Capítulo Dos
Las mañanas se le hacían cada vez más pesadas a Melody, quien no paraba de vomitar todo lo que cenaba y algo más, cada dia al despertar. Estaba harta del sonido que hacían sus arcadas, estaba cansada de despertar a su amiga Lucy cada vez que vomitaba en el lavabo, el cual quedaba dentro de la habitación de Lucy. Melody nunca en su vida se había sentido tan incómoda como lo hacía en ese momento.
No era solo el hecho de estar viviendo desde hacía una semana con Lucy, su amiga era un cielo solo por permitirle pasar el tiempo allí. El departamento era diminuto y casi no tenían comida para las dos. Lucy no era muy dada a hacer compras y Melody no tenía tiempo de comprar nada, pues cuando terminaba su turno en la cafetería, iba a limpiar y regar las plantas de una joven pareja que vivía cerca de la cafetería donde trabajaba. Era dinero extra, dinero que necesitaba más que nunca.
Cuando su madre le dijo que no estaba lista para ser una verdadera madre para el bebé que esperaba, una mujer capaz de encaminar bien a su bebé nonato, ella pensó que su madre solo estaba siendo arcaica y que quería lastimarla y asustarla.
Era muy probable que esas fueran sus intenciones, pero Melody se daba cuenta, durante esa semana alejada de la falda materna, que no iba a ser fácil vivir sola.
— No vengas pidiendo ayuda luego — Fue lo que su madre le grito mientras ella empacaba sus blusas y pantalones.
— No lo haré. — fue lo único que le respondió mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas.
— ¡Estas destruyendo tu vida! Estás a punto de graduarte, tan solo te quedan 3 cuatrimestres más. Eso pasa de inmediato. — Su madre se acercó a ella, pero no la toco.
Desde el momento en que dijo que estaba embarazada sus padres se habían alejado como si de una leprosa se tratara.
— No estoy destruyendo mi vida. Estoy embarazada.
— Es lo mismo. Tienes veintidós años, una carrera en veterinaria por delante. ¡Tu padre y yo no nos matamos tanto para que vengas a arruinarlo! — Le vociferó Lydia echa una furia.
Melody se dijo en ese momento que se merecía la furia de su madre y el silencio de su padre.
Había acabado con los sueños de una hija ideal que sus padres tenían. Un neurocirujano y una maestra de letras, dos entes productivos y respetados de la sociedad, admirados por todos los que vivían en Norwood, por ser unidos y luchadores. Su padre, Charles Redford, nacido y criado en ese pequeño barrio del Bronx en New York, era conocido por ser quien ayudaba a sus vecinos y por quien había llevado a sus dos hermosas hijas hasta la universidad sin tener ninguna clase de rebeldía típica de los adolescentes. Su hermana ahora era una bibliotecaria, casada y con un hermoso bebé llamado Anton.
Pero Melody siempre había tenido un espíritu competitivo y libre. Tan libre que había salido con el peor hombre de la universidad, un tipo que solo estaba pendiente de cuando había competencias de coches, de esos de ricos y pretenciosos multimillonarios. Ella se había dado cuenta de lo enamorada que estaba de él, hasta que un noche, después de salir de una fiesta universitaria, él le propuso hacerlo en su coche y ella gustosa había aceptado. Desperdicio su virginidad y arruinó el sueño de sus padres.
Su vida iba perfectamente bien, sacaba notas sobresalientes en la universidad, su padre ya tenía el local visto para que pusiera su propia veterinaria, ellos tenían muchos planes y por un pequeño fallo en sus cálculos, había procreado un bebé.
Veintidós años y embarazada.
— Prestame atencion porfavor ni. Escuchame — Esta vez su madre se ancló a su brazo y la obligó a mirarla, secandole las lagrimas que inútilmente había dejado escapar.
Ya de nada servía llorar.
Su padre había dado un ultimátum: Abortar o irse de la casa.
La decisión no había tardado ni dos segundos en ser tomada.
Se mudaria. Criaria a su hijo sola. Muchas mujeres jóvenes lo habían hecho y habían resultado bien, ella no sería menos.
— Mely — Su madre rogó por su atención otra vez — Mírame niña — Ella odiaba ser la causa de tanto dolor y desasosiego en su madre. Pero las cosas estaban así porque ella y su padre lo habían decidido.
— Dime mamá. No importa lo que vayas a decirme, no voy a abortar. ¿Es que acaso no entiendes lo que ustedes me piden? ¿No te das cuenta que me piden matar a mi hijo?
— ¡Esa cosa es un feto aún! — Gritó su madre.
— ¡Deja de llamarle cosa! Es un bebé. Es mi bebe — Ella se soltó del agarre de su mano y metió todo más rápido en el bolso — No es una cosa. Es mi hijo. Es tu nieto.
— Eso no está formado. No siente nada. Será como una cirugia de apendice, solo que no tendrás cicatriz que mostrar.
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