La Fuga de su Esposa Prisionera romance Capítulo 104

Ella iba a hacer todo lo posible para encontrar la verdad. Lo que se hacía en la sombra, eventualmente salía a la luz, entonces Reyna seguramente había dejado alguna pista.

Después de un rato, Roque dijo: "Puedo confiar en ti".

Zulema parpadeó, confundida. No había escuchado mal, ¿verdad? ¿Roque confiaba en ella?

"¿Estás hablando en serio?", le preguntó con cautela. "¿Crees que yo no le hice daño?".

"No quiero seguir indagando en eso". Ya sea que la caída hubiera sido intencional o accidental, para dos mujeres embarazadas, de cualquier forma, era fatal.

Zulema estaba aún más confundida: "¿No seguir indagando? ¿Lo dejarás así nomás?".

"Si cooperas, podemos dejar todo atrás". Roque dijo: "Después de todo, mi hijo con Reyna se ha ido, pero el tuyo sigue aquí. Ella es la víctima, y tú debes pedirle perdón para obtener su perdón".

"¿Pedirle perdón a Reyna?".

"Sí".

"¿Porque ella perdió al bebé y yo no?".

"Sí".

Zulema se rio: "Roque así que eso es lo que quieres". No se trataba solo de pedir perdón, sino de seguir pidiéndolo hasta que Reyna la perdonara, ¿por qué necesitaría ella el perdón de esa mujer?

"Sí. Zulema, ya he cedido mucho".

"Imposible", ella rechazó. "¡No le debo nada a Reyna!".

La expresión de Roque se tornó fría de repente: "Zulema, aprende a ser agradecida".

"No soy de las que se someten fácilmente, y eso ya lo sabes". Si ella hubiera querido ser complaciente, no estaría en esa situación. Había cosas que no era que no quisiera hacer, era que elegia no hacer.

Roque levantó la rodilla sobre la cama y con la mano le levantó la barbilla: "Zulema, causaste la muerte de mi hijo y solo te pido una disculpa, ¿y aun así te niegas?". ¡Qué es lo que ella quería! ¡Había bajado su límite una y otra vez por ella!

Zulema respondió: "No hay error, yo no hice nada, por eso no quiero disculparme".

Las sienes de Roque palpitaban furiosamente. ¡Esa mujer siempre lograba encender su ira con tanta facilidad!

"¡Zulema!", su grito resonó casi por toda la Villa Aurora.

Pero esta seguía insistiendo: "No me equivoqué".

¡La equivocada era Reyna! ¿Y en ese momento ella tenía que pedir perdón? ¡Imposible!

"Roque, lo que más odio es ser acusada injustamente". Zulema lo miró a los ojos: "Especialmente, ser obligada a cargar con esa culpa".

Su padre había sido encarcelado por una trampa. En ese entonces ella era una niña, no entendía lo que pasaba y se sentía perdida, sin poder hacer nada. Quizás, si su padre hubiera resistido un poco más, sin agachar la cabeza, luchando, las cosas podrían haber sido diferentes.

En ese momento, encontrar la verdad detrás de la muerte de Justino Malavé era el camino, pero, ¡qué camino tan largo era ese! Tan extenuante que la dejaba exhausta.

"¡Zulema, vas a acabar matándome de la rabia!". Roque retrocedió, se enderezó, su pecho subía y bajaba violentamente, ¡y su mirada era tan cortante como un cuchillo! Y de repente, levantó la mano bruscamente.

Zulema se encogió instintivamente y exclamó: "¿Me vas a pegar?".

La mano de Roque temblaba ligeramente sin control. ¡Él realmente quiso soltar esa bofetada! ¡Zulema lo había enfurecido demasiado!

"Golpéame, si quieres", Zulema levantó la cabeza. "Si tienes ganas, hazlo. Total, soy tuya, puedes hacer conmigo lo que quieras".

"¿Crees que no me atrevería a hacerlo?".

"Claro que te atreves, el gran presidente Malavé, ¿qué no se atrevería a hacer?". Zulema pensó que, al fin y al cabo, era mejor recibir esa bofetada. ¿Qué eran esos golpes comparados con todo lo que él le había hecho, todas esas acciones que la hacían sufrir tanto?

La luz en los ojos de Roque parpadeó, y su mano cayó rápidamente, ella cerró los ojos, esperando el golpe, pero el dolor en su mejilla no llegó, Zulema estaba confundida, justo cuando iba a abrir los ojos, escuchó un golpe cerca de su oído.

Roque había golpeado la pared con su puño y la sangre comenzó a caer, ella lo miró asombrada: "Roque, tú..."

"No pego a las mujeres, ese es mi límite", dijo con una mirada oscura. "Zulema, haré que te arrepientas por haberme desafiado hoy". Se dio la vuelta y salió con pasos largos, la sangre caía por el dorso de su mano mientras caminaba, él se había ido.

Zulema observó las manchas de sangre en el suelo, y de repente se sintió sin fuerzas, cayendo sentada en la cama. ¿Por qué ese golpe no había llegado? Ella pensó que él la golpearía.

Después de relajarse, ella se dio cuenta de que su espalda estaba empapada de sudor, se dio un baño, se acostó temblando en la cama, dando vueltas sin poder dormir, eso no terminaría simplemente ahí. Seguramente había mucho más esperándola.

Roque volvió a la sala, y Poncho al ver la sangre en el dorso de su mano se sobresaltó: "Señor Malavé, eso es sangre, llamaré al médico de la familia".

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Fuga de su Esposa Prisionera