Decidí que no podía permitir que Edrick siguiera ocultándole la verdad a Ella sobre su madre biológica.
-Sé que no le has dicho todo-, le dije, plantándome delante de él con las manos en las caderas. Estaba parado frente al lavabo de su habitación, cepillándose los dientes. Con un suspiro, escupió lentamente la pasta dental y me miró.
-¿A qué te refieres?-, preguntó. Noté que intentaba disimular como si no supiera en qué estaba pensando.
Fruncí el ceño. -No finjas. Sé que no le has contado a Ella sobre su madre, a pesar de que hablamos de ello. ¿Vas a contarle la verdad o debo hacerlo yo? Cuanto más tiempo pase sin que ella sepa todo, más resentida estará contigo cuando finalmente lo descubra-.
Durante unos momentos largos, el apuesto multimillonario alfa me miró sin pestañear, con una expresión algo sorprendida y avergonzada en el rostro. Pero luego esa mirada se disipó rápidamente y negó con la cabeza, frunciendo ligeramente el ceño. Me di cuenta de que había tocado una fibra sensible al plantear el tema, lo cual era comprensible, pero no dejaba de ser algo que debíamos resolver.
-Me ocuparé de ello cuando esté preparado-, dijo, pasando junto a mí y dirigiéndose a su dormitorio.
-No te preocupes-. No quería abrumarla con demasiada información de golpe.- Eso es todo.
Suspiré y lo seguí. Su excusa tenía sentido, pero no dejaba de ser una excusa. En ese momento, no importaba si bombardeaba a Ella con información o no, porque era mejor que dejarla en la oscuridad por más tiempo. Sin embargo, cuando me senté en mi lado de la cama y lo observé quitarse el reloj y colocarlo ordenadamente en su lugar habitual sobre la cómoda, vi cómo se pasaba la mano por el pelo oscuro y cómo sus músculos brillaban a la luz de la lámpara. En ese instante, sentí que me ablandaba un poco.
-Edrick, Ella está teniendo problemas en la escuela-, dije finalmente en voz baja.
Edrick se dio la vuelta y me miró preocupado.
-¿Ella está qué? -preguntó- . ¿Está bien? ¿Qué le pasa? ¿La están acosando? Te juro que si me entero de que alguno de esos niños la está acosando, voy a...
-Cálmate -le dije-. No es tan grave, estoy segura de que se resolverá con el tiempo, ya que son solo niños. Es solo que...
Hice una pausa, suspirando de nuevo, y miré mis manos en mi regazo para ocultar las lágrimas que amenazaban con brotar en mis ojos.
-La están marginando por mi culpa. Porque soy... diferente. Y ahora piensan que ella también lo es, porque todos creen que es mi hija biológica. Así que, en realidad, es mi culpa. Y supongo que pensé que si le contaba sobre su verdadera madre...
De repente, sentí una ráfaga de viento cuando Edrick se acercó a mí, y sus manos me agarraron firmemente por los hombros antes de que pudiera terminar.
-Mírame-, me exigió. Levanté lentamente la vista, apartando las lágrimas para ver una expresión severa en su apuesto rostro. -Moana, no eres un bicho raro. Los niños y los otros profesores superarán tu repentino cambio; es algo nuevo para ellos. Eso es todo-.
Sacudí la cabeza.
Sin embargo, al apartarse, Edrick tenía una sonrisa en el rostro. Intenté devolverle el gesto, aunque fuera débil, solo para tranquilizarlo un poco.
-¿Qué te parece esto? -dijo, apartándome un mechón de pelo de los ojos-. Este fin de semana os llevaré a ti y a Ella a un lugar especial. Los tres solos. Pasaremos un buen día haciendo lo que os apetezca y luego hablaré con ella sobre Olivia. Tú y yo podemos hablar con ella juntas. ¿De acuerdo?
Las palabras de Edrick me reconfortaron un poco. Asentí y sonreí mientras él me besaba suavemente. Pero esa noche, al acostarnos, la sensación de desasosiego no desapareció. No importaba lo cálida y segura que me sentía en los brazos de Edrick, el nudo en mi estómago persistía mientras me quedaba dormida...
Tuve más sueños sobre Michael esa noche. También volví a soñar con ese cuchillo. Siempre estaba en su mano, y siempre me perseguía con él. Al final, siempre ganaba...
-No puedes huir, Moana -dijo la oscura voz de Michael-. Será mejor que te rindas.
Estaba de pie en el mismo acantilado, con la lluvia cayendo sobre mí. Esta vez, estaba de espaldas a Michael, mirando hacia el abismo oscuro que se extendía debajo. Sentí un nudo en el estómago al observar la profundidad. Estaba tan cerca del borde que los dedos de mis pies se doblaban sobre la resbaladiza roca, y ni siquiera me molesté en darme la vuelta porque ya sabía cómo acabaría todo.
Cuando sentí el cuchillo clavarse en mi espalda, no me sorprendí en absoluto. Oí la risa de Michael y luego me empujó hacia la oscuridad...
-¡Despierta! ¡Moana, despierta!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La niñera y el papá alfa