Al llegar al hospital, después de que le sacaron sangre, Zulema se escabulló con la excusa de ir al baño y se dirigió en secreto al departamento de ginecología. Allí le pidió al médico un montón de medicamentos para proteger su embarazo y los metió en su bolso, estaba luchando con todas sus fuerzas para seguir adelante, por ella y por su bebé. Justo cuando salía de ginecología, se encontró con Reyna en el ascensor.
"¿Ya te sacaron sangre?", le preguntó esta con una sonrisa burlona. "Aún puedes estar de pie con tanta energía, parece que mañana tendremos que seguir".
"Ni lo sueñes". Después de ver a su madre, tenía que encontrar una manera de contraatacar. ¡No podía seguir permitiendo que Arturo y Reyna siguieran arruinándole la vida, o su bebé realmente estaría en peligro!
Reyna, con toda su confianza, replicó: "Entonces, espera y verás mañana".
Zulema sonrió: "De acuerdo, nos vemos mañana, adiós". Al salir del ascensor, su chofer y guardaespaldas también salieron, se veían impresionantes.
"¿A dónde vas ahora?", le preguntó Reyna. "¿Por qué tienes gente siguiéndote?".
"Soy la Sra. Malavé, no soy cualquier fulana como tú".
"¡Oye!".
Zulema ya se había ido. De hecho, esas dos personas habían sido enviadas por Roque para vigilarla, vigilaron que se hiciera la extracción de sangre y que visitara a su madre.
Reyna observó cómo se alejaba: "Jajajaja, ¡mira cómo se las da de grande! Quiero ver a dónde va con tanta seguridad hum". Sigilosamente, la siguió.
Zulema tampoco sabía dónde estaba su madre. Miraba por la ventana del coche paisajes cada vez más desconocidos, hasta que llegaron a un hospital privado y exclusivo en las afueras de la ciudad, y el chofer anunció: "Señora, hemos llegado".
Era un hospital conocido entre la alta sociedad de Orilla. ¿Roque había trasladado a su madre a un lugar tan bueno y además estaba pagando por su tratamiento? Lo encontraba increíble. ¿Sería él tan generoso? Pero la realidad estaba ante sus ojos.
Guiada por el personal, llegó a la puerta de la habitación.
"La paciente acaba de despertar, sus funciones vitales se están recuperando, solo puede visitarla durante media hora".
"Está bien". Justo cuando Zulema abrió la puerta para entrar, Reyna salió de su escondite.
El guardaespaldas la detuvo: "Las visitas no están permitidas aquí".
"¿Estás ciego que no me reconoces?", Reyna agitó la mano con desdén. "Hazte a un lado, quiero ver qué está tramando esa mujer".
El guardaespaldas preguntó: "Usted es..."
"¡Reyna! ¡La futura Sra. Malavé!".
Ese nombre tenía demasiada fama en Villa Aurora, el guardaespaldas no se atrevió a más y se hizo a un lado, entonces Reyna se acercó sigilosamente a la puerta y escuchó atentamente lo que sucedía dentro de la habitación.
En la habitación.
Zulema se apresuró y tomó la mano de Edelmira con firmeza: "Mamá..."
Edelmira abrió los ojos y la miró fijamente durante varios segundos: "¿Eres tú, Zule?".
"Sí soy yo, mamá, finalmente despertaste, mamá...".
Edelmira rompió a llorar de inmediato: "Zulema, mi pobre hija, después de lo que pasó, ¿qué vas a hacer? ¿Alguien te ha molestado? Seguro que te han tratado mal". Desde el accidente, ella había quedado en estado vegetativo, hasta que despertó ese día. No sabía todo lo qué había pasado, pero podía imaginarlo.
"Nada de eso, mamá, estoy bien, realmente estoy bien", Zulema sonrió. "No te preocupes".
Al tocar ese tema, Edelmira se agitó: "¡No, imposible! Él tenía experiencia, nunca habría cometido un error. Aquí hay algo oscuro detrás, tu papá es inocente, está injustamente acusado".
Zulema apretó la mano de su madre: "Pienso igual que tú. Papá es inocente". Madre e hija se miraron fijamente.
Fuera de la habitación, Reyna escuchó hasta ahí y sonrió con malicia. Luego se dio la vuelta y se fue.
Después de ver a su madre, Zulema estaba desanimada pero reconfortada por dentro, todavía tenía a su mamá, podía verla, hablar con ella. De vuelta en Grupo Malavé, se dirigió al despacho del presidente.
"Gracias por contratar especialistas para tratar a mi madre y hacer que despertara", Zulema se paró frente al escritorio. "Antes te juzgué mal". Nunca se esperó que él llevara a su madre a un hospital privado de alta gama.
Roque levantó la vista del computador hacia ella: "¿Gracias?".
"Sí, si no yo no tendría los medios para su tratamiento".
"No te preocupes". Roque sonrió sutilmente: "Un vegetal no ofrece ninguna diversión. Curarla para que sienta el sufrimiento de perderlo todo, eso sí tiene su gracia".
Zulema sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. "Roque, desquítate conmigo si quieres, pero ¡deja a mi madre en paz!".
Él arqueó una ceja: "¿Así que ya tienes miedo?".
"Haz conmigo lo que quieras". Zulema apretó las manos: "Pero no le hagas daño, por favor...", lo había subestimado. En el fondo, siempre fue un demonio.
"Entonces, compórtate", Roque se recostó en su silla. "Si me haces enfadar, tu madre lo pasará muy mal".
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