Edelmira sintió un mareo repentino, todo a su alrededor se oscureció. Su querida hija Zulema había estado sufriendo en silencio todo ese tiempo, sin embargo, cada vez que ella iba a visitarla, su rostro siempre brillaba con una sonrisa, ocultando sus problemas.
Edelmira murmuró con desesperación: "Mi pobre niña, somos nosotros quienes te hemos fallado, te hemos hecho tanto daño".
"Señora, usted solo preocúpese por descansar. De todas formas, el dinero llegará, todo se sostiene con la vida de su hija. Ahora es joven y puede soportarlo. Pero, ¿dentro de unos años?".
Edelmira se desplomó en la silla de ruedas, con una mirada vacía y entumecida.
"Bueno, mejor no sigo", dijo Reyna, agitando su mano con desdén. "Hay muchas cosas por hacer y no quiero que te sobrepases. Señora, me voy, es mejor que guardes esto para ti, no es apropiado hablarlo con otros". Reyna se fue satisfecha. ¿Zulema pensó seguir fingiendo que nada había pasado? ¡Qué ilusión! Ella estaba determinada a que Edelmira enfrentara la cruda realidad. Esos hechos serían como una espina clavada en el corazón de la mujer, arraigándose y germinando, convirtiéndose en un motivo de constante dolor y tristeza. Con el tiempo, tal vez ella se marchitaría de pena.
La puerta de la habitación estaba entreabierta y una enfermera de guardia pasaba por ahí. Al echar un vistazo, gritó alarmada: "¡Doctor! ¡Doctor!".
Edelmira había caído de la silla de ruedas, estaba tendida en el suelo, temblando ligeramente y pronto quedó inmóvil.
Zulema no sabía nada de eso. Después de irse, se dirigió a la empresa, había estado dos días en el hospital y había acumulado mucho trabajo; estaba decidida a ponerse al día. No fue hasta las ocho de la noche que cerró su computadora y se estiró.
"Vamos, vamos", dijo Eloy saliendo de su oficina. "Hay una reunión".
"¿Sr. Baylón? ¿Todavía estás aquí?". Zulema estaba tan concentrada que no había prestado atención a su entorno.
"Claro, muchos están trabajando horas extra. Apúrate".
Zulema se levantó y lo siguió: "¿A dónde vamos?".
"A la sala de reuniones", le respondió Eloy. "Vamos a discutir la adquisición de la marca de joyería 'Galaxy' del Grupo Galán. Por este asunto, la empresa ha estado muy ocupada últimamente".
"¿Roque realmente va a adquirirla?".
"Él siempre hace lo que dice".
Un escalofrío recorrió a Zulema: "¿Cómo va el progreso?".
"Bastante bien", contestó Eloy. "Cuando Roque se propone hacer algo, se asegura de ejecutarlo con determinación".
En la sala de reuniones.
Roque ya estaba sentado en la posición principal, normalmente, él era siempre el último en llegar. La habitación estaba llena de gente y el exterior estaba oscuro, con las luces de neón adornando la noche de la ciudad.
Apenas Zulema entró, oyó a Sania decir: "Sr. Malavé, no es esencial adquirir Galaxy. Si nuestra Malavillamor se abre camino en el mercado, eventualmente los superaremos, es solo cuestión de tiempo".
"No puedo esperar".
"Sr. Malavé, ¿tanta prisa tienes?", analizó Sania. "Si adquirimos ahora, gastaremos miles de millones extra. Si esperamos a que Malavillamor despegue y luego compramos Galaxy en declive, podríamos ahorrarnos una buena suma de dinero".
"Me falta tiempo, no dinero", le respondió Roque.
Sania se quedó sin palabras. ¿Roque tenía tanta urgencia? El dinero no salía de su bolsillo, así que no le dolía, pero lo que le preocupaba era el futuro profesional de Facundo en el Grupo Galán. Recordó los tiempos de la universidad, cuando Facundo y Zulema estaban comprometidos y él la había ayudado mucho. Uno debía ser agradecido, iba a continuar hablando, pero Zulema se acercó y le tocó el hombro: "Siéntate".
Roque apenas le lanzó una mirada, su rostro era indiferente y frío.
¡Ese era el espinazo clavado en el corazón de Roque! Antes de que él entrara en la vida de Zulema, ella y Facundo eran la pareja ideal, la envidia de todos. ¡Eran públicos y bendecidos! Solo de pensar en ello, él se consumía de celos.
"Estábamos comprometidos bajo la supervisión de nuestros padres", le dijo Zulema. "Pero luego apareciste tú, él se fue al extranjero, me dejó. ¡Así que ya no tengo sentimientos por él!".
Roque la miró intensamente: "Entonces, antes de que yo apareciera, ¿ya habían hecho todo lo que tenían que hacer?".
"No". Zulema negó con la cabeza: "Facundo siempre fue muy respetuoso conmigo". Antes del matrimonio formal, Facundo siempre había sido cortés con ella. Nada inapropiado había pasado entre ellos.
"¿No te tocó después de comprometerse?".
"No", respondió Zulema. "Es un caballero".
"Debe ser que él no puede", se burló Roque.
Zulema no sabía qué le había pasado por la cabeza en ese momento, pero lo retó: "Tú tampoco me has tocado, entonces, ¿eso significa que tú tampoco puedes?".
Ese era un tabú para los hombres, no se podía hablar a la ligera de eso, era una cuestión de honor.
"Zulema, si quieres comprobar si soy o no soy un hombre".
Ella tragó saliva y salió corriendo": "¡No quiero!". ¡Se retractó de lo dicho!
Mientras Roque observaba su silueta alejarse, una sonrisa fría se dibujó en sus labios. Zulema no miró atrás y continuó su camino, el edificio de Grupo Malavé estaba tranquilo a las doce de la noche, y afuera tampoco había peatones.
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