"¿Alguna vez lo sentiste?", Roque le preguntó insistente. "Después de aquella noche, en estos días que hemos compartido, ¿tu corazón, alguna vez latió por mí?".
Ella guardó silencio.
"Si no respondes, tomaré tu silencio como un sí. Que sí, que me amas".
Zulema torció los labios en una sonrisa más dolorosa que el llanto: "¿Qué importa si hay amor o no? Tú me amas, yo te amo, pero ¿eso significa que podemos estar juntos?".
"Quiero saber tu respuesta". Si ella dijera que lo amaba, entonces él estaría dispuesto a atravesar fuego y agua por ella, su mirada estaba fija en ella, mirándola intensamente: "Has sentido algo por mí, Zulema. No creo que tengas un corazón de piedra, tan duro. Te esforzaste tanto por proteger al niño, porque aquella noche también sentiste algo por mí. ¿No es así?".
"¡No!".
"¡Sí!", afirmó Roque. "Nunca lo has dicho, pero puedo verlo. Siempre has estado esperando al hombre de aquella noche para que te lleve consigo y te dé esperanza. ¡Ahora, yo soy ese hombre!".
Zulema respondió palabra por palabra: "El que amo es el hombre que fue extremadamente tierno conmigo aquella noche. El que susurró promesas de matrimonio en mi oído, un hombre responsable y caballeroso. ¡No el Roque que está frente a mí ahora, aterrador y egoísta!".
Esas palabras clavaron otra daga en el ya lacerado corazón de Roque.
"Te odio, Roque. Te lo he dicho más de una vez, ¿cómo puedes pensar que te amo?", ella se burló. "¡Qué risa! ¿Quién podría amar a su enemigo? ¡A alguien que ha destruido toda su vida!". Al decir esas palabras, también sintió dolor, pero necesitaba que él sintiera más dolor, diez veces más que ella. ¡Herirse un poco para herir mucho a la otra persona!
Zulema se dio media vuelta y se perdió en la penumbra de la escalera, se mordió el labio hasta sangrar para evitar llorar en voz alta. ¿Por qué, por qué aquella noche tuvo que ser Roque? Al destino le gustaba jugar con las personas de tal manera. El hombre que anhelaba en su corazón era Roque y el hombre que odiaba también era Roque. ¡Qué conflicto más grande era tener a una persona así en su vida!
En la sala, Roque quedó solo, parado bajo la luz solitaria del candelabro, la persona que debía amar era Zulema, siempre había amado a la persona equivocada, aun sin saber que ella era la mujer de aquella noche, ya la había amado profundamente.
Eso debió ser el destino.
En ese momento ese amor era aún más profundo, más firme. Roque sabía que había hecho muchas cosas mal, que le debía disculpas a Zulema, pero en lo único en lo que no se equivocó fue en casarse con ella. ¡Qué aliviado estaba de haberla elegido!
Lástima por ese niño.
Roque alzó lentamente sus manos, mirando sus palmas, él mismo había matado a su propio hijo. ¿Había algo más lamentable que eso? De repente, él se dobló y un chorro de sangre salió de su boca, salpicando el tapiz de rojo vivo. La angustia lo abrumó por completo, realmente estaba sufriendo.
Poncho entró justo en ese momento y se horrorizó al ver la escena: "¡Señor Malavé!".
Roque le hizo una seña con la mano, limpiándose la comisura de los labios, como si nada pasara.
"¿Llamamos al médico de la familia o vamos al hospital?".
"No hay necesidad. Que alguien venga a limpiar, solo eso", Roque mantuvo su rostro imperturbable. "¿Y Reyna?".
"Está allí, no ha dicho nada".
Roque salió de Villa Aurora y en el último escalón, Reyna yacía bañada en sangre, inmóvil, pero aún respiraba si se la observaba de cerca, caminó hacia ella, la odiaba tanto como se odiaba a sí mismo. ¡Esa mujer había destruido todo lo que tenía!
Reyna aún intentaba luchar: "Sr. Malavé, aunque no tenga méritos, he sufrido mucho. Estos días a su lado, siempre pensé en usted, ¡perdóneme, me iré de Orilla y no le molestaré más!".
"Que ilusión tuya", Roque le respondió fríamente. "Ya que tanto quieres a un hombre, ¡puedo concederte eso!".
Reyna abrió la boca de par en par, ¡eso sería una humillación total!
"Tú y tu padre, disfruten de este juego", la sonrisa sanguinaria de Roque se dibujó en sus labios. "¡Llévensela! Es toda suya".
"Sí, Sr. Malavé", respondieron los guardias.
"¡No, Auxilio!". El grito desgarrador de Reyna resonó en la noche.
Roque se quedó de pie inmóvil, bajo sus pies se extendía un charco de sangre, su silueta siguió siendo tan orgullosa y solitaria como siempre: Cruel, sanguinario, había cortado los tendones de las manos y pies de Arturo y lo tiró en un manicomio para que los pacientes se vengaran de él a su antojo, a Reyna la dejó llena de heridas y la entregó a sus hombres para su disfrute. Eso demostraba cuan despiadado era su corazón.
Desde el balcón del segundo piso, Zulema observaba silenciosamente la escena, ella había sufrido las consecuencias de los actos de Roque, y nada había sido fácil. Había llegado hasta ese día sana y salva solo porque en un principio, porque él quería divertirse con ella lentamente, destruyéndola poco a poco. Después, se casó con ella, él necesitaba a una Sra. Malavé de marioneta, y por eso no la destruyó completamente.
Hasta que ese día que él dijo que la amaba. Pero ese amor era del diablo, ¿cuán verdadero y profundo podría ser?
Zulema pensó que, si Roque pudo ser tan cruel con Reyna ese día, quizás mañana podría ser igual de cruel con ella, sin piedad alguna.
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