La Esposa sustituta del Magnate romance Capítulo 5

«Quiero una madre para mi hijo y usted ha sido la elegida…»

«Usted ha sido la elegida…»

«Usted ha sido la elegida…»

Aquellas palabras se repitieron como un mantra en la cabeza de Paula, ¿La elegida?

—¡Está usted completamente loco, señor Montecarlo! ¿Quién se cree que es? —preguntó Paula inflando los cachetes de enojo.

—Soy un padre que busca la seguridad y felicidad de su hijo, y usted una nieta que desea cuidar de su abuela y darle lo mejor.

Paula apretó los puños con fuerza sobre el mantel de la mesa.

—Ni siquiera me conoce —musitó con dientes apretados.

—La he investigado, he leído por horas su historia, siento que es todo lo que necesito saber.

—Es usted un arrogante, ¿piensa que su dinero puede comprarlo todo, incluso una madre para su hijo? —preguntó poniéndose de pie.

—Sí.

—Idiota —susurró Paula lo suficiente alto para que él escuchara y lo suficiente bajo para que nadie más lo hiciera.

Paula tomó su bolso y salió del local, no quería voltearse para ver al niño, a pesar de que el grito de Alejandro le desgarró el corazón.

—¡Mamá! —gritó el pequeño.

Paula sintió sus lágrimas caer de sus mejillas, no sabía si era por el enojo o el dolor de hacer llorar a un niño.

—¡Mamáaa! —su corazón se desgarró una vez más, caminó con más prisa. No quería girarse, no quería…

—¡¡¡Alejandro!!! —El grito que salió de los labios de Arturo Montecarlo fue aterrador, Paula se giró con violencia para ver al niño ser golpeado por un auto.

El corazón de Paula cayó en un agujero negro, giró sobre sus pies y corrió de regreso.

—¡Alejandro!

La mirada furiosa de Arturo le hizo detenerse en seco.

—Esto es tu culpa —dijo con sequedad.

Paula no respondió, estaba en shock.

—¡Mamá! —La voz de Alejandro le dio tranquilidad de que el niño estaba vivo.

—Lo siento, él fue quien se cruzó —dijo el chofer del auto, el hombre estaba tan pálido que Paula creyó iba a desmayarse.

—Ven conmigo —gruñó Arturo, levantando al niño y llevándolo hasta el auto.

Paula obedeció, sentía culpa, Arturo Montecarlo podía ser un hijo de perra, pero Alejandro era inocente, solo era un niño que deseaba tener una madre…

Arturo dejó al niño en brazos de Paula, mientras subía al lado del piloto.

—¿Dónde te duele? —preguntó Paula en tono bajo, solo para él.

—Mi brazo —se quejó Alejandro.

—Lo siento —se disculpó Paula.

Arturo los miró por el retrovisor, su atención estaba puesta en la carretera por lo que no escuchó la conversación secreta que tenían ese par.

Media hora después, llegaron al hospital, Arturo llevó al niño a emergencia, Paula quiso aprovechar ese momento para escapar, pero no fue posible.

«Prométeme que no me dejarás», el recuerdo y la promesa que le hizo a Alejandro la mantuvo sentada en aquella dura silla de la sala de espera.

Como si la hubiesen pegado con cola.

Paula rezó para que Alejandro estuviese bien y no tuviese ningún golpe interno, ella no alcanzó a ver si el auto lo había golpeado o él había caído al piso por el susto.

Una hora después Alejandro traía el brazo enyesado metido en el cabestrillo.

—¿Cómo está? —preguntó de inmediato.

—Tiene una fisura en el radio, por precaución el doctor lo ha inmovilizado —explicó Arturo con frialdad.

Paula tragó el nudo en su garganta, ¿era culpa suya por irse sin esperar y despedirse del niño o era culpa de Arturo por no cuidarlo bien?

—Estaré mejor, si tú cuidas de mi bracito herido —intervino Alejandro rompiendo el duelo de miradas asesinas entre los adultos.

—Por supuesto, mañana cuando vengas al colegio te cuidaré —le dijo agachándose a su altura.

—¿Por qué mañana? ¿Por qué no puedes venir hoy a casa, tu casa? —cuestionó el niño.

Paula pensó brevemente su respuesta.

—Tengo que cuidar de mi abuelita, pero mañana muy temprano, estaré en el colegio esperando por ti, te prometo que preparé un rico desayuno y te lo llevaré —dijo para convencerlo.

Los ojos del niño se iluminaron al escuchar la promesa de Paula.

—¿De verdad?

—Te lo prometo…

—¡Entonces te veré mañana en el colegio! —gritó el niño con efusividad, dándole un beso en la mejilla.

Paula sonrió, le devolvió el gesto.

—Te espero mañana —aseguró Paula.

Alejandro asintió, tomó la mano de su padre y salieron del hospital, dejando a Paula atrás…

—¿Por qué no la llevas a casa? —dijo Alejandro.

—¿A quién?

—A mi mamá…

Capítulo cuatro. Contrato matrimonial 1

Capítulo cuatro. Contrato matrimonial 2

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