Fue pura coincidencia, ¡ella no lo quiso así!
Roque soltó un bufido: "¿Crees que no me doy cuenta?".
Zulema se quedó sin palabras: "Piensa lo que quieras, quítate, quiero dormir".
Tan pronto como terminó de hablar, él bajó la cabeza y selló sus labios con un beso. Los mechones de cabello en su frente cayeron, rozando sus ojos y haciéndole cosquillas, esa vez el beso fue suave, como una pluma, no fue tan brusco y fuerte como antes. Ella acababa de levantar la mano para empujarlo cuando él la agarró y la sostuvo por encima de su cabeza.
"¿Esperas que te complazca, eh?", Roque habló con voz profunda. "Para que no tengas que esforzarte en seducirme".
"No...hmm..."
De repente, Roque se volvió más brusco y feroz, mordiendo sus labios con tanta fuerza que empezaron a sangrar, ella frunció el ceño del dolor. Cuanto más resistía, más fuerza usaba él para sujetarla, sin otra opción, ella lo mordió fuertemente.
Ambos en ese momento tenían un sabor metálico en la boca. Roque se apartó de sus labios y se apoyó con las manos a ambos lados de su cabeza, mirándola fijamente con ojos insondables, una gota de sangre colgaba de la comisura de sus labios, se veía diabólicamente atractivo.
Zulema no podía adivinar qué estaba pensando y solo permaneció en silencio. Con él no se podía jugar, una sola palabra fuera de su agrado y ella sufriría las consecuencias. Después de un momento, Roque habló: "A veces realmente deseo que tengas éxito, que logres seducirme. Pero no puedo darte lo que quieres". Luego levantó la mano y limpió la sangre de sus labios.
Zulema mantuvo su silencio. Era el momento más peligroso que había tenido con él, quien podría estallar en ira en cualquier segundo. Él se levantó y se fue con una voz helada: "¡Acomódate la ropa!".
Ella bajó la mirada y se dio cuenta de que, en la lucha, su escote se había aflojado, revelando las curvas de su figura. Rápidamente se cubrió y corrió al baño para esconderse, era mejor no encontrarse en la mira de ese hombre en ese momento.
Mirándose al espejo, con los labios manchados de sangre, el cabello desordenado y su rostro ruborizado como flores de durazno, era obvio lo que acababa de suceder. Estaba a punto de abrir la llave del agua cuando escuchó sonar el teléfono afuera.
Roque contestó: "¿Hola?"
Luego, golpeó la puerta con sus dedos diciéndole: "Zulema, al hospital".
Ella percibió que algo no estaba bien y preguntó: "¿Qué pasó?".
"La condición de Arturo empeoró de repente, necesitas venir, prepárate para donar sangre otra vez".
Zulema apretó los dientes. ¿Empeoró? Ella ya sospechaba que padre e hija querían agotar su sangre más rápido. ¡Tres días seguidos de extracción, y ni los milagrosos remedios podrían salvar al niño en su vientre!
"¡Sal! ¿Me escuchaste?". Al ver que no había movimiento dentro, Roque elevó su voz: "¡Zulema!".
Para sorpresa de él, ella abrió la puerta rápidamente: "Está bien, vamos".
Su cooperación tomó a Roque por sorpresa. Después de un par de segundos, él se dio la vuelta: "¡Sígueme!".
Fuera de la unidad de cuidados intensivos en el hospital.
Reyna seguía llorando: "Sr. Malavé, mi papá no puede morir, ¿qué vamos a hacer? He estado tan preocupada estos días, no puedo comer ni dormir bien, tengo miedo de perderlo".
"No pasará, tranquila", la consoló Roque. Ella se apoyó en su pecho y lo abrazó fuertemente sin soltarlo, él frunció el ceño, pero no la empujó.
El médico apareció: "La condición del paciente es bastante crítica, no hay suficiente sangre en el banco de sangre de toda la ciudad, así que..."
El mensaje era claro; necesitaban más sangre de Zulema.
"Cuando se mejore, tú..."
"Está bien". En ese momento, Roque intervino: "Entra, pero solo dos minutos".
Ya que él había aceptado, Reyna no tenía opción, si seguía negándose, parecería sospechoso. Así que dijo: "Entonces... ¡yo también iré contigo!".
"Claro". Zulema asintió: "Mejor que entremos todos, después de tantos días, necesitamos saber cómo está realmente Arturo". Sin esperar la reacción de Reyna, tomó la delantera, agarrando a Roque y entrando a la unidad de cuidados intensivos.
Reyna, frustrada, les siguió rápidamente.
Dentro de la unidad de cuidados intensivos, Arturo yacía en la cama, con una venda alrededor de la frente, rodeado de equipos médicos, parecía realmente grave. Zulema se acercó a la cama, se arrodilló y tomó la mano de este: "Lo siento mucho, Arturo. Si hubiera sabido que estabas enfermo, habría aceptado tu regalo, fui una tonta". Habló con un tono de pesar, pero sus manos apretaban con fuerza.
La mano de Arturo estaba tibia, ¡imposible para alguien que estuviera en coma podía tener tal temperatura! Así que apretó la mano de Arturo más fuerte, y los ojos de este se movieron.
¡Eso podría funcionar! Si Arturo despertaba, ya no sería necesario sacarle sangre. Y, quizá, podría desenmascarar el plan de padre e hija.
Zulema estaba por aumentar la presión cuando Reyna de repente se abalanzó hacia ella: "¡Aléjate de mi padre!". Parecía que iba a empujarla.
Zulema seguía agarrando la mano de Arturo, sin soltar, dijo: "Solo estaba hablando con Arturo, ¿por qué te pones tan nerviosa? Está conectado a tantas máquinas, ¡cuidado con lo que haces!".
"Habla si quieres hablar, ¡pero no toques a mi padre!". Reyna la empujaba con fuerza, quien se aferraba con todas sus fuerzas a la mano de Arturo sin soltar.
Las dos mujeres se retaban en un duelo silencioso.
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