En cuanto salieron esas palabras, todo el lugar quedó en silencio. Zulema abrió los ojos de golpe, mirándolo fijamente, Roque estaba hincado en el suelo. A pesar de estar arrodillado, su espalda se mantenía recta, y sus rodillas estaban cubiertas de polvo, el suelo estaba lleno de piedras y tierra, esa posición debía ser dolorosa.
"¿Cambiar a ti por ella?", repitió Reyna. "Roque, ¿estás dispuesto a morir conmigo a cambio de que Zulema viva?".
"Sí".
"¿Estás dispuesto a morir?".
Roque respondió: "Solo quiero que Zulema siga viviendo bien". Entonces, no importaba si él moría, ella viviría bien por él, eso sería suficiente.
Reyna, enloquecida de celos, exclamó: "¡Así que la amas tanto, hasta el punto de morir por ella!".
Las lágrimas nublaban los ojos de Zulema, negaba con la cabeza sin parar: "Roque, no tienes que hacer esto por mí".
"Zule", le dijo él. "Deseo que vivas una vida larga".
Resulta que las palabras más conmovedoras no fueron "te amo" ni "me casaré contigo", sino el deseo de que siguiera viviendo bien en ese mundo, una vida larga. Aunque eso significara su muerte.
Las lágrimas recorrían las heridas de su rostro, mezclándose con la sangre, lo que hacía que Zulema sintiera aún más dolor, pero nada era peor que el dolor en su corazón. ¿Por qué tenía que existir una persona tan contradictoria como Roque? Que hacía que lo amara y lo odiara al mismo tiempo.
"¿Puede ser, Reyna?", le preguntó Roque. "Sueltas a Zulema y yo me convierto en tu rehén". Dicho eso, estaba a punto de levantarse para acercarse.
"¡Espera!", le dijo Reyna. "¿Cómo podría yo, una mujer, someter a un hombre grande como tú? ¡En cuanto te me acerques, me derribarás!".
"¿Entonces, estás de acuerdo con el cambio?".
"Sí, claro. Jajaja", se rio Reyna. "Tener tu compañía en el camino al inframundo es mucho mejor que estar con Zulema. Además, cuando reencarnemos, espero que en la próxima vida te enamores de mí".
Una profunda repulsión cruzó la mirada de Roque, pero la ocultó rápidamente.
Reyna continuó: "Al final, da igual si mueres tú o Zulema. Cualquiera de los dos que quede vivo sufrirá y se atormentará por la culpa. Mi objetivo, así, estará completamente alcanzado".
"Bien", asintió Roque. "Entonces empecemos con el cambio". Su tensión se relajó un poco. Si Reyna estaba dispuesta a hacer el cambio, el peligro para Zulema empezaba a disminuir, lo que le pasaría a él en manos de Reyna ya no le importaba. Quizás moriría, quizás escaparía, pero de cualquier manera, Zulema estaría segura.
La voz ronca de esta se escuchó: "Roque, ¿acaso no tienes miedo a morir?".
La verdad era que ella sí que tenía miedo, no quería morir, quería vivir bien; sus padres y la familia Velasco aún la esperaban, y dependían de ella para limpiar su nombre, pero Roque tenía un estatus respetable, y sus responsabilidades eran incluso más grandes que las de ella, él era el actual jefe de la familia Malavé, el CEO de Grupo Malavé. Si algo le sucedía, las acciones del Grupo Malavé, su valor en el mercado, el consejo de administración, todo entraría en caos.
Roque la miró y esbozó una sonrisa.
"Miedo", respondió. "Pero tengo más miedo de perderte a ti".
Zulema preguntó entre lágrimas: "¡¿Y crees que yo no tengo miedo de perderte?!".
Se dio la vuelta y se fue, pronto volvió, con un costoso cuchillo suizo en la mano, se notaba que era un cuchillo bastante afilado, capaz de cortar metal como si fuera mantequilla. La sangre ni siquiera se adhería a él, un simple movimiento era suficiente para limpiarlo.
Reyna observaba la escena: "Bueno, empieza. ¿La mano o el pie? Tú decides".
"La mano". Roque no frunció ni una ceja y levantó el cuchillo con determinación.
"No, Roque, por favor no...", en medio del clamor desesperado de Zulema, él permaneció imperturbable. Con la derecha sostenía el cuchillo y sin titubear, lo clavó en su propio brazo izquierdo, la hoja atravesó toda la carne, el mango sobresalía por encima, la punta por debajo.
Fue un acto despiadado, Roque fue capaz de ser tan cruel consigo mismo. Y desde el principio hasta el fin, no soltó ni un solo grito.
"¿Estás contenta ahora?", Roque levantó la vista hacia Reyna. "¿Esto te satisface?".
Incluso Reyna se asustó con su decisión y crueldad, ese hombre era capaz de herirse de esa manera sin vacilar. Por un momento, no pudo decir nada, simplemente miraba fijamente la sangre que caía del brazo de este, goteando sin cesar. El rostro de él se volvía cada vez más pálido, pero su expresión no mostraba pánico, era la personificación de la serenidad.
"Tú, tú...", balbuceó Reyna estupefacta. Ni ella misma pudo creer la determinación de Roque, no había dudado ni un instante.
Roque realmente no quería perder tiempo, cuanto antes resolviera todo, era mejor. Solo tenía una idea en mente: ‘Salvar a Zulema’. Nada más importaba en ese momento para él.
Zulema se quedó paralizada, observando aquella sangre como si fuera la suya propia.
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