piedra al escuchar la petición de su amigo.

—¿Te has vuelto loco? —preguntó.

—No. —Arturo giró su silla para no mirar a su abogado y amigo.

—¿No? Permíteme ponerlo en duda, Arturo, no puedes hacer esto, ¡es ilegal! —gritó el hombre poniéndose de pie.

—No es ilegal, si la otra parte está en pleno uso de sus facultades mentales y firma voluntariamente…

—¿Voluntariamente? ¡Maldición, Arturo, no puedes hablar en serio! —el abogado caminó de un lado a otro en la oficina.

—Estoy hablando muy en serio, quiero que redactes un contrato de matrimonio, necesito una madre para mi hijo, y Paula Madrigal ha sido la elegida —aseguró.

—Si hubiese tenido conocimiento de tus intenciones cuando me pediste que la investigara, no lo habría hecho. No puedes coaccionar a una persona de esta manera y menos utilizarla para tu conveniencia.

—Puedo y lo haré, por Alejandro soy capaz de eso y de mucho más.

—Paula no es su madre, Alejandro no necesita una sustituta que solamente se parezca a su madre. ¡Necesita una mujer que lo pueda querer de verdad, que acepte ser su madre por amor y no por un maldito acuerdo! —gritó el abogado tratando de hacer que Arturo entrara en razón.

—Lo he decidido, además, quiero adelantarme a mamá, tiene una candidata perfecta para ser mi esposa, pero ni Alejandro ni yo estamos interesados, queremos a Paula.

—¿Queremos? —preguntó el abogado.

—No tengo que darte explicaciones, Diego, has lo que te he pedido, ¡que yo me encargaré del resto!

—Esto no te traerá nada bueno, no puedes acorralarla de esta manera —insistió Diego.

—No haré nada, solamente le daré la solución a todos sus problemas. Hasta me siento benévolo —dijo casi con burla.

Diego lo miró, se abstuvo de decirle lo que pensaba y salió de la oficina para volver a la suya. Tenía un acuerdo descabellado que redactar.

Mientras tanto, Arturo revisó con cuidado toda la información sobre Paula Madrigal, con todos estos antecedentes, estaba seguro de que la mujer no se negaría a aceptar su trato. Le haría ver sin ningún reparo o cargo de conciencia que era ella quien lo necesitaba a él.

—Estarás acorralada y no tendrás más remedio que aceptar mi oferta —susurró.

Las horas fueron pasando, Paula luchó para apartar la sensación de miedo que le embargaba el corazón, miró su reloj un par de veces, la hora parecía tener prisa para llevarla de nuevo a encontrarse con Arturo Montecarlo de Mendoza.

—¿Qué tipo tan arrogante? —musitó.

—¿Quién es un tipo arrogante, mamá? —preguntó Alejandro sentándose a su lado.

El niño no se había separado de ella, incluso había compartido su sándwich.

—Nadie —dijo mirando detalladamente al niño.

—¿Peleaste con papá? —le cuestionó el pequeño.

Alejandro jugó con sus manitas, estaba nervioso. Paula no sabía cómo decirle que no era su madre. No quería herir su corazoncito, pero tampoco podía mantener una farsa solamente para no hacerlo sufrir. No había mentira que durara cien años, nada se escondía entre el cielo y la tierra, decía su abuelita.

—Alex…

—Te peleaste con papá por mí, ¿verdad?

—No, cariño —dijo al verlo a punto de llorar.

—Me estás mintiendo, sé que has discutido con papá, cuando volviste del jardín tus ojos estaban rojos, como si quisieras llorar —dijo el niño.

—Escucha, Alejandro, yo…

—¿No me quieres, mami? No quieres ser mi mamita ¿Verdad? Por eso te fuiste —pronunció el niño bajando el rostro.

Paula sintió su corazón hundirse dentro de su pecho, al ver como los hombros de Alejandro subían y bajaban. ¡Estaba llorando!

—Cariño, escucha…

—Quizá por eso me dejaste solo con papá, pero no quiero perderte, no quiero estar lejos de ti de nuevo, por favor, mamá —dijo levantando el rostro.

Paula se mordió el labio al mirar la inocencia y el dolor en los ojos del niño. Ella no tenía corazón para herirlo al decirle que no era su madre; sin embargo, una mentira tampoco era la solución, tarde o temprano él iba a saberlo y podía ser peor. ¿Qué podía hacer? ¿Qué debía hacer?

—Lo siento —se disculpó como si el sufrimiento del pequeño Alejandro fuera culpa suya.

—¿Sabes qué es lo que pido todas las noches al cielo? —preguntó el niño, limpiando sus mejillas húmedas.

—Dime, ¿Qué pides al cielo?

—Que tú regreses a mi lado, todas las noches pido a Diosito, que me conceda una oportunidad de volver a verte, que me ames y me acompañes ¡Y me lo ha concedido! —exclamó—. Pero tú no pareces feliz, ¿te olvidaste de mí? —añadió.

Paula cerró los ojos, se debatía entre ser sincera o seguir la pequeña farsa. Ella entendía muy bien su dolor y sus deseos; era el mismo deseo que ella pedía cuando era niña. Su madre murió cuando solamente tenía cinco años y quedó al cuidado de su abuela.

Ella, como Alejandro había pedido al cielo que le devolviera a su madre. No hubo noche que no rezó por un milagro que nunca llegó.

—¿Vas a dejarme? —le preguntó Alejandro con voz rota.

Paula no sabía que responder ante la pregunta e hizo lo primero que se le pasó por la cabeza, abrió los brazos y el niño no dudó en abrazarla, Alejandro se aferró a Paula, como si su vida dependiera de ella en ese momento.

Paula dejó un beso sobre la cabeza rubia del niño, mientras lo sostenía en sus brazos. Así de aquella manera, Arturo los encontró.

—Alejandro —llamó Arturo.

Paula se tensó como la cuerda de un violín al escuchar la voz del hombre. ¿Cómo llegó hasta el salón?

—No iré a casa contigo —dijo abruptamente el niño aferrándose a los brazos de Paula.

—De hecho, no pensaba ir a casa, ¿Te parece si invitamos a tu maestra a tomar un helado? —preguntó, mirando a Paula directamente a los ojos.

La chica supo de inmediato que no era una invitación, era una orden…

—No es mi maestra, es mi mamá —refutó Alejandro.

—Claro, tu mamá —convino Arturo, desafiando a la joven a negarlo.

Capítulo tres. Acorralada 1

Capítulo tres. Acorralada 2

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