Reyna había estado aturdida por un rato, pero al final, solo pudo recurrir a las lágrimas para obtener algo de compasión: "Sr. Malavé, yo cometí un error. Perdóname, te prometo que no volverá a pasar. ¡Por favor, dame otra oportunidad!".
Lamentablemente, para Roque eso no tenía efecto alguno, él no caía en esas manipulaciones. Porque Reyna ya había llorado demasiadas veces, hasta el punto de hartarlo, se paró frente a ella, completamente impasible, sin mostrar ni un ápice de emoción.
"Reyna, podría haber pasado por alto tus travesuras anteriores, pero lo que no debiste hacer jamás fue cruzar mis límites".
"Sr. Malavé, por favor no me eches".
"¿Acaso no te he tratado bien?", le preguntó él. "Hoy finges un aborto espontáneo, ¿y qué será mañana? ¡Algo aún más loco!".
Reyna negaba con la cabeza una y otra vez: "No me atreveré, de verdad que no lo haré, Sr. Malavé, ¡tienes que recordar los viejos tiempos! ¿Recuerdas cuando me encontraste y me llevaste contigo, dijiste que me habías estado buscando por mucho tiempo?".
Roque con el rostro inmutable: "Si no fuera por los viejos tiempos, ni siquiera tendrías la oportunidad de estar aquí llorando ahora". ¡Quienes lo engañaban no tenían un buen final!
Zulema observaba desde un lado, siendo una mera espectadora, Reyna se había metido en ese lío por su propia culpa. Solo quedaba ver qué haría Roque, si se mostraría completamente decepcionado o le dejaría un atisbo de dignidad. Por supuesto que, ella esperaba que Reyna nunca volviera a aparecer. Pero entre Roque y Reyna, parecía haber un secreto que ella desconocía.
De cualquier manera, esa vez Reyna había caído duro y se había lastimado bastante; no tendría la capacidad ni el coraje para causar más problemas por un buen tiempo.
"¡Poncho!", se escuchó gritar a Roque con fuerza. "¡Lleva a Reyna fuera de aquí!".
"Sí, Sr. Malavé". Poncho llamó a dos guardias de seguridad, se acercaron, agarraron a Reyna por los brazos, uno a cada lado, y la arrastraron hacia la salida.
Reyna gritaba sin cesar, sonando desgarradoramente trágica: "¡No me quiero ir, quiero quedarme Sr. Malavé, en verdad he aprendido la lección, dame otra oportunidad Sr. Malavé!".
Roque se giró, con las manos cruzadas detrás de su espalda, ligeramente inclinando la cabeza hacia atrás, cerró los ojos. Hasta que la voz de Reyna se desvaneció por completo, él se mantuvo en esa posición, inmóvil.
El salón quedó en un silencio sepulcral. Todo lo que había pasado parecía como si nunca hubiera ocurrido.
"Vas a perdonarla, ¿verdad?", le dijo Zulema. "Después de todo, la quieres".
Roque tragó saliva con dificultad: "¿De dónde sacas que la quiero? ¿Acaso lo he dicho alguna vez?".
"Si no la quisieras, ¿por qué te casarías con ella? ¿Por qué la consentías tanto?", Zulema estaba perpleja. "¿Será que Reyna te salvó la vida alguna vez y estás pagando una deuda?".
Él la miró de reojo, frunciendo el ceño: "Tú eres hija de mi enemigo, ¿y no te casaste conmigo también?".
"Lo mío es diferente, dijiste que estaba redimiendo culpas de una manera diferente, que no venía a vivir en la abundancia".
"Vaya, lo recuerdas bien".
Zulema encogió los hombros: "Desde que me casé contigo, he pagado un precio muy alto, no me atrevo a olvidarlo, ni puedo, y necesito recordármelo todo el tiempo".
Roque lentamente se giró para mirarla directamente a los ojos: "Zulema, lo mío con Reyna es solo una cuestión de responsabilidad, no tiene nada que ver con los sentimientos". Aunque él no podía dejar de recordar esa noche, esos recuerdos eran solo suyos. Reyna nunca podría devolverle la sensación de aquella noche.
"¿Responsabilidad eh? ¿Ella realmente te salvó la vida?".
"Más o menos".
"Sí, sí, yo... yo...", Arturo, temeroso de ofenderlo, se dio una bofetada en un acto de desesperación. "¡No sé controlar mi boca, no se lo tome a mal!".
"¿Qué más te ha dicho Reyna?".
Arturo negó con la cabeza repetidamente: "Nada más, nada más".
"Seguro fuiste el primero en saber sobre su embarazo".
"Sí, la vi con poco apetito y vomitando, algo no estaba bien, la llevé al hospital y allí lo descubrimos", Arturo le explicó. "Aunque yo administro un hospital psiquiátrico, sé un poco más de medicina que la gente común".
Roque se acercó lentamente: "¿Ah sí?".
"Sí, claro". La presencia imponente de Roque, esa mirada afilada, bastaba con una ojeada para que Arturo se sintiera nervioso, con las palmas sudorosas.
"Después del aborto, también fuiste tú quien cuidó de Reyna, ¿verdad?".
"Sí, claro", Arturo comenzó a lamentarse de inmediato. "Su madre murió cuando era joven, tuve que ser padre y madre, le debo mucho. Por suerte, Reyna es una chica sensata", este seguía y seguía, pero algo en el ambiente se sentía mal. Al levantar la vista y encontrarse con la mirada gélida de Roque, se le aflojaron las piernas, y de repente se quedó sin palabras.
"Continúa", Roque alzó una ceja. "¿Ahora sabes callarte?".
"Sr. Malavé, mejor hable usted, hable usted".
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